Esta cadena está llevando a cabo una prueba del sistema de emisión de emergencia. Esto es sólo una prueba. [KCNC-TV, Denver, 19/03/05]

En su cama, Nilla imaginó que estaba a punto de morir. Se sentía como si su alma ya hubiera abandonado su carne. Chilló y su conciencia revoloteó sobre su cuerpo, su mente desconectándose para ahorrarse el choque. Se retorció en la cama, sus músculos se convulsionaban de forma salvaje mientras ella veía cómo los brazos y las piernas se le doblaban y relajaban, pateaban y empujaban y se agitaban intentando liberarse de sus correas.

Desde los pies de la cama, oía un sonido como de aire expulsado de un globo y luego un sonido de burbujas sacadas de un recipiente blando. De vez en cuando sobresalía un rechinar de dientes.

Iban a matarla, iban a comérsela a ella también. En cualquier instante.

Sobre sí misma, flotando en un lugar desde el que podía ver su tatuaje y su marca de nacimiento y la marca del mordisco en su hombro y el matojo grasiento en que se había convertido su pelo, Nilla apenas sentía miedo o preocupación. Percibía ineficiencia. Por ejemplo, sus brazos estaban en peligro de sobreestirarse y posiblemente desgarrar los ligamentos por la manera en que seguían presionando y tirando de las correas. Si se limitaba a arquear la espalda así, y a levantar el antebrazo tan alto como pudiera, así, sería mucho más fácil. Bastaría con que utilizara los dientes para abrir la tira de velcro del cierre. Sería sencillo.

No, no, no, le dijo su cuerpo. Las extremidades y las espaldas no se doblan así. Los cuerpos normales no pueden. ¿Acaso su cuerpo no era normal? ¿Era diferente de algún modo?

Un chorro de sangre caliente salió disparado y salpicó las plantas de los pies de Nilla. Veía la espalda de Emerson balanceándose arriba y abajo, embistiendo, moviéndose espasmódicamente como podría hacerlo durante un orgasmo. Ella comprendió qué significaba. Estaba tragando trozos de carne enteros, de la misma manera que hace una serpiente.

Su mente gruñó exasperada y ordenó a su cuerpo que se moviera. Retorciéndose en la cama, forzando tendones que estaban más rígidos de lo que deberían, logró levantar el brazo, con la espalda girada de manera que le bastaba con volver el cuello y tocar el extremo de la correa con la boca. Sólo un poco más, exigió, pero su cuerpo protestó, un ápice más y se desgarraría un músculo de la espalda. Su mente le señaló cuál sería la alternativa.

Hizo un brusco movimiento hacia delante con la cabeza y hundió los dientes en la correa de nailon. Notó su suavidad, la textura de su tejido con la lengua. No debería haber sido capaz de hacer eso. ¿Había sido profesora de yoga antes de perder la memoria? No tenía tiempo para pensarlo. Su cabeza retrocedió de un tirón, incapaz de mantener esa incómoda postura, y la correa se abrió con un ruido tan estrepitoso como una máquina cortacésped arrancando.

Pankiewicz levantó la vista, veía su cara empapada de sangre por encima del borde de la cama, claramente alertado por el sonido. Un momento después desapareció de nuevo, abstraído en su festín. Con un brazo libre, Nilla se cogió la otra muñeca y arrancó la atadura que la retenía, luego liberó rápidamente sus tobillos. Estaba libre, estaba fuera, su mente voló de vuelta a su cuerpo y se dio cuenta de que había conseguido poca cosa. Los policías todavía seguían comiéndose viva a la enfermera delante de ella. Aún estaba en peligro.

«¡Vete, vete!», convinieron su mente y su cuerpo. Sobre la cama, llevó sus pies hasta debajo de su cuerpo; y luego se puso de rodillas. Esperaba sentir un leve mareo, en cambio tuvo convulsiones en todo el cuerpo, sus músculos vibraban como gomas elásticas estiradas. No estaba en buena forma y estos ejercicios no estaban ayudando.

«Sólo queda una proeza por hacer», se dijo a sí misma, y saltó por encima de las cabezas de los policías. Aterrizó en las baldosas frías del fondo, rodó hasta detenerse y levantó los brazos para protegerse la cabeza y con las piernas tan dobladas como podía.

