21
Duncan arrastró sobre la playa el bote con el que había llegado. Era casi de noche. La chalupa de Vandemeer se encontraba, a cierta distancia, en el amarradero perteneciente a Summer Hill.
Duncan se dispuso de inmediato a subir por la colina, con la misma rapidez con que había ordenado lanzar al agua el bote auxiliar al ver que Niklas partía a vela en dirección hacia Holetown. Fuera lo que fuese lo que el holandés quisiera tratar con William Noringham el día previo a la toma de decisiones, él tenía que estar presente. Sus argumentos eran exactamente igual de buenos que los de Niklas. Lo importante era solo poder presentarlos antes de que William Noringham optara por una línea de la que luego no pudiera apartarse. En la asamblea su voz era la que tenía más peso. A él lo escucharían más que a Harold Dunmore, el cual, cuando se trataba de sopesar intereses contrapuestos, solo conocía un lado, el suyo. Bajo los pies de Duncan resbalaron unas piedras, que bajaron con estrépito por la pendiente.
—¿Hay alguien ahí? —oyó que exclamaba Niklas Vandemeer con voz apagada.
Duncan se quedó quieto y se ocultó en la penumbra.
—¿Has oído alguna cosa, cariño?
Era Felicity. Parecía estar sin aliento. Era como si esa pareja… Duncan sonrió. Se había preocupado sin motivo. Vandemeer no había ido hasta allí para mantener charlas preliminares con el presidente del Consejo de la isla, sino para retozar un rato en la playa.
—Habrá sido un cangrejo —dijo Vandemeer al cabo de un momento. Rio por lo bajo y luego dijo con voz grave—: ¿Cuántas cintas más tengo que desatar para dar con algo de tu piel desnuda?
—Oh, esto es… ¡Ah! ¿Qué haces? —Felicity tenía la respiración entrecortada.
—¿Acaso no quieres? —preguntó Vandemeer con tono apremiante.
En lugar de la respuesta se oyó un gemido extático. Duncan se sentó en una piedra para no llamar más la atención sobre su persona. No le quedaba más remedio que esperar.