{fursuit19} hay alguien ahí

{fursuit19} hola

{fursuit19} hola

*fursuit19 SE HA DESCONECTADO*

[Transcripción de mensajería instantánea de AOL, 18/04/05]

El Black Hawk sobrevoló a poca altura y velocidad el arroyo salpicado de enebros que rodeaba la prisión. Clark rozó el brazo del civil y le señaló el Pike’s Peak. Cuando se acercaron más, dijo:

—Déjeme darle la bienvenida oficial a la Grande. —Se sentía extrañamente orgulloso del correccional de máxima seguridad, a pesar de que sin duda no lo había construido él, ni le gustaba especialmente. Sin embargo, se había convertido en su centro de operaciones y, en cierto sentido, en su casa.

El civil parecía excitado.

—¿Es cierto que tenéis a Pineapple Face? Ya sabes, Noriega. ¿Y a Unabomber?

—Todos los prisioneros fueron eliminados el primer día de la epidemia.

El civil pareció decepcionado, pero cuando dieron la última vuelta para hacer la aproximación definitiva fueron las expectativas de Clark las que se vinieron abajo. Cuando se había marchado, la prisión era un estructura discreta y segura, cuidadosamente escondida tras sus múltiples hileras de alambradas inexpugnables.

En su ausencia se había convertido en un barrio de chabolas. Habían levantado tiendas y primitivas casuchas de acero corrugado en un semicírculo abierto alrededor de la fachada de la prisión que daba a la carretera. Se extendían estrechos callejones entre las destartaladas chabolas y éstas estaban llenas de gente vestida de civil. Más de uno saludó al Black Hawk cuando su motor rugió por encima de sus cabezas. Parecían bastante sanos. También había niños y algunos animales: perros, ovejas e incluso unos cuantos caballos. Un trecho de la inclinada colina había sido desbrozado y convertido en un aparcamiento para docenas de vehículos. No sólo los autobuses y furgonetas del convoy que había liderado Clark personalmente desde Denver, sino también pequeños utilitarios y motos, bicicletas y unas cuantas avionetas de un solo motor.

El Black Hawk aterrizó en una plataforma situada en el patio principal de la prisión, donde Vikram y el sargento Horrocks los esperaban para recibirlos. Vikram tenía su brazalete de hierro y había añadido un nuevo accesorio, un cuchillo extrañamente curvado que era lo bastante largo para ser clasificado como una espada corta. Horrocks se había vestido con el uniforme completo, como si esperara que Clark le fuera a exigir una inspección inmediata de las tropas. Clark presentó al civil y luego señaló a la pequeña ciudad que había surgido fuera de las puertas.

—Supongo que ha corrido la voz. ¿Cuándo comenzó esto?

—Se trata de un fenómeno reciente —le aseguró Vikram—. Pero llegan más cada día. No les permitimos cruzar al interior de la alambrada, pero no parece importarles. Dicen que han venido en busca de la protección del héroe de Denver. No podemos echarlos, como ya imaginas.

Clark negó. ¿Ahora era famoso? No quería esta nueva carga.

—Esto supone nuevos conflictos de seguridad, todo un nuevo perímetro que vigilar, por no mencionar los problemas sanitarios a los que se enfrentarán sin las condiciones de salubridad adecuadas. Ni siquiera tenemos provisiones para nuestra propia gente.

El civil le cogió del brazo.

—Venga, ya está, alégrate. Te lo has ganado.

Condujo a Clark a la entrada principal. Horrocks ordenó que les abrieran las puertas y revelaron una multitud de gente apiñada cerca de la entrada tan pronto como fueron cerradas. Un hombre en un andrajoso traje se adelantó a la carrera y cogió la mano de Clark.

—Capitán, soy Jim Jesuroga. Tengo que darle las gracias, mi familia no podría conseguirlo sola.

—¡Déjeme darle un beso! —chilló una mujer, una matrona de mediana edad con el pelo teñido de color granate. Colgó los brazos del cuello de Clark y le plantó un beso en la mejilla. Apestaba a transpiración y lavanda artificial. Sus hijos llegaron detrás, sus ojos brillaban de esperanza mientras entraban otras personas, todos con el deseo de aproximarse, de tocarlo, de hablar con él aunque fuera un momento.

Clark pasó cerca de una hora con ellos, escuchando sus historias. Le impresionó lo que descubrió. Había sobrevivido tan poca gente, habían muerto y vuelto a la vida tantos. Iba mal, mal en general, y el único modo de sobrevivir parecía que era salir, dirigirse al este. Dado que eso resultó no ser tan buena idea (los muertos ya habían llegado a Nueva York y Atlanta estaba tomada, por lo que se enteró), el último recurso parecía el ser correccional de máxima seguridad de Florence.

Cuando concluyó su reunión con los supervivientes, ya demasiado exhausto para recibir más, se retiró a la prisión. Las puertas se cerraron de nuevo y el civil se acercó.

—Es bastante agradable, ¿verdad? Lo de ser un héroe y todo eso.

—Yo… supongo que sí —reconoció Clark.

—Sí, así que será mejor que no la cagues y muera toda esta buena gente.

Clark parpadeó, conmocionado. «Algo a tener en cuenta», se dijo a sí mismo.