Hay algo ahí fuera… Lo he visto hoy, otra vez, abriéndose camino entre los árboles. Lo he llamado, pero no ha contestado. Algo está escalando la montaña pero no creo que sea humano, así que ¿qué es? ¿Qué es? [Notas de laboratorio, 21/03/05]
Nilla dejó de gritar. Abrió los ojos. Estaba tumbada sobre algo húmedo, algo frío y blanco. Nieve. Podía tener el cuello roto. Había caído sobre la ladera de la montaña con bastante fuerza. Sentarse tal vez era lo peor que podía hacer, podía romperse la columna.
Por descontado, nadie vendría a rescatarla. Clark no había intentado asesinarla. Había intentado salvarla. Sabía que el helicóptero estaba cayendo. Nilla lo había oído estrellarse con un estrépito y caer y deslizarse durante lo que parecieron horas mientras ella permanecía inerte sobre el suelo duro y frío mirando adelante.
Se sentó. Sus huesos todavía funcionaban. Le dolían las costillas de la hostia, pero sus piernas y sus brazos y, sí, su cuello, todavía estaban intactos. Había caído desde treinta metros de altura y había impactado contra el borde rocoso de la montaña y parecía que había salido bien parada.
Supuso que ya estar muerta tenía algunas ventajas.
Intentó orientarse. Estaba rodeada de árboles por todas partes, coníferas con nieve en polvo sobre las agujas. Justo por encima de las copas veía las estrellas y una tenue porción de la luna creciente. Si había alguna manera de saber dónde estaba el norte en función de la posición de la luna, Nilla no la recordaba. Estaba perdida. Perdida y sola en medio de la naturaleza en mitad de un continente asolado de cosas muertas. Aunque se hubiera roto el cuello, no habría estado en peor situación. Se sentó y trató de pensar qué hacer a continuación.
Fue entonces cuando divisó la luz. No era una luz normal, por supuesto, o la habría visto de inmediato. Era más acuosa, menos definida. Podía verla mejor con los ojos cerrados. Bueno. Allí estaba. Era el mismo tipo de luz que veía cuando miraba a la gente viva. Dorada. Perfecta. Prácticamente cada célula de su cuerpo estuvo de acuerdo. Acercarse a esa luz era un buen plan.
Su mente, extrañamente, coincidió. Quizá por primera vez en su breve memoria algo parecía ir bien. Había ido para encontrar la fuente de la epidemia. La energía que evitaba que ella muriera. Estaba segura al ciento por ciento de que esa luz etérea que irradiaba a través de los árboles era eso, el epicentro, la Fuente.
Se puso en pie de nuevo y comenzó a caminar. A escalar, en algunos sitios, con manos torpes, pero lo bastante fuertes para agarrarse a las rocas y las raíces de los árboles que estaban fuera de la tierra. Sus pies se hundían en la superficie deslizante, atravesando una capa de nieve de años, la acumulación de agujas de pino que había debajo y la tierra congelada que había aún más abajo. Tiró de sí misma hacia arriba por las pendientes, luego corrió, precipitadamente y sin pensar en los riesgos, abajo por la otra vertiente. Pasó por encima de montículos de piedras desnudas, erosionadas como si hubieran sido talladas a cuchillo por eones de viento. Se agachó bajo incontables ramas de árboles y se golpeó en la frente con aquéllas que no vio y le cayó montaña tras montaña de nieve helada por la espalda de su fina camisa de algodón.
Debería haber estado agotada tras los primeros doscientos cincuenta metros. Cada paso debería haber sido más duro, una nueva agonía. Pero no lo era. En todo caso, la ascensión era cada vez más fácil. Sentía su cuerpo mejor, más sano a cada paso que daba. En un momento notó un espasmo, un temblor en el cuello, y creyó que tal vez la había atrapado finalmente el colapso físico, pero no. Era la bala, la bala que el soldado hindú le había disparado en el tejado. Bajo las fibras musculares, los nervios y los capilares sanguíneos se retorcieron al unirse de nuevo. La masa de plomo inerte salió de su cuello con una pequeña y agónica explosión y al caer le golpeó con fuerza la muñeca. Echó el brazo atrás con una sacudida, pero hasta el dolor desapareció tras un segundo.
