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Los McDaniels siguieron a Marco, y Levon reparó en su extraño andar ondulante con aquellas botas de vaquero, pensando en el acento del hombre, que parecía de Nueva York o Nueva Jersey.
Cruzaron la calzada hasta un tramo de cemento donde Levon vio un periódico abierto en un banco. Con estremecedora sorpresa, notó que el rostro de Kim lo miraba desde abajo de los titulares. Era el Maui News, y las grandes letras negras clamaban: «La Bella Ausente».
Levon se aturdió y tardó unos instantes en entender que durante las once horas de viaje se había declarado la desaparición oficial de Kim.
Así pues, no los aguardaba en el hotel.
Como había dicho aquel hombre, Kim no estaba.
Cogió el periódico con manos trémulas y su corazón se encogió mientras miraba los ojos risueños de Kim y observaba el traje de baño que lucía en esa foto, quizá tomada un par de días atrás.
Levon plegó el periódico y alcanzó a Marco y a Barbara en el coche.
—¿Tardaremos mucho en llegar al hotel? —le preguntó al chófer.
—Una media hora, sin cargo, señor McDaniels. El Wailea Princess me ha puesto a su disposición.
—¿Por qué hacen eso?
—Bien, en vista de la situación…, señor McDaniels —respondió Marco con discreción.
Abrió las portezuelas y la pareja subió. Barbara arrugó el ceño al coger el periódico, y lloró mientras leía el artículo. El sedán se internó en el tráfico.
El coche llegó a la autopista y Marco, los ojos en el espejo retrovisor, les preguntó si estaban cómodos, si querían más aire o música. Levon no sabía si ir al hotel o directamente a la policía. Se sentía como si hubiera sufrido una amputación en el campo de batalla, como si le hubieran arrancado brutalmente un miembro y quizá no sobreviviera.
Al fin el coche enfiló lo que parecía un camino privado, bordeado por matojos morados y florecientes. Dejaron atrás una cascada artificial y pararon ante la suntuosa entrada portecochère del Wailea Princess Hotel.
Había fuentes azulejadas a ambos lados del coche, y a un lado, estatuas de bronce de guerreros polinesios que emergían del agua con lanzas; en el otro, embarcaciones con batanga llenas de orquídeas.
Los botones, con camisa blanca y pantalones cortos rojos, corrieron hacia el coche. Marco abrió su portezuela y Levon, mientras rodeaba el sedán para ayudar a Barbara, oyó que repetían su apellido por doquier.
Reporteros con cámaras y micrófonos corrían hacia la entrada del hotel.
Corrían hacia ellos.