Los obispos mormones de Harpersville prohíben una investigación policial
Un sagrario de un pequeño pueblo podría ocultar una celda de tortura, advierte la oficinal estatal de investigaciones [Deseret noticias matutinas, Salt Lake City, 18/03/05]
La dejaron allí durante horas, atada a la cama, incapaz de moverse. No se entumeció ni estaba incómoda, pero ni siquiera podía estirar el brazo para encender el aparato de televisión que había sobre su cama en una repisa de metal. Trató de dormir, pero tampoco lo consiguió. Su cuerpo se negaba a relajarse del todo, no cuando seguía escuchando alaridos fuera de su habitación. Al menos no hubo más disparos. Intentó tranquilizarse y fracasó.
Estar atada a una cama de hospital le brindó muchísimo tiempo para pensar. Para tratar de recordar. Se forzó por llegar a las zonas oscuras de su cerebro, que eran como urbanizaciones llenas de casas sin luces encendidas en las que no había nadie. En los suburbios abandonados de su mente intentó reunir las piezas de cualquier cosa, lo que fuera: las caras de sus padres, sus amantes, sus amigos. ¿Tenía hijos? ¿Tenía una casa en alguna parte? Trató de no empañar sus pensamientos con suposiciones desalentadoras, pero no lo logró: la ropa que llevaba puesta, los pirsines, tenían que significar algo, al menos que no era una indigente, que no trabajaba en una oficina. Como mínimo eso. Sin embargo, esas deducciones superficiales la pusieron en camino. Conformaron la caricatura de una vida carente de detalles y sin textura alguna. Intentó apartarlos de su mente y recordar algo. Escarbó en busca de cualquier fragmento de un recuerdo: una fiesta de cumpleaños, una incursión al centro comercial, dónde había dejado su bolso. Trató de recordar su nombre, al menos las iniciales.
No lo logró.