LLAVES DENTRO. HEMOS IDO A LA «ZONA SEGURA» DE BIRMINGHAM, JIM PETERS Y TRES CHICOS. NO REGRESAREMOS. UTILÍCELO SI LE HACE FALTA, DE LO CONTRARIO DÉJELO PARA OTRA PERSONA [Nota a mano pegada en un coche abandonado en Jasper, AL, 10/04/05]
—He tocado su cara con estos dedos. Su piel es como el cobre machacado. Es terrible mirar el interior de sus ojos. El agua que me ha congelado y preservado de los gusanos durante dos mil años era como fuego en comparación, nunca ha habido nada tan frío como esos ojos. —Incluso mientras revivía ese recuerdo, Nilla podía ver el asombro religioso que poseía a Mael Mag Och y retorcía hasta dejar rígida su columna vertebral. Su cara era una máscara pálida en estado de trance, sus ojos estaban enloquecidos bajo sus prominentes cejas—. Llevaba un manto tan delicado, tan suave al contacto que se levantaba mientras el agua fría se agitaba a mi alrededor. Teuagh era él, el Padre de los Clanes. El juez de los hombres. Y estaba rabioso. «Gheibh gach nì bàs!», me dijo. Todo debe morir. Muchacha, ¿crees que lo vi, a él, de quien hablamos?
—Sí —afirmó Nilla. Se puso en pie sobre un arco de rocas desde el que se veían un millón de kilómetros cuadrados de desierto. A sus pies los cañones se retorcían como si la superficie del mundo hubiera sido arrugada, sábanas pateadas a un lado por la creciente y enorme convulsión de las montañas Rocosas. El humo se elevaba desde pequeños agujeros en la roca, humo blanco, grasiento y denso a causa del hollín. Descendía por los cañones en un rápido flujo de energía, de este a oeste, siguiendo el sol. Era tan pesado que casi era líquido y anegaba los cañones, levantaba grandes salpicaduras espumeantes de oscuridad, empujaba adelante, siempre adelante. Anegaría el mundo. Ella parpadeó y desapareció. No vio más que rocas manchadas del color de la puesta de sol.
Había visto muchas cosas desde que se entregó a Mael Mag Och. Había visto su propio reflejo. Había visto un mundo que la odiaba, y había comprendido por qué, y por qué le estaba permitido odiarlo. Por qué debía hacerlo.
Había visto cómo funcionaban las cosas de verdad. Cómo podían joderte cuando querían. No había forma de ponerse a salvo de eso. Nunca había existido nada parecido a la seguridad, era sólo una ilusión. La ilusión de que la gente no podía herirte cada vez que quisieran. No había forma de detenerlos y podían convertir tu vida en un infierno. Forzarte a hacer cosas terribles.
—Teuagh nos está moviendo como fichas de un juego, y dudo que te guste mucho. Yo sé que no me importa. Sin embargo, es difícil volver atrás en este tablero. Es doloroso romper las reglas. ¿Lo entiendes, verdad, que hemos sido hechos para esto? ¿Cómo su mano modeló nuestra arcilla para este trabajo? No podemos pintar cuadros, muchacha, no con estos dedos torpes. No podemos escribir poesía. Pero podemos matar. Oh, estamos hechos para matar.
—Sí —asintió Nilla. Se estaban moviendo, moviéndose hacia el este. El hombre muerto sin brazos avanzaba tras ellos, siguiéndolos sin problema. Ellos se movían contra el flujo de energía oscura, Nilla sentía cómo se hacía más fuerte cuanto más avanzaban, como si se aproximaran al centro. Más fuerte y más rabiosa. Estaba rabiosa contra el mundo que destruía, mordía y arañaba y desgarraba todo lo que tocaba al esparcirse. Estaba dentro de ella, esa oscuridad, y Mael Mag Och se había convertido en su emblema.
Él le daba pánico. Ella lo necesitaba.
—Allí —dijo él. Señaló un lugar delante de ellos. Un lugar en el que los retorcidos cañones parecían sometidos a una especie de orden, en líneas rectas: una cuadrícula. Un espacio plano, aplanado entre montañas de piedras. Las calles marcaban terrenos cuadrados, pequeñas casas en el desierto orientadas en la misma dirección. La ciudad relucía en la lúgubre planicie desértica.
Se le ocurrió que Mael la estaba manipulando. Quizá estaba poniendo pensamientos en su cabeza. Quizá tal vez sólo la estaba utilizando de la misma manera que las personas se habían utilizado desde el principio de los tiempos. Pero al igual que un sueño se percibe de manera vívida cuando lo retienes en la cabeza para desdibujarse en cada detalle cuando tratas de recordarlo conscientemente, ella no podía establecer las conexiones.
—Allí está, la ciudadela fortificada de Las Vegas. Ha aguantado más que las demás, y la admiro por ello. Pero todos los mundos deben acabar alguna vez. Mi mundo terminó cuando me ahogué en el agua oscura, un sacrificio humano por el bien de mi gente. El tuyo acaba con dientes en el cuello. Sabes lo que debes hacer, muchacha. Por mí y por el Padre de los Clanes.
—Sí —dijo Nilla, y se dirigió a la ciudad de Las Vegas, sola.