La luz que le llegaba a través de los árboles era mejor que la heroína. Era mejor que el sexo con un amante enamorado. Era mejor que beber agua después de tres días caminando por el desierto. Ella podía responder personalmente de eso último.
Casi había amanecido cuando sorteó un reborde de piedra y vio el valle a sus pies y la Fuente al fondo. Una luz fría y azul como la de una alucinación iluminaba el cielo de Bolton’s Valley, el lugar que el capitán Clark le había enseñado en una fotografía. El lugar que Jason Singletary le había enseñado con su mente.
Ella no era la única persona muerta que había encontrado el lugar. Una multitud, tal vez unos doscientos en total, estaban bajo la colina. Sus cuerpos vapuleados y desgarrados parecían relajados. Sus caras maltrechas estaban vueltas hacia arriba para captar la luz. Unirse a ellos era tentador. Aún era más tentador acercarse, ir a esa ardiente almenara.
Nilla se encontró abriéndose paso a codazos entre la multitud sin darse cuenta. Cuando uno de los cuerpos tosió y se aclaró la garganta seca, ella ni siquiera se sobresaltó.
—Muchacha, por favor, no te acerques más.
Nilla se volvió para mirar lo que había sido una mujer de mediana edad. Había sido una persona rellena, con el pelo largo hasta la barbilla sujeto en la nuca con una sencilla goma negra. Le quedaba muy poca piel y no tenía ojos. Nilla comprendió, mirándola, que todavía podía ver la luz de la Fuente.
Por supuesto, era Mael quien hablaba a través de ella.
—¿Por qué? —preguntó Nilla—. ¿Te preocupa que suba allí y apague esta cosa, como quería Clark? En realidad, todavía no he decidido qué haré. No he determinado quién soy. Nilla buena, Nilla mala. Aunque es como quiero averiguarlo. —Nilla cerró los ojos y sintió los rayos que desprendían calor expandirse en su interior, alimentándola y curándola. Oh, anhelaba tanto averiguarlo—. Tengo cosas más importantes que hacer.
—¿Ah, sí, muchacha? ¿Y qué es más importante que el fin del mundo? Contéstame eso. O no. Me queda poco que enseñarte, pero aquí va: no des un paso más.
—Por Dios, lo siguiente que me dirás es que tu dios no quiere que suba.
La mujer negó con la cabeza.
—Teuagh no es un dios. Es mi padre. Es el padre de todos nosotros. Cuando yo estaba vivo, los niños hacían lo que sus padres les decían, sin cuestionárselo. Creía que yo era como un padre para ti.
—¿De verdad? Porque yo creía que teníamos algo más parecido a un romance de amor-odio. Guau, ahora que lo pienso es bastante espeluznante. Bueno, escucha, no puedes detenerme. Si quiero subir allí, lo haré.
—Todavía no te enteras, Nilla. No voy a intentar detenerte porque tenga miedo de lo que puedes hacer. Tan sólo temo que te hagas daño. Ahora somos muy pocos. Tú, un tipo de Nueva York que se las ha arreglado solo, un tipo en Rusia que ni siquiera sabe dónde está. Tan sólo estoy tratando de proteger un recurso muy escaso, eso es todo.
Nilla abrió la boca para replicar, pero entonces vio los cuerpos carbonizados en el espacio abierto que tenía delante. Dio un paso adelante y notó que el calor de la Fuente aumentaba. Otro paso más y sería doloroso.
—Oh. —Lo comprendió de inmediato. La misma energía que la alimentaba podía abrasarla si se acercaba demasiado. No obstante, avanzar significaba aproximarse.
