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Henri Benoit despertó entre sábanas suaves y blancas en la elegante cama con baldaquino de su habitación del Island Breezes Hotel de Lanai.
Julia roncaba suavemente bajo su brazo, la cara tibia contra su pecho. El sol de la mañana se filtraba por las cortinas transparentes, y el ancho Pacífico estaba sólo a cincuenta metros.
Aquella chica. Aquel ambiente. Aquella luz inimitable. Era el sueño de un fotógrafo de cine.
Con los dedos, apartó el pelo de los ojos de la muchacha. La dulce criatura estaba bajo el hechizo del kava kava, más la generosa dosis de Valium que él le había echado en la copa. Había dormido profundamente, pero era hora de despertarla para su primer plano.
—Despierta, despierta, carita de mono —le dijo, sacudiéndole suavemente el brazo.
Julia entreabrió los ojos.
—¿Charlie? ¿Qué? ¿Ya es la hora de mi vuelo?
—Todavía no. ¿Quieres dormir diez minutos más?
Ella asintió y se acurrucó contra su hombro.
Henri se levantó y se puso a trabajar, encendiendo lámparas, reemplazando la tarjeta de la cámara por una nueva, apoyando la cámara en la cómoda, enfocando la escena. Satisfecho, desató los cordeles con borlas de las cortinas, dejando que la gruesa colgadura se cerrara.
Julia murmuró una queja mientras él la ponía de bruces.
—Está todo bien —la tranquilizó él.
Le sujetó las piernas a los postes del pie de la cama, haciendo un nudo ballestrinque con los cordeles, y luego le ató los brazos al cabezal, usando un exótico nudo japonés que salía espectacular en una filmación.
Julia suspiró mientras caía en otro sueño.
Henri hurgó su bolsa, se puso la máscara de plástico clara y los guantes de látex azul, y finalmente desenvainó el cuchillo de caza.
Enmascarado y enguantado, pero desnudo, Henri apoyó el cuchillo en la mesilla y se arrodilló detrás de Julia. Le acarició la espalda antes de alzarle las caderas y penetrarla por detrás. Ella gimió en sueños, sin despertar mientras él la embestía. Entonces el placer se impuso a la razón y Henri le dijo que la amaba.
Después se desplomó junto a ella, apoyándole el brazo en la espalda hasta que su respiración se calmó. Luego se puso a horcajadas de la muchacha dormida, le revolvió el pelo corto con los dedos de la mano izquierda, y le alzó la cabeza.
—Ay —dijo Julia, abriendo los ojos—. Me lastimas, Charlie.
—Lo lamento. Tendré más cuidado.
Esperó un instante antes de rozar con la hoja la nuca de Julia, dejando una línea roja y delgada.
Julia sólo dio un respingo, pero con el segundo corte abrió los ojos de par en par. Volvió la cabeza, y agrandó los ojos al ver la máscara, el cuchillo, la sangre.
—Charlie, ¿qué estás haciendo? —gritó.
Henri se enfadó. Estaba lleno de amor por esa chica y ahora ella se rebelaba, arruinando la toma, arruinándolo todo.
—Por favor, Julia, actúa con elegancia.
Julia gritó y forcejeó contra las amarras. Su cuerpo tenía más capacidad de movimiento del que Henri esperaba. Le dio un codazo en la mano, haciendo volar el cuchillo. Julia inspiró hondo y soltó un largo y ondulante alarido de terror.
No le dejaba opción. No era de buen gusto, pero a fin de cuentas era el mejor medio para un fin. Cerró las manos sobre la garganta de Julia y apretó. Ella se sofocó y se revolvió desesperada mientras él le sacaba el aire, controlaba cada segundo final de su vida, soltando el cuello y volviendo a apretarlo, una y otra vez, hasta que se quedó tiesa. Porque estaba muerta.
Henri se levantó jadeando y caminó hacia la cámara.
Se acercó a la lente, se apoyó las manos en las rodillas.
—Mejor de lo que planeaba —dijo con una sonrisa—. Julia no respetó el guión y terminó nuestro idilio con un gesto grandilocuente. La amo. ¿Todos satisfechos?