«Está gateando hacia mí… no, sobre los brazos, parece que sus piernas ya no responden, escuche, no tengo tiempo, oh Dios mío, sus ojos, sus ojos, ¡por favor! ¡Por favor, dígales que se den prisa!» [llamada al 911, Sistema de Atención de Emergencias, Gabbs, NV, 20/03/05]
A la sombra de las piceas y los abetos, Dick y Bleu Skye (su nombre legal, le aseguró ella) aplastaban la nieve que nunca se derretiría, ni siquiera en el cenit del verano.
—Supongo que alguna gente nos tildaría de raros —dijo Bleu. Las palabras salían distorsionadas por su labio herido, pero ahora al menos la entendía. Aunque tampoco estaba escuchando realmente. Su voz era una tosca melodía que armonizaba con el crujido de la nieve y las agujas de los pinos que él provocaba con cada pisada—. E imagino que no me importa demasiado; estábamos intentando construir algo, eso es todo. Una vida tranquila en un mundo bastante ruidoso. Yo y Tony, que era mi marido, y nuestro hijo Stormy.
Los pies de Dick estaban entumecidos por el frío. Su cerebro estaba entumecido por las consecuencias, los significados, las ramificaciones. Acababa de participar en el descuartizamiento de otro ser humano. Oh, claro, había sido en defensa propia, y no, Dick tampoco era un fanático pacifista. Tenía armas, exactamente igual que medio Colorado. Un par de pistolas de corto alcance y un rifle de caza, y sí, lo había usado para matar. Para matar a un venado de cola blanca. La idea de herir a un ser humano intencionadamente, de la violencia de verdad, del asesinato… eso no lo había contemplado nunca antes.
—Fue hace cerca de veinte años, cuando Stormy no era más que un pasajero, ya sabes, yo estaba embarazada de él. Construimos todo esto con nuestras manos y lo queríamos, lo amábamos, no importaba si pasábamos hambre. No importaba si no sabíamos cómo hacer algo; podíamos aprender. Todo lo que teníamos que hacer era salir al exterior, levantar la vista al cielo y sabíamos por qué habíamos venido aquí y por qué no queríamos regresar.
Una senda medio visible, algo más despejada de nieve que el terreno aledaño, serpenteaba entre los árboles, y ellos la siguieron. Dick estaba perdido en el camino mientras seguía a Bleu, y no era capaz de soltar el piolet. Era como un talismán, una prueba de que él no era un hombre malo, de que no era un asesino. La prueba A en el juicio que se celebraba en su cabeza. La voz de Bleu no era más que la banda sonora de ese fragmento de drama sin precedentes en el tribunal, y cuando ella comenzó a llorar tan sólo era otro instrumento de la orquesta. En algún momento se dio cuenta de que no estaba pensando con claridad.
—Siempre me preocupó no ser capaz de enseñar a Stormy lo suficiente. Me preocupaba que no supiera lo suficiente para salir adelante en la vida, y ahora… oh, Dios, ahora…
Ella se detuvo, y lo mismo hizo Dick. Habían llegado a su destino, una estructura de madera que debía de tener un siglo de antigüedad. En realidad, no era más que una cabaña, con una pared expuesta a los elementos. En el interior, el camino conducía abajo, a la tierra. A la entrada de una mina abandonada. Las montañas estaban plagadas de ellas, restos de la fiebre del oro. El viento salía a ráfagas del interior, más frío que el de fuera, y ululaba. Dick se acercó y Bleu lo cogió del brazo haciéndolo retroceder. Algo se movía allí abajo.
—Él murió rápido. Mi hijo murió rápido. Tony se tomó su tiempo. Y ahora… Supongo que quizá… quizá deberías echar un vistazo. Aquí. —Ella le entregó una linterna. Él la encendió e inspeccionó la oscuridad.
—¿Cuántos ves? —preguntó, su voz era severa de nuevo. Él no lograba ver nada.
Después, sí. El haz recayó sobre algo que se retorcía, algo oscuro pero reconocible. Un par de piernas humanas con un pantalón de esquiar y unas desgastadas botas Timberland. Las piernas lanzaban patadas espasmódicamente. Dick hizo un barrido hacia arriba con la linterna y vio una pesada chaqueta de invierno. Brazos y una cabeza. La cara se levantó y él notó cómo le subía el vómito por la garganta. La piel de la cara era roja y negra y blanca y amarilla. Las cuencas de los ojos estaban vacías y le faltaba la mitad de la piel de la mandíbula. Las manos se aferraban a la pendiente del túnel, hundiéndose hasta que los nudillos sobresalían como nueces. La persona, porque era una persona, sí, estaba intentando trepar fuera del túnel, pero era demasiado empinado o algo.
—¿Cuántos? —preguntó de nuevo Bleu.
—Dos —dijo Dick, moviendo la linterna de un lado a otro—. No, tres. Y… ¿eso son huesos? Calaveras hu… —Se aclaró la garganta—. Humanas. —Apagó la linterna y se la metió en el bolsillo para poder secarse las palmas de la mano en los vaqueros—. He visto dos… dos calaveras.
—Mis dos hombretones —dijo Bleu con voz chirriante—. Sólo querían ayudar y están hechos trizas.
La llevó un rato recomponerse antes de poder hablar de nuevo.
—Los encontramos hace dos días y no sabíamos qué debíamos hacer. Al principio creíamos que estaban todos muertos, ¿por qué no íbamos a hacerlo? Seguramente se quedaron atrapados en una tormenta y entraron ahí en busca de refugio. Los alpinistas se pierden constantemente. Nadie los encuentra hasta el verano. Cuando comenzaron a moverse decidimos que sólo estaban heridos. Nunca hablan, ni siquiera cuando les gritas las preguntas. —Sacó una pistola del bolsillo y la amartilló—. Ayer había más. Quizá seis, quizá siete. —Apuntó al interior del túnel con su arma—. Están saliendo. —Disparó y el tiro de gran calibre reverberó por todo el valle, propagándose por las montañas como una serie interminable de portazos.
—¡Espera! —gritó Dick, dando un salto atrás, lejos del disparo—. ¡Espera! Necesitan atención médica, ya sabes, algo como un médico. No puedes… —Ella disparó de nuevo y él hizo una mueca de dolor—. Tengo que… tengo que llamar a la policía —tartamudeó él. Tenía el móvil en la mano.
—Buena idea —dijo ella. Apuntó cuidadosamente, dirigiendo el disparo a la frente del tercero, la tercera persona, ¿la tercera criatura? Dick no sabía cómo referirse a ellos. Apretó el gatillo y luego dejó caer el brazo, con la pistola todavía en la mano—. Nos vendría bien tener ayuda. Debemos regresar a la casa antes de que anochezca.
Él la siguió de vuelta. No sabía qué otra cosa hacer.