P: He oído que existe una vacuna, pero que el gobierno se niega a distribuirla libremente hasta que haya sido probada a fondo. ¡Pero la necesitamos ahora!

R: En cualquier crisis hay rumores que desafían el descrédito, pero tienes que asumir que si algo parece demasiado bueno para ser cierto, probablemente lo es. No existe vacuna. Si alguien intenta venderte una vacuna, denúncialo de inmediato a las autoridades.

P: Mi madre/hermano/hermana/abogado estaba en California, en uno de los campos de realojamiento el 8 de abril, el día que anunciaron que California estaba tomada. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que tengamos noticias de los campos?

R: En la actualidad no lo sabemos. Se están haciendo todos los esfuerzos posibles para reasegurar California, pero por ahora todo lo que podemos hacer es esperar y rezar.

[Página web «Datos contrastados sobre la crisis» de FEMA, apartado de preguntas frecuentes, publicada el 09/04/05]

—Eran civiles. No puedes volarle la cabeza a civiles norteamericanos sin más…, es una jodienda. Antes decía que sólo era una enfermedad, que podía haber cura.

—Sí, los oficiales dicen un montón de cosas. Acostúmbrate.

Bannerman Clark abrió los ojos y vio sus pies sobresaliendo por el extremo del jergón, sus pies cálidos y secos en los calcetines del uniforme. Vio el lugar en el que había zurcido un agujero en el calcetín izquierdo, vio la protuberancia angular de su dedo gordo bajo el fino tejido, como algo tallado en madera suave. Se dio cuenta de que alguien debía de haberle quitado los zapatos.

Se sentó y los vio colocados pulcramente al lado del jergón, alineados de manera que pudiera ponérselos nada más levantarse. Los habían lustrado y les habían cambiado los cordones.

—¡Algunos eran niños! Un montón… un montón eran niños. Nos piden mucho. Primero la reducción, luego las ampliaciones de servicio y descansos y la supresión de la libertad, y ¿qué pasa a continuación? ¿Nos quedamos aquí y hacemos guardia para siempre? ¿Vivimos aquí, en una cárcel, cuando el resto del mundo está muerto?

—¿Tienes otro lugar al que ir?

Había soldados al otro lado de la puerta, cotilleando. Como habían hecho los soldados durante los últimos mil años, desde que se inventó la guerra. Clark no estaba muy preocupado por sus críticas.

Había tenido un sargento segundo en Vietnam, en el pasado, cuando recibía órdenes de sargentos segundos, que sonreía y mostraba sus dientes blanquísimos cada vez que oía a un soldado quejándose del estado de las bases de apoyo o de las patrullas por la selva o de lo mucho que había llovido la noche anterior.

—Un soldado que tiene tiempo de criticar —le había dicho a Clark—, es un soldado feliz. Es cuando no hablan en absoluto cuando tienes que tener ojos en la nuca.

Sargento Willoughby, así se llamaba el hombre. Si tenía un nombre de pila, nunca se lo había dicho a los del rango de Clark.

Metió sus estrechos pies en los zapatos y se los ató fuerte, con el aliento contenido en el pecho mientras se agachaba. Eso era la edad. No parecía estar herido o enfermo. Levantándose con cuidado para evitar marearse, miró a su alrededor en busca de su gorra. El gorro de combate había desaparecido y había vuelto a su gorra de plato de uniforme. Un mensaje del sargento Horrocks. Se había acabado la hora del gatillo y la sección había sido reasignada a las tareas de guarnición, lo que significaba uniformes apropiados y una cadena de mando más rígida. Clark le sonrió a su gorra. La elegancia del mensaje le gustó. Un buen sargento de sección debía ser mitad Mussolini mitad Martha Stewart, y Horrocks era un excelente sargento de sección.

—Dicen que las tropas han desertado por todo el Medio Oeste. Han vuelto con sus familias. ¿Te lo puedes creer? Yo lo pensé en Irak, creo que todo el mundo lo pensaba. Solíamos hablar de ello al apagar las luces, incluso hacíamos planes. Nadie lo hizo nunca. Te hubieran pegado un tiro.

—Todavía seguirás haciéndolo, no te engañes. Mantén la nariz limpia, el culo seco, la cabeza gacha. Tú viste los cuerpos que sacaron de ese contenedor Conex. Tío, no me hables de esa mierda. Ni siquiera me mires mientras lo estás pensando.

Clark aguzó los oídos. ¿Deserción? ¿Habían llegado a eso? Vikram tendría más información. Se abotonó la camisa del uniforme y se puso la gorra. Era hora de volver al trabajo. Se sentía extrañamente bien, al menos descansado, quizá realmente lo único que necesitaba era una siesta. Debería sentirse devastado, pensó. Debería estar consumido por la culpa. No sólo había disparado a una de sus soldados, e incluso si estaba muerta ella había sido…

Muerta.

Ella había muerto mientras él miraba, y luego se había levantado y había cojeado hacia él. Por supuesto, insistía su lado racional, ella estaba infectada, no muerta. Estaba cubierta de fluidos y tejidos del hombre infectado, cuyo cerebro Clark había, bueno, triturado, así que evidentemente ella estaba infectada, incluso aunque, aunque él en persona la hubiera visto desangrarse. Incluso aunque él mismo la hubiera visto morir.

Necesitaba pensar en ello. Necesitaba considerar todo lo que implicaba. También necesitaba quitárselo de la cabeza de inmediato si tenía que seguir funcionando.

—¡Chsss! Lo oigo acercarse hacia aquí, cierra el pico, ¿de acuerdo?

Clark se aclaró la garganta discretamente y abrió la puerta de la oficina del alcaide. En el pasillo que había al otro lado los dos policías militares estaban en posición de firmes pegados a una pared de acero con la pintura de color marrón desconchada. Sus saludos fueron perfectos.