Pero entonces lo supo, como si su cuerpo supiera qué hacer incluso cuando su mente estaba nublada. Reunió toda su energía, restó su oscuridad, y se volvió invisible. La única cosa que ella podía hacer y los demás no. La única cosa que la hacía diferente. Al instante el calor desapareció. Dio un paso adelante, y otro, hasta que estuvo a la par de los cuerpos quemados y desfigurados que estaban desperdigados entre las rocas.
No sucedió nada.
Singletary estaba en lo cierto. Ella era la única de entre todos los muertos que podía ir a la Fuente. Comenzó a escalar.
Era una ascensión mucho más sencilla que la anterior, a pesar de que cada paso provocaba lluvias de piedras y tierra, trozos de colina erosionados que bajaban deslizándose, golpeteando y repiqueteando mientras se alejaban de ella. Aunque si bien los agarres para los pies no eran estables, los de las manos sí lo eran. En unos minutos llegó a la cima de la colina. Un estegosaurio pintado de verde, esculpido en hormigón, hacía guardia allí. Tal y como Singletary le había mostrado.
Dinosaurios. Estatuas de dinosaurios. Un tiranosaurio presidía el lugar, mientras que los velociraptores de tamaño humano miraban con malicia desde las esquinas. En medio de todo esto había un edificio derruido con un cartel pegado al lado de la puerta.
LA AVENTURA DE LOS DINOSAURIOS
SALA DE FÓSILES
Propiedad del doctor N. VRONSKI
Apertura: octubre de 2006
Se abrió la puerta y salió un hombre. Un hombre vivo. Estaba casi calvo, tenía diminutos e intensos ojos azules. Nilla caminó hasta él y aceptó la mano que le tendía. No tenía problemas para verla, a pesar de que era invisible. Debía permanecer invisible, si dejaba que su energía se manifestara siquiera un momento se calcinaría. Pero él la veía, igual que Jason Singletary.
Entonces lo comprendió. La visión que Singletary había compartido con ella no se había formado íntegramente a partir de éter. Había sido una comunicación, en vivo y en directo, entre este nuevo hombre y el psíquico. Él la había llamado. La había convocado.
—Nunca creí de veras que fueras a venir —dijo él, porque podía leer su mente. No parecía tan perceptivo con sus pensamientos como Singletary—. Por favor, pasemos dentro. —La condujo al interior de un edificio oscuro lleno de expositores de cristal. Algunos estaban vacíos, acumulando polvo. Otros tenían fósiles oscuros medio enterrados en matrices de piedra marrón o roja. En las paredes había colgados paneles explicativos.
—¿Es usted el doctor Vronski? —preguntó Nilla.
—Lo era —le respondió él—. Quiero decir… yo era paleontólogo, antes de que todo esto, bueno, ya sabe, comenzara. Por cierto, soy yo. Yo soy el imbécil que ha asesinado a la raza humana.
Nilla no sabía cómo contestar a eso.
—Usted es psíquico —dijo ella.
—Originalmente no. He tenido que convertirme en ciertas cosas, he tenido que hacer ciertos cambios en mí mismo para completar mi obra. Venga, por favor, por aquí. —Arrugó la frente. Le clavó la mirada y movió los ojos de izquierda a derecha como si estuviera leyendo algo escrito en su cara—. Es raro. No puedo averiguar qué quieres conseguir aquí.
Ya eran dos.
—Pero vas a matarme, ¿verdad? ¿Matarme y comerme? Es mucho menos de lo que merezco. Aquí. —La guió a lo alto de una escalera—. Aunque quizá quieras ver esto primero. La, mmm, erupción. O quizá… quieras algo de comer.
Nilla miró escaleras abajo. Había alguien más allí, o quizá eran dos personas que estaban muy juntas. Se acercaron a la luz y Nilla se quedó boquiabierta, verdaderamente horrorizada.
—Ésta es mi mujer, Charlotte. —La miró a los ojos y susurró—: Por favor, no digas nada sobre su aspecto. Es muy sensible.