La persecución «más larga» en el desierto de Nevada culmina con un resultado truculento
Hallado un cadáver incompleto, que se teme que sea Shawna, a la espera de ser identificado. [CNN.com alerta noticias de última hora, 17/03/05]
Un vistazo a la sangre de la camisa de Nilla y la metieron en una sala de examen de inmediato, en realidad no era más que un cubículo delimitado por separaciones móviles, con el tamaño justo para una cama estrecha. Fuera, los quejidos de los heridos y los enfermos no cesaban nunca. Las sombras cruzaban la cortina de separación, el techo acústico sobre su cabeza. Una enfermera con una chaqueta de osos pandas entró y le puso una pinza de plástico en el dedo, pero no le dio tiempo a conectar la máquina a la que estaba unida antes de que la llamaran. Cuando se dio la vuelta, vio que en la parte de atrás de su chaqueta había la huella de sangre de una mano.
Nilla oyó gritos un minuto después y lo que debía de ser un disparo. Después de un buen rato conteniendo el aliento y esperando a oír qué sucedía a continuación, un camillero de uniforme blanco retiró la cortina y entró a toda velocidad.
—Lamento muchísimo todo esto, señora —dijo él. Hablaba con acento antillano, sincopado y musical. Llevaba la cabeza afeitada y parecía exhausto. Alrededor del brazo llevaba incontables cintas de grueso nailon amarillo. Abrió una por el velcro y comenzó a meterla por la estructura de barras de metal de la cama.
—Eso no es necesario —dijo ella mientras él cerraba la correa alrededor de su muñeca izquierda. Un chorro helado bajó por su espalda y su cuerpo se estremeció. La cabeza le latía.
Él se limitó a negar con la cabeza.
—Se las ponemos a un montón de gente, señora, sólo estoy haciendo mi trabajo. —Se mordió el labio antes de inmovilizar su muñeca derecha, tal vez preguntándose si ella iba a resistirse. La idea no había cruzado por la mente de Nilla hasta ese instante—. Creemos que es la rabia.
—¿Rabia? ¿Creen que es la rabia? —repitió ella con voz aguda—. ¿Qué demonios está pasando? ¡Ni siquiera he visto a un médico todavía! —El miedo repiqueteó en el interior de su vacío, la desesperación de estar aprisionada en una sala llena de lunáticos babeantes. ¡Eso era un hospital, maldita sea! Se suponía que debían ayudarla—. ¡Aléjate de mí!
—Señora, tiene una marca de mordedura de manual en el hombro —le dijo con voz suave e infinita delicadeza—. Señora, también tengo una mordaza. No hará falta si coopera.
Sin embargo, fue el segundo disparo lo que la convenció. Ambos levantaron la vista, y cuando sus ojos se encontraron, ella supo que lo decía absolutamente en serio. Algo estaba sucediendo fuera, algo malo, y el camillero no sabía más que ella, pero tenía la intención de acabar su tarea de una forma u otra. Le ató los tobillos y luego se volvió para marcharse.
—Gracias, señora —susurró él, como si no supiera qué otra cosa decir.