¡Ciudad yanqui dormida despierta al asesinato!
Selkirk, KS, «Escenario de carnicería» cuando una concentración de fanáticos de las motocicletas es atacada por los locales [thesun.co.uk, 22/03/05]
Tres helicópteros haciendo guardia alrededor de la prisión parecían suspendidos en columnas de resplandor mientras sus focos rastreaban el terreno que rodeaba el correccional de máxima seguridad Florence. Su escalofriante ruido había sustituido los sonidos nocturnos habituales de cigarras y ranas. Un cuarto helicóptero, más grande y más oscuro, entró para aterrizar y Bannerman Clark estaba esperando.
—Bienvenido a Colorado —dijo él, saludando a los jóvenes hombres y mujeres que descendieron. Eran los investigadores del USAMRIID, el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de Estados Unidos, el centro principal de defensa contra armas biológicas del ejército en Fort Detrick, en Maryland. Parecía como si prefirieran lamerse las suelas de las botas unos a otros antes que acercarse un poco más. Clark se había quitado la gorra de plato y la había sustituido por un gorro de ducha de plástico. Llevaba guantes de látex en las manos y una mascarilla quirúrgica colgando alrededor del cuello.
—Todavía no conocemos los parámetros que tenemos, así que estamos siendo precavidos —explicó él—. Tenemos que dar por sentado que todas las personas de este complejo están comprometidas. Por favor, sigan al sargento.
Los investigadores desfilaron obedientemente a través de una garita de acceso definida por dos vallas de alambre de espino al interior de su nuevo hogar. El 8.º Escuadrón de Apoyo Civil no había perdido el tiempo a la hora de establecer un laboratorio temporal para los de la guerra biológica, habían tomado posesión de los terrenos de la prisión para instalar los diez tráileres dobles bajo tiendas de presión positiva con centros de descontaminación en cada acceso. El contingente de USAMRIID estaba acostumbrado a este tipo de confinamiento, ya que todos contaban con certificados de medidas preventivas de bioseguridad de nivel cuatro, y todos mantuvieron la cabeza baja mientras los conducían hacia el lugar donde recibirían la orientación básica.
Un hombre permanecía en el helicóptero grande y Clark quiso averiguar de quién podía tratarse.
—Hola, Bannerman, ¿eres tú, viejo amigo? —preguntó el hombre, entrando en la zona iluminada por la rampa de salida del aparato. Llevaba un uniforme del ejército con un turbante y una poblada barba blanca, sus ojos centelleaban a la luz.
—Vikram, Vikram, ¿qué es de tu vida? —Clark se echó a reír, contento de ver a un amigo a pesar del siniestro escenario.
El comandante Vikram Singh Nanda y Bannerman Clark habían hecho carrera juntos, comenzando en la división de ingenieros en Vietnam. Habían pasado de verde a caqui a la vez y, según se cuenta, recibieron sus cargos en la misma ceremonia.
Habían perdido el contacto a lo largo de los años, pero Clark se enteró de que Vikram había terminado en Fort Detrick y había albergado la esperanza de que surgiera la oportunidad de retomar el contacto. No esperaba que su viejo colega apareciera en persona.
—He oído que tenías un problema muy, muy serio aquí, en tu Colorado, así que he venido. Qué menos. He solicitado esta misión. —Clark no daba crédito a su suerte; tener a Vikram Singh Nanda a cargo del equipo de guerra biológica era sin duda un as en la manga. No obstante, su sonrisa no duró mucho, porque un momento más tarde la cara de Vikram se transfiguró—. Es serio, ¿verdad?
Clark asintió con la cabeza.
—Te lo contaré todo de camino. Salgo hacia California esta noche. Puedes venir conmigo si no te importa el jet lag. Es un virus, o eso creemos. Los síntomas son ataxia, afasia y demencia aguda. Las víctimas manifiestan comportamientos agresivos… que incluyen canibalismo. —Vikram se quedó boquiabierto y Clark asintió dándole la razón—. Para ponerle la guinda al pastel, también tiene un periodo de incubación de tan sólo unos cuantos minutos. Sí, es serio.
Vikram negó con la cabeza con preocupación.
—Jamás había oído que sucediera algo similar en la naturaleza. Este tipo de efectos debería tardar meses en manifestarse. Dios no crea algo tan virulento sin más a menos que… a menos que creas que ha sido manipulado para ser utilizado como arma.
Bannerman Clark asintió discretamente porque todavía no quería decirlo en voz alta. Él había llegado a la misma conclusión. Un patógeno que podía destruir la mente de un ser humano y volverlo en contra de sus amigos y compañeros de trabajo con intenciones homicidas en un plazo de minutos tenía que ser el arma terrorista definitiva.
—Tenemos este sitio cubierto y de momento es bastante seguro —dijo Clark, señalando la valla doble de alambre que el 8.º Escuadrón de Apoyo Civil había levantado alrededor de todo el recinto de la prisión al margen de las propias rejas de la cárcel—. Dispongo de imágenes digitales topográficas y de un apoyo por satélite tan afinado que puedo ver cada bellota que esconde una ardilla en un radio de treinta kilómetros. Tengo tropas aéreas y terrestres vigilando cada esquina de este lugar.
—Entonces, amigo mío, ¿por qué pareces tan asustado? —preguntó serenamente Vikram.
Clark le pegó una patada al polvo, frustrado. No era un modo demasiado eficiente de descargar su rabia, pero llevaba veinticuatro horas despierto sin comer y la situación estaba empezando a dominarlo.
—Porque el alcaide de esta prisión bien podría haberse llevado el virus cuando se fue de vacaciones tres días atrás. Todo esto —dijo Clark, señalando las vallas, los helicópteros, los laboratorios móviles— podría no ser más que mi forma de cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya ha huido.