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Henri había dicho que mataba por dinero y ahora todo encajaba. Había matado y filmado esas ejecuciones sexuales para un público selecto por un precio principesco. Ahora la escenografía de la muerte de Kim tenía sentido. Había sido el trasfondo cinematográfico de su perversión. Pero yo no entendía por qué había ahogado a Levon y a Barbara. ¿Cómo se explicaba eso?
—Estabas hablando de los Mirones. El trabajo que realizaste en Hawai.
—Lo recuerdo. Bien, entiende: los Mirones me conceden un amplio margen de libertad creativa. Reparé en Kim a causa de sus fotos. Usé una treta para obtener información en su agencia. Dije que quería contratarla y pregunté cuándo regresaría de… ¿dónde era la filmación?
»Me dijeron el lugar y yo averigüé el resto: qué isla, la hora de llegada, el hotel. Mientras esperaba la llegada de Kim, maté a la pequeña Rosa. Era un aperitivo, un amuse-bouche…
—¿Amuse qué?
—Significa un entremés, y en este caso la Alianza no había encargado el trabajo. Ofrecí la película en una subasta… Sí, hay un mercado para esas cosas. Gané un dinero adicional y me aseguré de que el holandés viera la película. Jan tiene predilección por las niñas jóvenes y yo quería que los Mirones se engolosinaran con mi trabajo. Cuando Kim llegó a Maui para el rodaje, yo la vigilaba.
—¿Usabas el nombre de Nils Bjorn? —pregunté.
Henri dio un respingo y frunció el ceño.
—¿Cómo has sabido eso?
Había cometido un error. Mi salto mental había asociado a Gina Prazzi con la mujer que me había telefoneado en Hawai diciéndome que investigara a un huésped llamado Nils Bjorn. Al parecer Henri había hecho la misma asociación, y no le había gustado.
Pero ¿por qué Gina traicionaría a Henri? ¿Qué era lo que yo no sabía acerca de ambos?
Parecía un gancho importante para la historia de Henri, pero me hice una advertencia a mí mismo: por mi seguridad, debía cuidarme de no alertar a Henri. Cuidarme mucho.
—La policía recibió una pista —dije—. Un traficante de armas con ese nombre se marchó del Wailea Princess en el momento en que Kim desapareció. Nunca lo interrogaron.
—Te diré una cosa, Ben: yo era Nils Bjorn, pero he destruido su identidad. Nunca volveré a usarla. Ya no te sirve de nada.
Se levantó abruptamente del asiento. Acomodó el toldo para bloquear los rayos bajos del sol. Aproveché esa pausa para calmar mis nervios.
Estaba cambiando la casete por una nueva cuando Henri dijo:
—Viene alguien.
Mi corazón se desbocó.