—Descansen —ordenó Clark, y ellos relajaron gradualmente—. Ustedes dos, vayan al DCAF si tienen hambre, por ahora estoy a salvo, gracias. —Se dio media vuelta en dirección opuesta, hacia el centro neurálgico de la prisión.

Por el camino pasó al lado de una ventana y se sorprendió al ver que fuera había oscurecido. ¿Había dormido tanto tiempo? Normalmente se despertaba y dormía con la exactitud de un reloj. En el patio de la cárcel había soldados con linternas de luz roja haciendo barridos en el espacio abierto entre las alambradas.

Hasta el momento ningún infectado, ¿muerto?, se había internado en el valle de la prisión, pero era inevitable. Podían estar ahí fuera incluso ahora, arrastrándose hacia el calor y la comida atrapada en el interior del recinto. No podía verlos en la oscuridad, por supuesto, así que apretó el paso. Llegó en breves instantes al centro neurálgico.

Habían metido a presión estantes repletos de material informático en la pequeña oficina del ayudante del alcaide y el suelo era un peligro, lleno de cables sin protección. Todo el equipo aumentaba diez grados la temperatura de la habitación. El calor corporal de media docena de especialistas enchufando y desenchufando máquinas también ayudaba. El calor era agradable para los viejos huesos de Clark.

Al fondo de la sala, Vikram estaba delante de un enorme monitor de pantalla plana. Estaba leyendo una hoja de cálculo impresa mientras un especialista introducía las coordenadas en un portátil inalámbrico.

—Woods Landing, Wyoming. Eso será, ahora, déjame ver, cuarenta grados treinta segundos norte, ciento seis grados oeste; no hace falta que seamos tan exactos, ¿verdad? ¿Con nuestra resolución? La fecha para esta localización será el diecisiete de marzo. ¡Oh! El día de San Patricio.

Los finos labios de Clark titubearon en algo que se parecía a una sonrisa. Su amigo tenía la capacidad de mantenerse animado incluso a pesar de las circunstancias que ambos habían compartido en muchas batallas perdidas.

—Por lo que veo, sigues trabajando sin descanso mientras que el viejo disfruta de su sueño reparador —dijo Clark. El especialista del ordenador portátil apartó la vista y se hizo el ocupado, consciente de que él no debía formar parte de esta conversación.

—Son los datos de epidemiología, Bannerman. —Vikram le entregó la hoja de cálculo y Clark la escaneó.

—Sánchez me lo mencionó antes de ser asesinada —asintió él—. Era de lo que quería hablar conmigo cuando me llamó para que fuera a la Bolsa.

—Era su mayor logro. —Vikram tocó la pantalla con el dedo para mostrarle a Clark el mapa de Estados Unidos—. Esto es por lo que murió. —Diminutos puntos cubrían la mayor parte del Oeste en muchos colores diferentes. Clark supuso que sabía lo que representaban: toda manifestación conocida de la epidemia—. Había descubierto, como todos nosotros, que no es un virus ni una bacteria. Así que siguió adelante, en busca de otro villano. Y esto es lo que encontró.

Había demasiados puntos. Bannerman dejó de escudriñar la pantalla y miró el papel que tenía en la mano. Cada incidente iba acompañado de un lugar y una fecha, incluso la hora en muchos casos. Bajó hasta el final de la hoja, a la fecha más antigua.

—Esto no puede ser correcto. Estas fechas… Algunas corresponden al año pasado. Yo llegué aquí a mediados de marzo, ¿era el dieciocho? No, el diecinueve. Por entonces la epidemia tenía tres días.

—La teniente Sánchez no pensaba lo mismo. Ella creía que había comenzado antes, pero que habíamos pasado por alto los signos. Sus notas son exasperantemente vagas y, por supuesto, no podemos preguntarle en qué estaba pensando.

La culpa estalló en el estómago de Clark como un brote de acidez. Tragó saliva. Había trabajo que hacer.

—¿Qué pasa con su equipo? —preguntó Clark—. ¿Alguno era epidemiólogo?

Vikram asintió.

—Tres de ellos, todos buenos médicos, pero médicos militares. Ella les daba órdenes que ellos obedecían sin preguntar. Ella no les contó nada de lo que estaba haciendo, y no se trata más que del procedimiento estándar. Ése no es el misterio. Sobre todo los tenía para buscar artículos de periódicos. ¿Recuerdas el brote de violencia que tenía a los medios de comunicación tan excitados?

—Sí, por supuesto. Yo le echaba casi toda la culpa al enfado por las elecciones. En cualquier caso, eso es a lo que The Economist lo atribuía.

Vikram asintió.

—Pero eso no podía explicarlo todo. He leído los recortes. Yo mismo he leído una historia sobre un perro que se comió a su dueño antes de que lo sacrificaran. Sobre una madre que despedazó a sus hijos pequeños. Niños desaparecidos. Asesinos en serie. Partidas en mal estado de drogas como PCP o polvo de ángel. La teniente Sánchez encontró éstos y muchos más y vio la prueba de un patrón mayor. —Vikram tocó el brazo del especialista de sistemas—. Por favor, enséñeselo ahora.

La pantalla se llenó con lo que podía ser una telaraña o las raíces de un árbol espantoso. Clark notó cómo se quedaba sin aire. Esto lo cambiaba todo. Cogió su teléfono móvil. El civil tenía que saber esto. Todo el mundo tenía que saberlo.

—No es una enfermedad en absoluto, no lo creo —apuntó Vikram, mesándose la barba—. Es algo más parecido a una radiación. O quizá es magia.

Clark le lanzó una mirada de advertencia y presionó el botón ENVIAR.