Emerson no se inmutó. Continuó comiendo, con la cara enterrada en el abdomen de la enfermera como un buitre buscando vísceras. Sin embargo, Pankiewicz sí se fijó en ella. Se dio media vuelta, todavía de rodillas sobre el suelo sucio del hospital, y la miró fijamente. Sólo sus ojos eran visibles. El resto de su cara era una masa sangrienta.

Fue hacia ella de rodillas, con la cabeza inclinada a un lado. Se movía lentamente, mucho, pero ella no podía evitar estremecerse de miedo, era incapaz de ponerse en pie. Cerró los ojos, no quería ver cómo su muerte reptaba hasta ella.

Aún podía verlo. A través de sus párpados.

Quizá… quizá «ver» no era la palabra correcta, era más que podía percibirlo, tal vez tenía un escalofrío en la nuca, quizá era exactamente igual que la imagen fosforescente que se veía al cerrar los ojos después de mirar una luz muy brillante, aunque… ella veía… a través de él, veía su interior. Una especie de rayos X. Veía la oscuridad que había dentro de él, una nube agitada de apagada energía que se disipaba como la niebla que salía del hielo seco. Llenaba todo su cuerpo, lo convertía en una figura de humo oscuro flotando sobre un fondo de color blanco puro.

¿Qué demonios? Echó un vistazo a Emerson y a la enfermera. El otro policía había experimentado la misma transformación, su cuerpo se mostraba como una silueta bullente de borrosa oscuridad que chisporroteaba y escupía. Nilla también veía a la enfermera, pero no de la misma manera. La energía de la enfermera manaba de ella y fluía por el suelo en generosos chorros. No era oscura, sino de un hermoso y radiante color dorado que brillaba, destellaba y cegaba los ojos de Nilla de tal manera que casi tenía que cerrarlos. Sin embargo, no quería hacerlo. Aunque antes el cuerpo desgarrado y sangriento de la enfermera la había horrorizado, desde esta perspectiva, la mujer agonizante se había transformado en algo de una belleza casi perfecta. Nilla quería acercarse, tocar a la enfermera. Deleitarse en la cálida efusión de luz. Beber de ella. Consumirla.

Se dio cuenta de que estaba salivando. Rápidamente bajó la vista hasta sus manos. Necesitaba saber. De algún modo, no le sorprendió encontrar oscuridad allí, llenando la silueta de sus dedos, arremolinándose en las palmas de sus manos. Volvió a levantar la vista y la dirigió de nuevo a Pankiewicz. Le mostró sus manos.

No cruzaron palabra. Estaba casi segura de que el policía no la habría entendido si le hubiera hablado. No obstante, un cierto tipo de comunión era posible.

Él podía ver la energía oscura de ella del mismo modo que ella veía la de él, lo sabía sin preguntarse cómo lo sabía. Compartían una conciencia. Ella sentía su estado de ánimo, su hambre, su confusión. Él se acercó a ella, medio paso, pero luego se sentó sobre los talones. Irradiaba indiferencia hacia ella. Irrelevancia. Ella no era ni comida ni una amenaza. Se dio media vuelta y regresó a la enfermera.

Nilla estaba sentada muy quieta, sujetándose la cabeza con ambas manos y los observaba mientras se daban el banquete. Ante sus ojos la energía de la enfermera cambió, la plenitud dorada se extinguió como una vela que se agota, convirtiéndose en un último destello de tono azul. Su llama se sofocó y su interior se llenó de oscuro humo.

La mujer, espantosamente mutilada, se sentó con un chasquido húmedo, resultado de despegarse de las baldosas del suelo. Miró a su alrededor durante un minuto y luego apartó de un empujón a los policías. De todos modos, ellos habían perdido el interés en ella en el mismo instante en que su energía había cambiado. Poniéndose en pie sobre unas piernas de carne masacrada y huesos roídos, la enfermera se desplomó contra una pared y comenzó a caminar, apoyándose en ella como soporte, dejando una mancha de sangre en la pintura. Los policías la seguían de cerca. Nilla no sabía adónde se dirigían. No se atrevió a seguirlos. Había demasiadas preguntas sin respuesta.

¿Qué significaba? ¿Qué querían decir los distintos tipos de energía? Y aún más importante, ¿qué quería decir que su energía fuese oscura? Con reparos, rodeó con los dedos de una mano la otra y presionó el dedo índice contra la vena de la muñeca, tratando de encontrar pulso.