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Henri, con su disfraz de Charlie Rollins, almorzaba en el Sand Bar, el elegante restaurante playero del hotel. Relucían sombrillas amarillas y desde la playa subían adolescentes en cuyos cuerpos bronceados chispeaba el agua. Henri pensó que no sabía quiénes eran más hermosos, si los chicos o las chicas.
La camarera le llevó azúcar líquido para su té helado y un cesto de panecillos y le anunció que su ensalada saldría enseguida. Él asintió con una sonrisa, dijo que disfrutaba de la vista y que no tenía ninguna prisa.
Un camarero apartó una silla de la mesa contigua para que se sentara una bonita joven. Tenía el pelo negro y corto estilo varón, y llevaba un bikini blanco y pantalones cortos amarillos.
A pesar de las gafas Maui Jim, Henri sabía quién era.
—Julia, Julia Winkler —dijo cuando ella dejó el menú.
La chica alzó la vista.
—Disculpa, ¿te conozco?
—Yo te conozco a ti —dijo él, alzando la cámara para indicar que era del gremio—. ¿Estás aquí por un trabajo?
—Estaba. El rodaje terminó ayer. Mañana regreso a Los Ángeles.
—Ah, el rodaje de Sporting Life.
Ella asintió con cara triste.
—Me he quedado por aquí con la esperanza… Yo compartía habitación con Kim McDaniels.
—Regresará —dijo Henri, amablemente.
—¿En qué te basas para asegurarlo?
—Se ha tomado unas vacaciones. Suele suceder.
—Ya que eres vidente, dime dónde está.
—Está fuera del alcance de mis vibraciones, pero a ti te capto con toda claridad.
—Seguro. ¿Qué estoy pensando?
—Que te sientes triste y un poco sola y quisieras comer con alguien que te haga sonreír.
Julia sonrió y Henri llamó al camarero, le pidió que acomodara a la señorita Winkler a su mesa y la hermosa muchacha se sentó junto a él, ambos encarados al paisaje.
—Charlie —dijo él, extendiendo la mano—. Rollins.
—Hola, Charlie Rollins. ¿Qué almorzaré?
—Ensalada de pollo a la parrilla y una Coca light. Y ahora recibo otra señal. Piensas que te gustaría quedarte otro día porque un vecino se encarga de tu gato y este sitio es tan agradable que no tienes prisa por volver a casa.
Julia volvió a sonreír.
—Bruno. Es un rottweiler.
—Lo sabía —repuso Henri justo cuando la camarera le servía la ensalada y le preguntaba a Julia que tomaría.
Ella pidió pollo a la parrilla y un Mai Tai.
—Aunque me quedara otra noche, nunca salgo con fotógrafos —añadió luego, mirando la cámara apoyada en la mesa.
—¿Yo te he pedido que saliéramos?
—Lo harás.
Sus sonrisas acabaron en risas.
—Vale —dijo Rollins—, te pediré que salgamos. Y te tomaré una foto para que los tíos de Loxahatchee no crean que me lo inventé.
—De acuerdo, pero quítate las gafas. Quiero ver tu mirada.
—Muéstrame la tuya y te mostraré la mía.