El Pentágono está enviando tropas para ayudarnos ahora mismo, unidades de la 82.ª División Aérea, ah, puede que los haya oído, y también a la 10.ª División de Montaña, están entrenados para trabajar en las alturas. No sabemos si llegarán a tiempo… espere, ¿qué? No, nos quedaremos en el aire hasta que nos ordenen partir. Bueno, no me importa, Marty. No me importa, te puedes ir, está bien. Pero deja la cámara funcionando. [Denver’s 7, boletín de emergencia, 04/04/05]

Nilla quería reír, gritar de alegría por su huida. Salvo que el puñado de servilletas que tenía en la mano ya estaba empapado, una expansiva mancha roja crecía en el centro del vendaje improvisado.

—Shar —dijo ella. La chica seguía con la mirada fija adelante. El coche rebotó en un bache y la mano de Nilla se levantó por los aires. La sangre chapoteaba en el cuello de Charles—. Shar —dijo de nuevo—, tenemos que llevar a Charles al médico o morirá.

Shar aceleró, las montañas se alejaban por ambos lados, el desierto muerto y baldío consumía el paisaje a través del parabrisas. El Toyota chirriaba por la exposición al sol y las ruedas gastadas. Por la ventanilla rota un viento arenoso apaleaba la cara de Nilla y ondulaba las servilletas que tenía en la mano. Había cristales por todas partes, pero no tenía ninguna mano libre para apartarlos, la libre era la que utilizaba para sujetarse.

—Si muere, ya sé que no quieres oír esto, pero si muere, volverá. Volverá hambriento.

BIENVENIDO A DEATH VALLEY. La señal se agitó a su paso, casi demasiado rápido para leerla. Por la luna de atrás, Nilla no veía más que su propia columna de polvo.

—Tienes que aceptarlo, Shar. Puede que no haya forma de salvarlo. Sé de lo que estoy hablando. ¿Podrías decir algo, por favor? Shar, si muere y vuelve, será tan peligroso como el tipo sin brazos de antes. No vacilará, te atacará. Shar, ¿me escuchas?

La chica pisó el freno y el coche se estremeció al detenerse, propulsando a Nilla contra la parte de atrás del asiento. Cuando se paró por completo, el polvo las rodeó como una niebla marrón. Entró por la ventana reventada y se metió en la boca ya seca de Nilla, provocándole arcadas.

—Lo siento tanto.

La voz de Shar era minúscula en el interior del coche, casi se perdía en el ruido del motor y en la sonora cascada de cristales que se movían por el asiento de atrás.

—¿Qué? No entiendo —dijo Nilla.

—Yo lo cuidaré. Mira, lo siento mucho, mucho. —Shar estaba llorando. Estiró una mano y se aplastó el dorso contra la nariz—. Por favor, Nilla. Has sido muy amable conmigo. Quiero que sepas que me siento mal por esto. Pero no puedo… no puedo llevarte más lejos.

Nilla miró la nuca de la chica mientras se agitaba por la emoción. No hizo intento alguno de arrancar de nuevo. Nilla comprendía, naturalmente. Presionó las servilletas en la herida de Charles lo mejor que pudo y le puso el cinturón de seguridad alrededor de ambos brazos, por si acaso. Luego, abrió la puerta y descendió a la fracturada superficie del desierto. El coche se alejó de ella tan pronto como cerró la puerta, Charles y Shar se dirigían al este sin ella. En un minuto desaparecieron en el resplandor que emergía de la ardiente arena.