Si tuviera más tiempo para cerciorarme. ¿Con qué estoy lidiando aquí? Esta mañana he manipulado el campo durante tres segundos. Podía sentir cómo se agrupaba, su calor en las manos. Cálido, agradable. Estimulante. Esto es una locura, ¡estoy loco! Ya no soy un científico, soy un hechicero, pintando sonajeros rojos y traqueteantes en el fondo de la cueva. Aunque… funciona. [Notas de laboratorio, 04/09/04]
En una cocina en desuso llena de polvo y arañas, Nilla tropezó con una mujer obesa cuyas piernas habían sido roídas hasta mostrar fragmentos dispersos de hueso. El cadáver seguía intentando levantarse, ponerse en pie cogiéndose a la mesa que tenía sobre ella. Se elevaba unos centímetros del suelo y volvía a caer, con un crujido tartamudo, sólo para intentarlo una y otra vez.
Nilla cogió una lata de remolachas de tamaño industrial y golpeó la cabeza de la mujer. Luego se sentó en el suelo, al lado de la mujer dos veces muerta, y trató de pensar qué hacer a continuación.
Le estaba costando comprender qué estaba sucediendo. Al menos una parte tenía que ver con la luz. Estaban encendidas las luces de emergencia de la prisión por todas partes y tenían la potencia suficiente para permitirle ver dónde estaban las puertas y las salidas. Pero las luces aparecían en ángulos extraños, y eran lo bastante tenues para que cuando te acercabas a alguien en un pasillo no fuera más que una sombra borrosa. Era imposible saber si estaban vivos o muertos.
Nilla. Nilla, háblame. Puedo sacarte de aquí si me hablas.
Ella se incorporó, de repente estaba prestando atención. La voz de Mael se había suavizado. Al principio las intrusiones de Mael en su cabeza habían sido zumbidos, repiqueteantes torrentes de sonido. Ahora casi sonaban como sus propios pensamientos. Era difícil resistirse a él, más difícil de lo que lo había sido antes. Estaba descubriéndola, aprendiendo sus botones, sus resortes. Estaba profundizando en su mente, y ella no estaba segura de que pudiera sacarlo sin hacerse daño en el proceso.
¿Y era algo malo? No podía evitar preguntárselo. Estaba casi segura de que él estaba loco, pero al menos, en medio de su locura, había un sitio para ella.
¿Por qué te escondes de mi, muchacha? Creía que al fin nos estábamos llevando bien. Di algo, ¿lo harás? Di algo para que pueda averiguar dónde estás. Después podré ponerte a salvo.
Ella mantuvo la boca cerrada. Todavía no estaba segura. Había tanto de sí misma que ya no podría encontrar… Había habido un ser humano completo, alguien con una personalidad propia, con gustos y manías y creencias y actitudes y, y, y… recuerdos. Había habido recuerdos, y ahora estaban escondidos. Aquella persona se había parado. Cuando ella murió, esa persona dejó de funcionar. Esos recuerdos habían sido bloqueados, escondidos tras un muro que ella parecía incapaz de echar abajo.
¿Se habían perdido esas cosas para siempre? ¿Recuperaría alguna vez sus recuerdos? Mael le había prometido su nombre. Ella necesitaba saber quién había sido. Si supiera, por ejemplo, si había sido una buena persona, una persona amable, o había sido un poco malvada, un poco mala. Si supiera eso, quizá sabría qué hacer a continuación.
Muchacha. ¿Acaso no sabes que soy tu amigo? ¿A estas alturas no lo sabes? He hecho tantas cosas por ti. ¿Así es cómo me lo pagas?
Jason Singletary podría haberle contado la verdad, pero ahora estaba muerto. Dos veces muerto. Ella y Dick habían devorado su cerebro, entre los dos. Era lo más cercano a la misericordia que tenía para ofrecerle.
Pensó que quizá había comenzado de nuevo. Que morir la había liberado del lastre de tener un pasado. O quizá le había dado una misión, la misión de construirse desde un borrador. Quizá había sido traída de vuelta por alguna razón, pero no la de Mael. Sin duda Jason Singletary lo creía. Ella era la única, le había dicho, que podía ir a ese lugar. El lugar de las montañas, ese lugar en el fin del mundo. El lugar que el capitán Clark le había enseñado en una fotografía. Era una pena que nadie pudiera decirle qué se suponía que debía hacer allí. Se puso en pie lentamente y se sacudió el polvo de los pantalones. Abandonó la cocina. Giró a la izquierda a la primera ocasión, porque parecía que recordaba que cuando estabas perdido en un laberinto, tenías que girar siempre a la izquierda. El pasillo que tenía delante era largo, oscuro y frío. Desde ese extremo alejado, vio un rectángulo de luz pálida. Avanzó hacia allí. Se sintió atraída hacia allí.
