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Cuando Leonard Zagami me aceptó como autor, yo tenía veinticinco años y él cuarenta, y Raven House era una editorial prestigiosa que publicaba una veintena de libros al año. Desde entonces Raven se había fusionado con la gigantesca Wofford Publishing y la nueva Raven-Wofford ocupaba los seis pisos superiores de un rascacielos que daba sobre Bloomingdales.
Leonard Zagami también había crecido. Ahora era director ejecutivo y presidente, la flor y nata, y la nueva editorial publicaba doscientos libros al año.
Al igual que la competencia, Raven-Wofford perdía dinero o salía pareja con la mayor parte del catálogo, pero tres autores (yo no era uno de ellos) generaban más ingresos que los otros ciento noventa y siete juntos.
Leonard Zagami ya no me veía como un autor lucrativo, pero yo le gustaba y no le costaba nada mantenerme a bordo. Yo esperaba que después de nuestra reunión me viera de otra manera, que oyera cajas registradoras tintineando de Bangor a Yakima.
Y Henri retiraría su amenaza de muerte.
Tenía mi discurso preparado cuando llegué a la moderna y elegante sala de espera de Raven-Wofford a las nueve. Al mediodía, la secretaria de Leonard cruzó la moqueta rayada para decirme que el señor Zagami tenía quince minutos para mí.
La seguí.
Cuando traspuse el umbral, Leonard se puso de pie, me estrechó la mano y me palmeó la espalda. Dijo que se alegraba de verme, pese a mi pésimo aspecto.
Se lo agradecí y le dije que había envejecido un par de años mientras esperaba nuestra reunión de las nueve.
Leonard rio, se disculpó, dijo que había hecho lo posible para recibirme y me invitó a sentarme. Con un metro sesenta, menudo detrás del enorme escritorio, Leonard Zagami irradiaba poder y una astucia indudable.
Me senté.
—¿De qué trata este libro, Ben? La última vez que hablamos no tenías nada en mente.
—¿Has seguido el caso de Kim McDaniels?
—¿La modelo de Sporting Life? Claro. Ella y otras personas fueron asesinadas en Hawai hace… Oye, ¿tú cubrías esa nota? Ah, entiendo.
—La cubrí durante dos semanas, y traté con algunas de las víctimas…
—Mira, Ben —me interrumpió Zagami—, mientras no pillen al asesino la prensa sensacionalista no soltará el hueso. Todavía no es un libro.
—No es lo que crees, Leonard. Ésta es una revelación total en primera persona.
—¿Quién es la primera persona? ¿Tú?
Relaté mi historia como si la vida me fuera en ello.
—El asesino me abordó de incógnito —dije—. Es un maníaco muy frío e inteligente. Quiere hacer un libro sobre los homicidios que ha cometido y pretende que lo escriba yo. No está dispuesto a revelar su identidad, pero sí a contar cómo cometió los crímenes y por qué.
Esperaba que Zagami dijera algo, pero permanecía impávido. Crucé los brazos sobre el escritorio tapizado de cuero, me aseguré de que mi viejo amigo me mirase a los ojos.
—Leonard, ¿me has oído? Este sujeto podría ser el hombre más buscado del país. Es listo. Está suelto. Y mata con las manos. Está emperrado en que yo escriba sobre lo que ha hecho porque quiere el dinero y la notoriedad. Sí. Quiere que lo admiren por haber hecho bien su trabajo. Y si no escribo el libro, me matará. También podría matar a Amanda. Así que necesito un simple sí o no, Leonard. ¿Estás interesado o no?