Conozca los síntomas del cólera

Diarrea. Espasmos abdominales. Nauseas y vómitos. Deshidratación. [Boletín del hospital publicado por los Centros de Control de Enfermedades, 01/04/05]

Clark oía a Vikram sin problemas, pero hubiera preferido que no fuera así.

—No veo suficientes luces ahí abajo. Son sólo, qué, ¿las diez? Debería haber luces encendidas, la gente debería estar viendo la programación de máxima audiencia. Acérquenos y diríjase al objetivo más luminoso —dijo Clark a través del micrófono inserto en el casco. Apenas podía oírse pensar por encima del ruido de los motores del helicóptero.

—Lo siento, Bannerman, ¿me copias? —preguntó Vikram desde el asiento de al lado—. Lo repetiré. La doctora teniente Desirée Sánchez solicita que se permita practicar la eutanasia a algunas víctimas, para poder diseccionarlas. Me inquieta tanto como a ti, pero creo que es la única manera de…

—Te he copiado la primera vez, y sigo sin permitirlo. —Clark echó un vistazo a las calles sin iluminar de Lost Hills, California. No veía una mierda. El piloto llevaba NOD para ver en la oscuridad, pero los pasajeros se las tenían que arreglar con los ojos desnudos. La ciudad parecía desierta. La gente estaba asustada, claro, él no los culpaba. Sin embargo, no veía ningún tráfico de vehículos. ¿Qué estaba ocurriendo? Se suponía que debía de haber gente allí para que la entrevistara, gente que podía haber visto a la chica rubia cuando pasó por allí. Clark había tenido un verdadero golpe de suerte, los canales tradicionales habían resultado ser de lo más útil. La oficina del sheriff de Kern County había repartido la descripción de la chica en una investigación rutinaria de un robo en una tienda de veinticuatro horas de la zona. La propietaria había descrito a una de las ladronas como una rubia, de unos cuarenta años con un tatuaje tribal de un sol con ondeantes rayos en el abdomen. El sheriff había reconocido la descripción del tatuaje de la orden de búsqueda y captura. La chica había estado en Kern County, un día o dos antes como mucho. Era la mejor pista de Clark.

—¡Bannerman, capitán, debo implorártelo! ¡Destruir unos cuantos especímenes puede ser el único modo! ¿Y si al hacerlo descubre una cura?

—¿Y si no lo hace? ¿Cómo les explico a las familias que a su padre, su abuela, su hijo de doce años, se les ha abierto la cabeza mientras todavía estaban vivos porque creíamos que eso podría ayudar a otra gente con la misma enfermedad, salvo que ha resultado no servir de nada? Deja que use los cadáveres que esos carniceros del SWAT nos dejaron en el hospital.

Vikram le clavó la mirada. En la oscuridad de la cabina, sus ojos brillaban de frustración.

—Sus cabezas fueron trituradas a disparos. No son de gran utilidad para estudiar una dolencia cerebral.

Clark apretó los dientes, asqueado. Miró a través de la ventana de policarbonato de la cabina del Black Hawk a las sombras cuadradas de los edificios de abajo.

—De acuerdo, dirija el foco a esa estructura —ordenó. El piloto activó un mando.

Bajo la aplastante luz blanca del foco principal del Black Hawk todo parecía del mismo gris uniforme, sólo distinguible por las sombras ultranegras que creaba el foco. Los infectados pasaban en bandada por los escaparates rotos de las tiendas de alimentación como gusanos gigantes, sus caras inexpresivas mientras sus manos retorcidas se levantaban hacia el cielo tratando de atrapar el helicóptero.

Uno de ellos sujetaba un trozo de hueso roto. Lo lanzó con fuerza y rebotó en la superficie metálica del helicóptero con un estridente ruido.

Los pulmones de Bannerman se quedaron sin aire. No era por la sorpresa, ya no, no, sólo era agotamiento nervioso. «Dios —pensó—. Otra más. Otra ciudad tomada». Eso sumaba seis en California, tres en Utah, Wyoming y Texas respectivamente, doce en Colorado. Sin duda, más de las que no sabía nada todavía. Los infectados se habían apoderado de las calles de Lost Hills.

—¿Recibimos alguna llamada de socorro de este lugar antes de que cayera?

El piloto respondió a través de circuito de sonido de los cascos.

—Negativo, señor. Estos lugares de pequeñas granjas están llenos de ilegales. Seguramente tenían más miedo de «la migra» que de los infectados. ¿Quiere que inicie las maniobras de búsqueda de supervivientes?

—Sí —dijo Bannerman Clark, sus dedos recorrían nerviosamente la gorra que tenía en las manos. Encontró un hilo suelto y empezó a tirar—. Sí, quiero que lo haga.