No se permitirá el acceso o la salida del área de cuarentena a nadie sin un permiso oficial impreso. Los que incumplan este requisito se enfrentarán a cargos criminales y posiblemente a la aplicación de fuerza letal por insumisión. [Advertencia para viajeros de FEMA para Las Vegas, NV, y Salt Lake City, UT, 31/03/05]

Tres horas y pico en un Airbus desde el Aeropuerto Internacional de Denver al Aeropuerto Nacional Ronald Reagan en un vuelo vacío, a excepción de Bannerman Clark y un par de alguaciles exhaustos que le echaron un vistazo y empezaron a pedir bebidas. ¿Cuándo había estado alguna vez en un vuelo a D. C. vacío? Se dio cuenta de que no había visto mucho la CNN desde que había comenzado el incidente, pero no tenía ni idea de que la gente estaba lo suficientemente asustada para mantenerse alejada de los aviones.

Al menos el vuelo tranquilo le dio a Bannerman Clark algo de tiempo para el papeleo que se le había acumulado desde que lo interrumpieron cenando en el Brown Palace. Sin embargo, no podía concentrarse y apenas había terminado ni un solo informe de incidente antes de darse por vencido y cerrar su portátil. En la vibrante cabina del avión no lograba desconectar su cerebro y las cosas seguían viniéndole a la cabeza, cosas que había olvidado, llamadas que debía hacer, listas que tenía que escribir. Entre tanto, una imagen no desaparecía de su imaginación. La cara de la chica seguía volviendo a él, el pánico de sus ojos. La cosa que había goteado de su nariz. El hecho de que fuera capaz de hablar. Ella tenía que significar algo. Ella estaba menos afectada por el patógeno que cualquier otra víctima que había visto u oído hablar. ¿Poseía una inmunidad natural? ¿O quizá estaba infectada con una cepa diferente del virus o bacteria o lo que fuera?

Había estado redactando una solicitud para que algunas tropas salieran a buscarla. No podía sacar a hombres y mujeres de sus barracones de cualquier manera, incluso un oficial al mando de Valoración Inmediata y Detección Inicial tenía que solicitar personal formalmente de su superior. Tenía acceso a algunos tipos muy prometedores, veteranos de Irak que habían estado de servicio como reservistas desde que regresaron y deberían estar descansados y preparados para un nuevo subidón de adrenalina. Luego Vikram había llegado para darle la noticia. Lo convocaban para una entrevista durante el desayuno en Washington con un civil de Departamento de Defensa.

Todo había acabado. La Valoración Inmediata era su especialidad militar, y la Detección Inicial ya había concluido. Su papel en la crisis había terminado. No lo lamentaba, la verdad. Había otra gente, gente mucho más preparada para lidiar con emergencias médicas de largo alcance lista para ocupar su lugar. Sencillamente no estaba seguro de qué haría a continuación. El mundo estaba en llamas y él sujetaba un cubo lleno de agua que no sabía dónde arrojar.

Cuando aterrizó en D. C., lo esperaba una limusina para llevarlo a un edificio de oficinas en Foggy Bottom. Estaba algo sorprendido de no ir a informar al Pentágono, pero tenía a sus espaldas toda una vida de no cuestionarse las órdenes para sofocar su incomodidad. Tras pasar un detector de metales y una inspección por parte de un perro fisgón y un hombre en camisa de uniforme que simplemente decía APOYO CANINO, se le permitió entrar. Momentos después estaba solo de nuevo en una oficina de la cuarta planta de madera de cerezo y sillas de oficina envueltas en plástico. Una montaña de unidades telefónicas multilínea sin auriculares había sido colocada debajo de una mesa de conferencias. En la cabecera de la mesa había una botella de agua fría y una caja de Marshmallow Peeps envuelta en celofán. Clark sabía que no eran para él. Decidió no tomar asiento, en su lugar se quedó de pie al lado de la ventana, mirando a través de las lamas de la cortina veneciana cómo los hombres de negocios en trajes oscuros o vestidos de manera informal, con vaqueros, se dirigían a sus diferentes oficinas como bolas de pachinko cayendo en los agujeros apropiados.

—Bannerman. Un nombre fantástico.

El hombre en el vano de la puerta tenía el tipo de complexión fuerte y la clase de mandíbula gris de un oficinista de la CIA, pero llevaba el traje oscuro, la corbata roja y un pin de la bandera norteamericana propios de alguien que suele aparecer en conferencias de prensa. Un subsecretario, seguramente, una de las luces principales del Departamento de Defensa, pero nadie que Clark conociera de vista. No le dijo su nombre. Se sentó en una de las sillas sin molestarse en quitar el plástico y abrió su botella de agua.

