31
Estábamos de vuelta en el sedán negro, y esta vez yo iba en el asiento delantero, junto al conductor. Marco ajustó el espejo retrovisor e intercambiamos gestos, pero no había nada que decir. Lo importante sucedía en el asiento trasero, entre los McDaniels.
—Barbara —le explicaba Levon—, no te repetí literalmente lo que dijo ese cabrón porque nada se ganaba con ello. Perdóname.
—Soy tu esposa. No tenías derecho a ocultarme lo que dijo.
—«Cayó en malas manos», eso dijo, ¿vale? Fue lo único que no te conté, porque prefería que no lo supieras, pero tenía que decírselo a Jackson. Quería protegerte, cariño, quería protegerte.
—¿Protegerme? —sollozó ella—. Me mentiste, Levon. Me mentiste.
Él también rompió a llorar, y comprendí que ése era el motivo por el que estaba tan crispado y tenía aquella mirada vidriosa y distante. Alguien le había dicho qué dañaría a su hija y Levon no se lo había contado a su esposa. Y ahora ya no podía seguir ocultándolo.
Quería darles cierta intimidad, así que bajé la ventanilla y contemplé las playas que iban quedando atrás, las familias que merendaban junto al mar, mientras los padres de Kim sufrían terriblemente. El contraste entre esos turistas y la pareja acongojada que tenía a mis espaldas era desgarrador.
Hice una anotación, me volví y traté de consolar a Levon.
—Jackson no es un hombre sutil, pero está investigando. Quizá sea buen policía.
Él me clavó los ojos.
—Ya, seguro que es buen policía. Él te caló en cinco segundos. Mírate, parásito, escribiendo tu artículo. Vendiendo periódicos a costa de nuestra aflicción.
Aquello me sentó como una patada en el vientre, pero había cierta verdad en ello. Me tragué el dolor y traté de ser compasivo con Levon.
—Tiene razón —le dije—, pero aunque sea como usted dice, la historia de Kim podría salirse de madre y hacerles mucho daño. Piense en los Ramsey, los Holloway, los McCann. Espero que Kim esté a salvo y que la encuentren pronto. Pero, pase lo que pase, le convendrá que yo esté con ustedes. Porque en lo que a mí concierne, no pienso avivar el fuego ni inventarme nada. Contaré la historia tal como es.