pdeis aydar? Tnems 3 muertos fuera, + n kmino. X fvr, ants d q sea dmasiado trde!!1 [Mensaje SMS de spam, Evergreen, OR, 11/04/05]
Un viejo mapa dividido en cuadrantes ondeaba sobre la mesa de madera, levantando las motas de polvo bajo la pálida luz de la oficina.
—Aquí, caballeros, ven el río Potomac. Es tan maravillosamente oportuno que mi nuevo Ejército del Potomac cambie por completo la visión de esta amenaza. He pensado a menudo en esta ironía, sobre todo durante la revisión de los borradores cinco y seis, que parecen los más adecuados para la situación actual. Las revisiones siete, ocho y nueve dan por hecha la insurrección de los anarquistas en la frontera con México. No tengo la sensación de que eso tenga nada que ver ahora, no.
La cara paralizada por la tóxina botulínica de Purslane Dunnstreetno podía mostrar los años de pequeñas tensiones, las marcas de las décadas que había pasado agachada sobre diagnósticos de situación y análisis clasificados de la fuerza de las tropas y mapas de artillería, todos los años que había sido ignorada en su casillero infestado de moscas donde la luz que entraba por la ventana era del color de las manchas de tabaco viejas e incluso la radio se sintonizaba mal. Los contornos helados de sus ojos no podían mostrar la naturaleza obsesiva de su tarea, o los millones de pequeñas frustraciones que los años debieron traerle. La enervación mental de planificar, planificar y revisar y volver a imaginar y redactar borradores, reescribir y compilar informes de quinientas páginas que con toda seguridad serían mirados por encima antes de ser archivados en los pasillos de atrás del Pentágono, en los subsótanos de la Casa Blanca, pero sobre todo, la fatiga de la salud sólo por trabajar en ello, dedicando cada momento de la vigilia obsesionada con la idea de que nadie la tomaría nunca en serio. Esa tensión no podía manifestarse en su rostro.
En cambio se reflejaba en sus dedos.
Se tocó el cuello y suspiró alegre.
—Sinceramente estaba empezando a dudar de que nunca llegara a ser necesario invocar la Orden de Batalla Máxima Provisional Basada en la Fe. Supongo que los boy scouts estaban en lo cierto después de todo. «Estate preparado», realmente es lo más esencial. —Agitó los dedos en el aire y el estómago de Clark se revolvió.
Apéndices delgados, blancos, como gusanos, extensiones de carne que se retorcían unas alrededor de las otras en complejas formas. No bastaba con decir que se retorcía las manos de excitación mientras exponía su Gran Idea sobre la mesa que tenían delante. Anudaba sus dedos pastosos, hacía crujir sus nudillos produciendo un sonido como si hubiera aplastado ratoncitos con los pies, tamborileaba con los dedos sobre la mesa tan rápido que su manicura francesa se desdibujaba mientras Clark la observaba bailar.
—El Nuevo Ejército de Ciudadanos barrerá esta zona y subirá a través de Georgetown, coartando cualquier avance. La ciudad será asegurada. Y luego proseguirá hacia Nueva York. —Un mapa rebotó por la mesa, mandando una oleada de aire frío a la cara de Clark.
Se espabiló. Había quedado tan subyugado por los dedos que se había perdido casi todos los detalles del plan. Pero se había enterado de lo esencial.
El plan imbatible de Purslane Dunnstreet hubiera funcionado a las mil maravillas contra una invasión de tropas de asalto nazis. Quería columnas enteras de vehículos blindados aparcados en la circunvalación. Quería convocar a todos los integrantes del cuerpo militar, regulares y reservas, que pudieran llegar a tiempo como una sola fuerza aplastante para proteger Washington mientras el resto del país quedaba indefenso. Quería que se sobrevolara constantemente D. C. y se realizaran bombardeos nocturnos. Tenía provisiones contra insurgencias de quintacolumnistas y un plan de contingencia para dar información falsa a los espías que pudieran surgir. Quería asaltos de comando en las fortalezas de los enemigos y que una red de resistencia se levantara en todos los territorios ocupados.
Ni una sola parte de su plan tenía sentido cuando se aplicaba a una horda de civiles estúpidos y desarmados que superaban a las unidades militares en una proporción de uno a cien.
Los infectados no enviaban espías a tu territorio. No tenían fortalezas, ni siquiera puestos de avanzada. Podías bombardearlos hasta hacerlos papilla y otros surgirían en masa para ocupar su lugar.
Clark le echó un vistazo al civil, que estaba limándose las uñas con un diminuto cortauñas colgado de un llavero. El civil debió de comprender la expresión de la cara de Clark. Se encogió de hombros por respuesta.
Cuando Dunnstreet concluyó al fin su presentación, fue a las impresoras y les entregó a cada uno un grueso documento, todavía caliente y oliendo a tinta. Clark hojeó su copia. Halló cientos de páginas con información sobre cómo lidiar con saqueadores en un caso de ley marcial.
—Su Documento de Parámetros Operativos, caballeros. Por favor, no lo pierdan. Sería una fisura importante en la seguridad nacional. Define los poderes que asumirán y las herramientas y el equipo que requisarán en defensa de la libertad.
—Es como el catálogo de productos electrónicos Sharper Image —el civil sonrió con malicia—, pero con más gas nervioso.
Clark pasó las páginas hasta el final del documento. Un voluminoso capítulo se ocupaba de cuándo estaba justificado el uso de fuerza letal contra ciudadanos sanos y cuando no. Básicamente cuando quisiera, dedujo por lo que leyó. Tan sólo necesitaba saber qué código de tres cifras utilizar más tarde al rellenar el formulario posterior a la acción. Clark lo depositó cuidadosamente en la mesa, alineado con el borde.
Se aclaró la garganta. Era hora de volver a la realidad. Forzó su mente a ponerse en blanco para poder hacer el salto.
—Muchas gracias por la presentación, agente Dunnstreet —dijo levantándose de la silla—. Tengo información que me gustaría enseñarle personalmente. —Abrió los cierres de su maletín y sacó los papeles que Vikram le había preparado.
—Me gustan tanto los datos crudos —anunció Dunnstreet, retorciéndose los dedos juntos, a la altura del hombro, hasta que se separaron con un ruido seco.