Hay demasiados, Archie. No, no quiero decir… hay más de los que pensamos, de los que nuestros modelos estadísticos reflejan. Hablo de tu modelo computacional, el que tú… da la impresión de que se están multiplicando, reproduciendo… Sí. A eso me refiero exactamente. Es hora de que Warlock Green[10] salga del armario. [Conversación telefónica entre el teniente general de la Guardia Nacional de Colorado y un interlocutor no desvelado, 04/04/05]

Una brumosa telaraña de estelas de vapor llenaba el cielo sobre Cherry Creek, las cicatrices que habían dejado en el cielo azul los aviones y helicópteros llenos de refugiados que se dirigían a todas las direcciones posibles. Las aeronaves habían desaparecido, pero habían dejado su rastro al pasar.

Había más infectados subiendo por la Tercera Avenida desde el club de campo. Quizá dos docenas. Clark hizo un gesto al escuadrón más próximo para que se encargara de ellos, luego se dio media vuelta cuando alguien gritó:

—¡Divisado objetivo, en esa ventana!

—¡Que alguien mate ya mismo a ese hijo de puta por mí! —gritó Horrocks, con los ojos como platos en blanco. Un escuadrón de soldados armados con carabinas M4 se puso en marcha para asaltar una copistería con enormes ventanales que daban a la calle Fillmore. Un joven con un delantal azul estaba dentro, pegado al cristal, sus manos eran manchas blancas contra el ventanal, los músculos de su cara estaban completamente laxos. Una de sus mejillas era de color oscuro a causa de la piel rasgada y la sangre seca.

Clark apoyó la espalda contra el HEMTT y recargó su pistola. Había sido una larga e inquietante noche y no hacía más que empeorar. Pensó en contravenir la orden: el chico infectado no era un peligro para nadie metido en esa tienda. Sin embargo, afectaría a la moral de las tropas dejar uno de los caníbales con vida.

Mantener la moral elevada era a todo lo que Clark podía aspirar. Por cada uno de los infectados que derribaban, daba la impresión de que diez aparecían de la nada. No estaban haciendo progreso alguno hacia su objetivo.

—Vamos, vamos, no perdamos tiempo operativo —insistió Horrocks.

Los soldados todavía estaban frescos, mantenían la profesionalidad. Quizá Clark era el único que estaba viniéndose abajo tras una noche de violencia y comida fría sin dormir. Apartaron a patadas al chico, lo asesinaron y volvieron al HEMTT en sesenta segundos. En el techo del enorme camión, un M249 manejado por dos soldados los cubría en todo momento.

El HEMTT estaba lleno de supervivientes aterrorizados, gente que habían recogido por el camino. Cada vez que uno de los soldados pegaba un tiro, un gemido colectivo salía de la parte de atrás. El sonido ponía de los nervios a Clark; ya se sentía bastante culpable, no le hacía falta el aullido infernal de los supervivientes para recordar que estaba masacrando civiles inocentes.

—Comunicación —gritó Clark, y una especialista se acercó agachada con un teléfono por satélite. Manteniéndose a cubierto, tal y como había sido entrenada, hacía más difícil que un francotirador le diera. Nadie les disparaba en Denver, pero la habían instruido en los procedimientos de cobertura con tanto ahínco que los había interiorizado. Se arrodilló al lado del camión con Clark e hizo un saludo.

—¿Qué tenemos? —preguntó él—. ¿Ha contactado con el teniente general?

—Señor, no, señor, nada desde la última transmisión. —Eso había sido media hora antes. Se suponía que una columna de armamento ligero (Humvees con armamento montado) debía bajar por el bulevar Speer en cualquier momento para relevar a la sección. Clark no se hacía ilusiones. El teniente general no respondía a sus llamadas, lo que no podía significar nada bueno.

—De acuerdo, regrese al vehículo —le dijo. Llamó a Horrocks y el sargento apareció al instante—. Es hora de retirarse. Estamos manteniendo la posición, pero eso no es exactamente lo mismo que hacer progresos. Quiero al escuadrón tres cubriendo atrás.

El sargento se dispuso a convertirlo en una realidad y Clark se subió a la cabina del HEMTT. Un ordenador de a bordo mostraba un mapa GPS de la zona. Se veía el club de campo y el centro comercial Cherry Creek teñidos de rojo. Eso lo convertía en territorio vetado, un lugar que se estimaba demasiado inseguro para los soldados. El azul era para las zonas que se estaban conteniendo activamente contra los infectados. Clark tuvo que aplicar el zoom para encontrar algo de azul. Lo más cercano era un grupo de asalto apostado en una franja del bulevar Federal.

—¿Cuánto tiempo hace de esto? —preguntó él.

—Señor, unos treinta minutos —le contestó la especialista en comunicaciones. Se estaba poniendo roja debajo del casco. Sus mejores datos debían de ser producto de la última descarga del mando.

—De acuerdo —dijo él, y se frotó el puente de la nariz—. ¿Qué dice la CNN?

Ella manipuló el ordenador unos momentos, cotejando los informes escritos de la página web del canal informativo con el programa de imagen del mapa. Cuando se lo enseñó de nuevo, el grupo de asalto ya no estaba y un montón de distritos nuevos se habían vuelto rojos. La epidemia se estaba propagando mucho más rápido de lo que podía hacerlo cualquier enfermedad infecciosa. ¿Y adónde había ido el grupo de asalto? No lo podía encontrar en ninguna parte del mapa. ¿Se habían retirado?

El HEMTT arrancó con un rugido y se puso en marcha. El conductor lo mantuvo a baja velocidad, la unidad de mercancías estaba llena de supervivientes, así que los soldados tenían que correr al lado cargando todo su equipo.

Los infectados parecían notar que Clark se estaba replegando. Los campos de fútbol de Congress Park estaban atestados de infectados, que estiraban sus brazos ensangrentados intentando coger el camión al pasar. Aparecían en cada calle por la que pasaba el HEMTT, salían en tropel de la mitad de los edificios. Los soldados querían agredir al enemigo, pero Horrocks los tenía atados bien corto: luchar sólo los ralentizaría. Clark quería regresar al puesto de mando y averiguar qué demonios estaba pasando antes de llevar a cabo más esfuerzos de combate.

En Colfax alguien abrió un contenedor y esparció la basura por el medio de la calle. Parecía como si algunas de las bolsas hubieran sido destrozas por animales. Clark abría y cerraba la funda de su pistola para hacer algo con las manos.

El conductor los llevó directos a Esplanade, aplastando el césped y los matorrales para acortar terreno.

—Intente contactar de nuevo con el teniente general —le dijo Clark a la especialista en comunicaciones, y ella lo llamó a casa obedientemente, pero no obtuvo respuesta. Quizá el Sistema Táctico Unificado de Radio se había caído otra vez; tenía muy mala fama. Cuando el conductor entró en el aparcamiento del instituto, Clark saltó del vehículo antes incluso de que se detuviera.

No había nadie.

Nadie protegía la entrada de atrás. No había nadie a cargo de la flota. Las enormes furgonetas de señalización TROJAN SPIRIT II de los campos de deporte estaban vacías, no había nadie. Clark le dijo a Horrock que enviara dos escuadrones al instituto y que informaran de inmediato, pero ya sabía lo que encontrarían, y estaba seguro de que ya sabía adónde había ido el grupo de asalto también.

Se debían de haber convertido en puntos rojos en la pantalla. Clark se dio cuenta de que no había ninguna ruta segura a Denver. Era imposible. Había demasiados infectados, pero no suficientes balas.