—Mírese. Veterano de múltiples guerras. Muy condecorado y con recomendaciones. Treinta y cinco años de servicio y todavía no es más que capitán. Creo que ambos sabemos por qué.

Clark cambió su gorra de plato de una mano a otra. No le importaba las confianzas que se tomaba el civil.

—Nunca me he cuestionado lo que me ha tocado en la vida. Simplemente cumplo las órdenes de mi gobernador.

—Nunca se ha casado, ésa es la razón. Al ejército le gusta promocionar a hombres casados. Eso significa que no son gays. Siéntese, por favor. Me molesta con su exagerado lenguaje corporal. —El civil abrió su caja de chucherías y se metió una en la boca—. Mi gran debilidad —le confió cuando se hubo tragado la masa amarilla—. Ha pasado menos de una semana desde Pascua, ¿cierto? No me importa si usted se acostaba con Freddy Mercury en los setenta. No me importa si le gustan las ovejas. Siéntese, he dicho.

Clark hizo lo que se le decía.

—Ahora están en Chicago, ¿lo sabía? Estamos cubriéndolo, pero allí es grave, muy, muy, muy grave. —El civil inspiró larga y profundamente y luego dio la orden. Casi parecía pedir perdón—. Mire, usted está fuera del caso, ya lo sabe. FEMA ha tomado el mando en California. Necesitamos flexibilidad y la capacidad para tomar decisiones rápidas que sólo son posibles mediante agencias civiles. El ejército es estupendo para hacer lo mismo cientos de veces y hacerlo bien cada vez. Pero esta vez necesitamos nuevas ideas. No me malinterprete, usted ha hecho un gran trabajo y nadie cuestiona su lealtad, pero esta, esta… cosa. Esto es grave.

—FEMA se encarga de California, hasta ahí he comprendido. ¿Qué pasa con Colorado? Ése es el estado que yo he jurado proteger.

—Sí, el teniente general de la COARNG ha conseguido quedarse con Colorado, guau. Tiene coroneles para poner a trabajar en ello y usted no está en la lista de candidatos. Pero ¿a quién le importa Colorado? No sé si se ha enterado, pero esos jodidos muertos están tomando Los Ángeles. A mí me importa Los Ángeles. Al presidente le importa Los Ángeles. Eso hace importante Los Ángeles. ¿Estoy en lo cierto?

—No. —Clark dejó como es debido su gorra sobre la mesa y la giró de modo que la visera mirara al civil.

—¿Disculpe?

—No, usted no está del todo en lo cierto. Usted se ha creído lo que espero que pronto sea clasificado como una leyenda urbana. Los infectados no son muertos. Han experimentado algún tipo de cambio metabólico basal, algo que deprime sus signos vitales, pero no están muertos. Tengo un equipo de Fort Derrick estudiándolo en estos momentos. Si voy a ser reasignado, quiero que ese dato conste en acta. —Comenzó a ponerse en pie.

—Siéntese. Usted está fuera del caso. —El civil se puso en pie. Arrancó uno de los Peeps de sus compañeros y lo sujetó en su mano peluda, como si estuviera meciendo a un pollito de verdad—. Pero usted no ha terminado. Me gusta usted, Bannerman. Me gusta su nombre de pila, creo que es raro, y me gusta la gente con nombres raros. —Caminó hasta colocarse detrás de Clark y lentamente, con deliberación, colocó su chuchería amarilla sobre la gorra de Clark—. También creo que usted es un friki y al presidente le encantan los frikis. Quiero que sea mi especialista.

Clark inhaló despacio y entrelazó las manos sobre el regazo.

—¿En qué puesto? —preguntó él.

—Como mi friki, acabo de decírselo. No me importa qué nombre reciba. Al presidente tampoco le importa. Puede inventarse su propia especialidad militar para esto. Puede disponer de todo lo que le haga falta, yo sellaré cualquier cosa porque lo conozco, he leído su historial tantas veces que sé que moriría, físicamente, antes de pedir un boli Bic que no fuera vital para el trabajo. ¿Qué dice, Bannerman? ¿Es usted mi friki o no?

Eso significaría depender de este civil. Significaría operar como agente libre, sin reglas, algo impensable para un soldado de carrera como Clark. También significaría que tendría carta blanca para buscar a la chica y quizá dar con la solución de la mayor crisis de salud pública desde la gripe de 1918.

Clark se inclinó hacia delante y cogió la bomba de azúcar amarilla que estaba sobre su gorra. Sin vacilar, se la puso sobre la lengua, como si estuviera comulgando, y masticó. La respuesta era sí.