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Al cabo de una hora y media el vehículo se detuvo y abrieron la puerta. Henri me arrancó la capucha.
—Última parada, amigo. Estamos en casa.
A través de la puerta abierta vi un desierto llano y hostil; dunas de arena hasta el horizonte, yucas desgreñadas y gallinazos surcando el cielo en círculos.
Mi mente también volaba en círculos alrededor de un pensamiento: «Si Henri me mata aquí, nunca encontrarán mi cuerpo». A pesar del aire refrigerado, el sudor resbalaba por mi cuello cuando él se apoyó en la angosta mesa de formica.
—Hice un poco de investigación sobre las colaboraciones literarias —dijo—. La gente dice que se requieren unas cuarenta horas de entrevistas para obtener material para un libro. ¿Es correcto?
—Quítame las esposas, Henri. De aquí no puedo fugarme.
Abrió la pequeña nevera y vi que estaba aprovisionada con agua, Gatorade, alimentos envasados. Sacó dos botellas de agua y apoyó una en la mesa.
—Si trabajamos ocho horas por día, estaríamos aquí cinco días.
—¿Dónde es aquí?
—El parque Joshua Tree. Un campamento cerrado por reparaciones viales, pero el equipo eléctrico funciona —dijo.
El parque nacional Joshua Tree consiste en 400.000 hectáreas de desierto, kilómetros de nada salvo yuca, broza y formaciones rocosas en todas las direcciones. Se dice que las vistas desde lo alto son espectaculares, pero la gente normal no acampa en él en la canícula de pleno verano. Yo ni siquiera entendía a la gente que iba allí.
—Por si crees que podrías escapar de aquí —añadió—, permíteme ahorrarte la molestia. Esto es Alcatraz, pero en desierto. Esta caravana se encuentra en medio de un mar de arena. Las temperaturas diurnas llegan a cincuenta grados. Aun si huyeras de noche, el sol te freiría antes de que llegaras a una carretera. Con toda franqueza, te aconsejo que no lo intentes.
—Cinco días, ¿eh?
—Estarás de vuelta en Los Ángeles para el fin de semana. Palabra de niño explorador.
—Vale. Entonces, ¿por qué no me sueltas?
Extendí las manos y Henri me quitó las esposas.