93
Desperté en la cama, el corazón palpitante, la camiseta y los calzoncillos empapados de sudor.
En mi sueño, Henri me había ofrecido un tour por sus asesinatos de Barbados, y me hablaba mientras serraba la cabeza de Sara Russo. Sostenía la cabeza por el pelo, diciendo «Esto es lo que me gusta, ese momento fugaz entre la vida y la muerte», y, como ocurre en los sueños, Sara se transformaba en Amanda. Ésta me miraba, manchando de sangre el brazo de Henri, y me decía: «Ben, llama al 911.»
Me apoyé el brazo en la frente y me enjugué la cara.
Era fácil interpretar aquella pesadilla: me aterraba que Henri pudiera matar a Amanda. Y me sentía culpable por las chicas de Barbados. Si hubiera acudido a la policía, quizás aún estarían con vida.
¿Era sólo una ilusión? ¿O era verdad?
Me imaginé yendo al FBI, contando que Henri me había encañonado con un arma, había tomado fotos de Amanda y amenazado con matarnos a ambos. Habría tenido que contarles que Henri me encadenó a una caravana en el desierto durante tres días y me describió en detalle la muerte de treinta personas. Pero ¿habían sido verdaderas confesiones? ¿O meras patrañas?
Imaginé al agente del FBI con su mirada escéptica, luego las emisoras de televisión transmitiendo la descripción de «Henri»: sujeto masculino blanco, un metro ochenta y pico, unos ochenta kilos, treintañero. Eso irritaría a Henri. Y entonces, si podía, nos mataría.
¿Henri realmente pensaba que yo lo permitiría?
Miré los faros que se reflejaban en el techo del dormitorio.
Recordé los nombres de restaurantes y hoteles que Henri había visitado con Gina Prazzi. Había varios otros alias y detalles que Henri no había considerado importantes pero que quizá contribuyeran a desovillar la madeja.
Amanda se volvió en sueños, apoyó el brazo en mi pecho y se acurrucó contra mí. Me pregunté qué estaría soñando. La estreché entre mis brazos y le besé levemente la coronilla.
—Trata de no atormentarte —ronroneó contra mi pecho.
—No pretendía despertarte.
—¿Bromeas? Casi me tiras de la cama con tus resuellos y suspiros.
—No sé qué hora es.
—Es temprano, demasiado temprano para estar levantados. Ben, no creo que ganes nada con obsesionarte.
—¿Crees que estoy obsesionado?
—Piensa en otra cosa. Tómate un respiro.
—Zagami quiere…
—Al cuerno con Zagami. Yo también he estado pensando, y tengo un plan. No te gustará.