El agua embotellada será gratuita. También tiene derecho a coger comidas precocinadas en su tienda de comestibles más cercana. Los menús y opciones serán escogidos o aprobados por el representante de FEMA de la zona. Por favor, háganos saber sus restricciones alimentarias. [Emisión adicional de FEMA para los individuos trasladados, 31/03/05]

—Vaya mierda de plan, Nilla. —Charles cogió el mapa de sus manos. Una esquina se rasgó—. Mira, ahora está roto. ¡Esto es tan absurdo!

Nilla miró adelante por el parabrisas. La carretera que habían estado siguiendo, un carril parcialmente asfaltado, acababa en una intersección en forma de «T». No había señales ni ningún tipo de indicación de dónde se encontraban. Las llanuras cultivadas de Bakersfield habían dado paso a árboles y montañas a medida que se dirigían al norte y las carreteras habían empezado a escasear. No habían visto un ser humano ni un coche en media hora y ahora estaban oficialmente perdidos.

«Este», pensó Nilla. Debían ir al este. Salvo que no veía nada a través de los árboles. Ralos pinos y altísimos álamos se aglutinaban en ambos márgenes de la carretera. Este. Salvo que habían dado tantas vueltas y cambiado tantas veces de carretera que no sabía en qué dirección miraba, mucho menos dónde estaba el este. Sintió que algo se agitaba en su tripa. Hambre, sí, por supuesto era hambre, siempre era hambre. Pero la familiar atracción la empujaba en una dirección concreta. Le estaba diciendo que fuera a la izquierda.

Nilla había aceptado el consejo de un hombre desnudo que seguramente era fruto de sus alucinaciones. Un mensaje de su estómago era igual de bueno.

—Por allí —dijo ella. Una de las pocas ventajas de no tener ninguna clase de memoria era que no podías recordar cuántas veces tus entrañas te habían dirigido erróneamente—. En serio. Por allí.