Carta a mis lectores
Cuando se publicó este libro, las ventas excedieron las expectativas de la editorial, pero nunca se me había ocurrido que estaría en miles de librerías de todo el mundo, y que yo me encontraría viviendo en una cabaña en la falda de una montaña en un país que no es el mío. «Ten cuidado con lo que deseas, porque puede cumplirse», dirían algunos. Y yo respondería: «Tengo lo que deseaba, de un modo que jamás habría imaginado».
Estoy con Amanda, mi amada, y ella se ha adaptado fácilmente a la sobrecogedora belleza y la soledad de nuestra nueva vida. Es bilingüe y me ha enseñado a hablar otro idioma, y a cocinar. Desde el principio cultivamos un huerto, y una vez por semana bajamos a un pueblo encantador en busca de pan, queso y otras vituallas.
Amanda y yo nos casamos en esta aldea, en una pequeña iglesia construida por manos devotas, bendecidos por un sacerdote y una congregación que nos ha acogido con afecto. El bebé será bautizado aquí cuando llegue a este mundo, y no veo el momento de que nazca. Nuestro hijo.
Pero ¿cuál será su herencia? ¿Qué dicha puedo prometerle?
La primera vez que vi el vehículo que subía por el camino que trepa desde el valle, le entregué un arma a mi prometida y dispuse pistolas en la mesa cerca de la ventana.
El coche era un transporte privado que mi editorial había contratado para traerme la correspondencia y noticias del mundo. Después de cachear al conductor y recibir el envío, leí todo lo que me había mandado Zagami. Supe que habían capturado a los Mirones, que todos irán a juicio por homicidio, asociación ilícita para cometer crímenes y otros delitos que los mantendrán en la cárcel de por vida.
En ciertos días mi mente se concentra en Horst Werner, sus brazos largos y sus puños de acero, y mientras su juicio se prolonga, pienso que al menos sé dónde está.
Y después pienso en Henri.
A veces proyecto las imágenes de su muerte en mi mente, como una película pasando por los dientes de un anticuado proyector. Miro su horrenda ejecución y me convenzo de que realmente está muerto.
En otras ocasiones tengo la certeza de que ha engañado a todo el mundo, de que vive bajo un nombre falso, igual que yo. Y de que un día nos encontrará.
Quiero dar las gracias a mis lectores por sus cartas, su preocupación y sus plegarias por nuestra seguridad. Aquí la vida es grata. A veces soy muy feliz, pero no puedo superar del todo mi temor por el monstruo psicópata que conocí tan bien, y nunca podré olvidar a la familia McDaniels: Levon, Barbara y Kim.