Para: DarkGothKiller14@hotmail.com

De: xxXHomerclesXxx@battle-net.com

Re: Mamá está bien, sólo un poco asustada

Así que deja de llamar a todas horas, vale? Sin noticias de papá/la zorra madrastra, pero te informaré. No vengas aquí, pq Ohio está mal según la tele. Cuídate, hermano.

Paz

Ted

[Mensaje no entregado guardado en el servidor mail@battle-net.com, 12/04/05]

Clark depositó una hoja de 28x43 en la mesa. Mostraba el mapa de Estados Unidos con la telaraña de Vikram superpuesta encima en varios colores.

—Nuestros estudios de epidemiología han arrojado estos resultados. —Buscó la mirada de Dunnstreet y luego la del civil. Tenían que escuchar con mucha, mucha atención. Esto lo cambiaría todo—. Originalmente estábamos trabajando bajo la hipótesis de una enfermedad infecciosa. Es decir, que la epidemia es un patógeno que se propaga por el contacto directo con los fluidos corporales de los individuos infectados. Creíamos que había comenzado en la prisión de Florence y luego se había extendido a California a través de un miembro del personal que estaba allí de vacaciones. La cadena de pruebas parecía correcta y creíamos que comprendíamos cómo funcionaba esta cosa.

Por supuesto que él había buscado un patógeno. Era para lo que estaba entrenado: terrorismo biológico. Recordaba cómo había reconvenido al ayudante del alcaide Glynne por permitir que los disturbios de la prisión siguieran durante tres días antes de llamar. Glynne había dado por sentado que estaba buscando un nuevo y especialmente nocivo tipo de droga. Las drogas eran un problema serio en la cárcel, así que drogas eran lo que buscaba.

La vergüenza subió por la garganta de Clark y se extendió por sus mejillas. Debería haber sido más flexible, más abierto a otras posibilidades. Había muerto un número incontable de gente porque él había cometido el mismo error, porque había dado por sentado que la epidemia tenía que ser una enfermedad.

—Luego, a algunas personas muy inteligentes se les ocurrió poner estos datos en una hoja de cálculo y vean lo que salió. Lo que tenemos ante nosotros no es una enfermedad infecciosa en absoluto. Sea lo que sea se expande con un patrón radial, algo que ningún agente biológico hace jamás, se propaga como las ondas de sonido o de radio, sólo que mucho, mucho más lentamente. —Señaló algunas manchas del mapa, lugares separados por cientos de kilómetros pero que habían sido tomados por los infectados en el mismo día, a la misma hora—. Emana de algún lugar por aquí, en las montañas Rocosas, y se expande hacia fuera en todas las direcciones como una ola en una laguna. Nada lo detiene, nada puede protegerse de ello. Adonde llega la punta de esta ola, los muertos regresan a la vida y atacan a los vivos.

—¿Los muertos? —preguntó el civil. El regocijo iluminó su cara.

—Los muertos. —Hora de afrontar los hechos. Desirée Sánchez finalmente le había demostrado su argumento, y todo al coste de su vida. ¡Basta! La culpa no iba a brindarle lo que necesitaba—. No sé qué hay aquí —puso el dedo en el punto de las montañas que tenía que ser el epicentro del apocalipsis—, pero estoy seguro de que está provocando este desastre. —Tensó la espalda y dejó la mirada perdida—. Bueno. Si algo se pueda desatar, tal vez se puede contener.

—¿Cree que puede detener la epidemia? ¿Quiere pararla? —preguntó Purslane Dunnstreet, sonando consternada.

—¿Detenerla por completo? ¿Los muertos se desploman sin más y no se levantan de nuevo, nadie más se levanta de la tumba y nosotros nos quedamos con el largo y doloroso proceso de reconstrucción? —preguntó el civil, con las adjudicaciones de contratas brillando en sus ojos.

Clark cruzó los brazos a la espalda.

—Sí.

Sí.

Lo había dicho. Había sugerido que tal vez había una vuelta atrás. Un camino de salida del Armagedón. Esto era todo. La última oportunidad para la humanidad y se podía hacer en su patio trasero con un puñado de hombres.

Esperó pacientemente su respuesta. Era mucho para creérselo de una vez.

—Así que está diciendo —dijo Dunnstreet muy, muy despacio— que no quiere participar en la defensa del Potomac. —Ella volvió a sus gráficos—. Tengo una compañía elegida para usted en particular, capitán. Una compañía toda suya.

A Clark se le cayó el alma a los pies y se le notó en la cara. Tras décadas de guardarse sus sentimientos para sí mismo, esto era demasiado.

—Purslane, creo que tal vez hemos cubierto suficiente por hoy —intervino el civil, levantándose de la silla.

—Capitán —continuó Dunnstreet, ignorándolo—. Puedo comprender que mis órdenes de batalla lo asusten. Lo entiendo, de verdad, sé lo que es temblar ante una tarea de envergadura. Espero que lo reconsidere. No obstante, ¿podría hacer una cosa por mí antes de marcharse? ¿Rezaría conmigo por nuestra nación?

Sin quitarle los ojos de encima, ella se puso de rodillas en el suelo. Entrelazó los dedos en una tensa y huesuda bola y le clavó la mirada profundamente con ojos ingenuos e inocentes que en su cara de porcelana parecían ostras crudas en un plato.

—Bueno, ¿usted también? —preguntó ella.

El civil gruñó y se arrodilló. Fulminó a Clark, que seguía en pie, con la mirada.

—Ven aquí, idiota —le susurró—. ¿Quieres ser etiquetado como infractor religioso?