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Mi teléfono sonó en cuanto abrí la puerta de mi habitación.
—¿Ben Hawkins? —preguntó una mujer con fuerte acento extranjero.
—El mismo. —Y esperé que me dijera quién era, pero no se identificó.
—Hay un hombre que se aloja en el Princess Hotel.
—Ajá.
—Se llama Nils Bjorn y usted debería hablar con él.
—¿Y por qué?
La mujer dijo que Bjorn era un empresario europeo que valía la pena investigar.
—Estaba en el hotel cuando desapareció Kim McDaniels. Quizás él sea… Usted debería hablar con él.
Abrí el cajón del escritorio, buscando papel y pluma.
—¿Por qué Nils Bjorn es sospechoso? —pregunté mientras anotaba el nombre.
—Hable con él. Ahora tengo que colgar —repuso la mujer. Y colgó.
Saqué una botella de Perrier de la nevera y salí al balcón. Yo me alojaba en el Marriott, a medio kilómetro de playa del mucho más costoso Wailea Princess, pero con la misma y deslumbrante vista del mar. Bebí mi agua y pensé en la pista que me habían dado. Para empezar, ¿cómo me había encontrado esa mujer? Sólo los McDaniels y Amanda sabían dónde me alojaba.
Crucé las puertas correderas, encendí mi ordenador portátil y busqué Nils Bjorn en Google.
El primer hallazgo fue un artículo publicado en el London Times un año antes, sobre un Nils Bjorn a quien habían arrestado en Londres como sospechoso de vender armas a Irán, posteriormente liberado por falta de pruebas.
Seguí consultando artículos, todos similares o idénticos al primero.
Abrí otra Perrier, seguí buscando, encontré otro artículo sobre Bjorn que se remontaba a 2005, una acusación de tentativa de violación. No se mencionaba el nombre de la mujer, sólo que era modelo y tenía diecinueve años, y tampoco esa vez Bjorn fue condenado.
Mi última parada en este viaje por Internet fue Skol, una revista europea dedicada a la alta sociedad. Había una foto tomada en la fiesta de recepción de un industrial sueco que había inaugurado una fábrica de municiones en las afueras de Gotenburgo.
Amplié la foto, estudié al hombre identificado como Bjorn, miré sus ojos luminosos como bombillas. Tenía rasgos regulares, cabello castaño claro, nariz recta, aparentaba poco más de treinta años y no presentaba ningún rasgo memorable.
Guardé la foto, llamé al Wailea Princess y pregunté por Nils Bjorn. Me dijeron que se había marchado el día anterior.
Pedí que me pusieran con los McDaniels.
Le comenté a Levon la llamada telefónica de la mujer y lo que sabía sobre Nils Bjorn: lo habían acusado de vender armas a un país terrorista, y también de intentar violar a una modelo. Ninguna de las dos acusaciones había podido comprobarse. Dos días atrás había sido huésped del Wailea Princess Hotel.
Traté de contener mi entusiasmo, pero se traslucía en mi voz.
—Ésta podría ser una buena pista —dije.