—Estoy aquí, Mael —dijo en voz alta. Porque le debía eso al menos—. Aunque por el momento voy a buscar mi propio camino, si no te importa.
Nilla, ¡al fin! Creía que estabas muerta. Bueno, por supuesto que sí que me importa mucho, la verdad. Tenemos cosas que hacer. Gira a la derecha en la próxima intersección, muchacha. Es una orden.
—No estoy segura de esto —replicó Nilla—. He visto lo que tus muertos le hacen a los vivos. Me parece bastante cruel. E innecesario. Si quería matarlos a todos, ¿por qué tu dios Teuagh no derretía los polos o disparaba todas las armas nucleares? ¿Por qué despertar a los muertos? Es tan desordenado, tan ineficiente. ¿Me estás diciendo que no se le ocurrió nada mejor?
Yo no cuestiono su forma de hacer las cosas.
—Lo que significa sencillamente que no lo sabes.
La voz de Mael se volvió un poco más tensa, un poco más brusca. Decidió que lo había pillado. Al menos un poco. Eso ya era una especie de victoria en sí misma.
Si ahora vas a decirme que no crees en el Padre de los Clanes, preferiría que te ahorraras la saliva.
—No es que no vaya a necesitarlo para nada más. Mael, necesito tiempo para pensar. Un poco de espacio. Quiero que sepas que no se trata de ti. Soy yo.
Su respuesta le golpeó las costillas con fuerza suficiente para hacerla aullar por la sorpresa y el dolor. Algo, algo muerto, había ido a por ella rápido y con fuerza. No era Dick. Tenía brazos, brazos que se cerraban alrededor de su cintura, brazos insensibles que la partirían en dos si no hacía algo.
Nilla hizo algo.
Volviéndose a un lado se dejó caer al suelo como un paquete de harina, deslizándose entre el anillo de esos brazos aplastantes. A la vez, le pateó con una pierna, aplastando una rótula con el tacón de su zapato. Insensible, la cosa muerta se abalanzó sobre ella de nuevo, levantándose en la oscuridad, roto, pestilente y andrajoso, los músculos desgarrados y devastados convulsionándose, golpeando, descendiendo para hacerla pedazos.
Nilla alargó un brazo, notó pelo y agarró. La cosa muerta pivotó y arañó y golpeó el aire, pero Nilla la mantuvo lejos de sí y evitó lo peor de su ataque. Tirando y gruñendo, arrastró a la criatura muerta hacia la puerta, en dirección a la luz. Tenía que darse prisa y obligó a sus músculos a obedecerla, a darle una cierta coordinación mientras tiraba del pelo apelmazado por la sangre. Metió la cabeza de la cosa muerta bajo la axila, empujó de nuevo y reventó su cráneo contra el marco de la puerta.
El cráneo de la cosa muerta se abrió y todo movimiento se esfumó de sus aleteantes extremidades. Nilla la dejó caer y avanzó hasta la luz, su cuerpo le chillaba, cada músculo de sus brazos y su espalda desgarrado por el esfuerzo. Después bajó la vista hasta la cosa.
Shar le devolvió la mirada.
Era ella, sin lugar a dudas, era ella. Nilla no tenía la menor idea de cómo había muerto la chica. En realidad tampoco importaba. Había muerto y había regresado, y Mael había sido lo suficientemente listo como para convertirla en una de sus marionetas. Nilla apretó un nudillo contra su labio inferior, tratando de no vomitar. Cuando dejó de temblar, miró al techo. Como si él estuviera allí, en algún lugar en el cielo. Del mismo modo que cualquier otra persona hubiera levantado la vista para hablar con Dios.
—Esto es todo, ¿no? Esto es todo lo que tienes para ofrecer. Cosas muertas luchando en la oscuridad. Hiriéndose unos a otros. Bien, que te jodan. He acabado contigo.
Él no volvió a hablar con ella. Quizá sabía que no era lo mejor, o tal vez ella había desconectado la parte de su cerebro que lo escuchaba. Al otro lado de la puerta había una escalera que conducía al piso superior. En lo alto, una puerta se abría a la oscuridad. Cuando, finalmente, los ojos de Nilla se habituaron, vio estrellas. Nubes. El cielo nocturno. A su izquierda, un zumbido y explosiones de motor. Miró a su alrededor y vio las aspas en marcha de un helicóptero.