El presidente cancela un fin de semana de esquí
No se han dado explicaciones [USA Today, 19/03/05]
—¿Podemos encender alguna luz? Seguramente habrá luces de emergencia allí abajo. Vamos a ponernos manos a la obra. —Bannerman Clark estaba rígido ante la ventana de policarbonato; no sabía con seguridad qué vería cuando encendieran las luces en la Unidad Especial de Internamiento. Aunque sería más apropiado llamarla la Unidad Especial de Terror. Lo que fuera que podía poseer a un hombre y convertirlo al canibalismo —poseer a hombres racionales con buenos trabajos y familia, como los guardias de la prisión—, no era nada agradable.
El ayudante del alcaide se encogió de hombros cuando sus subordinados lo miraron en busca de confirmación para la orden de Clark.
—He sido relevado del mando. Haced lo que él diga.
Fueron necesarias seis llamadas para que Bannerman Clark fuera designado comandante de Incidente Local para lo que todavía había de convertirse oficialmente en un incidente. Normalmente, rozaba lo imposible acercarse a las cadenas de mando civiles, incluso en una emergencia. Tras el 11-S el sistema se había racionalizado considerablemente. Los galones de capitán de Clark apenas le garantizaban el tipo de poder e influencia que estaba autorizado a ejercer por entonces, pero esto era una OOTW[3] y las prioridades habituales y las cortesías se invertían. Alguien tenía que estar al mando. Alguien tenía que empezar a dar órdenes.
—Creíamos que debía de tratarse de drogas —informó Glynne—. Estamos entrenados para ocuparnos de eso. Envié hombres que ni siquiera toman una aspirina cuando les duele la cabeza. No lograron salir.
A Clark no le sorprendió que Glynne no viera más allá de sus narices. En 1997, un preso fue asesinado en el CMS-Florence y el cadáver no fue hallado hasta cuatro días después. La prisión estaba tan férreamente restringida y controlada que cualquier desviación del horario estándar, incluso una peligrosa, sencillamente no se registraba. Abrió la tapa de su móvil y escribió un mensaje de texto al teniente de la base de las Fuerzas Áreas de Buckley con el 8.º Escuadrón de Apoyo Civil, el destacamento de fuerzas de armas de destrucción masiva de la Guardia Nacional. Para Clark era bastante evidente que los hombres que habían tomado la zona no estaban bajo los efectos de las drogas. Sólo algún tipo de virulenta enfermedad podía causar este comportamiento caníbal. Tal vez una cepa mutante de meningitis. O la rabia.
—Hicimos que entraran hombres con todo el equipo antidisturbios a golpe de descargas de electrochoque. Llenamos la habitación de gas lacrimógeno, abrimos las mangueras a toda presión sobre ellos. Cada vez que he enviado un hombre allí dentro, le han arrancado las protecciones y la garganta sin más. Yo mismo vacié seis cargadores de un 357 en el pecho de uno de esos gilipollas. Dio vueltas como una peonza, pero luego siguió abalanzándose sobre mí. Todavía sigue allí abajo, dando vueltas. Comiendo.
Una luz de emergencia cerca del techo del agujero negro se puso naranja en la oscuridad cuando empezó a calentarse. Estaba diseñada para funcionar así. Si los residentes de la UEI eran expuestos a una luz potente sin previo aviso, se los podía cegar temporalmente. Clark se quitó el dispositivo de visión de la cabeza y lo dejó cuidadosamente sobre el escritorio mientras la luz ascendía a máxima potencia.
Bajo la nueva iluminación, Clark vio a uno de los afectados tambaleándose sobre una montaña de basura, rollos de papel higiénico deshechos, trozos de periódicos, fragmentos de un traje antidisturbios destrozado. Se movía como una rana en un terrario, extendía las piernas lentamente para hacer palanca al tiempo que la parte superior de su cuerpo permanecía inmóvil. Los demás se retorcían en la pila, desnudos y exentos de vergüenza alguna mientras se alimentaban. Los hombres de las celdas levantaron la vista hacia la luz, pero no parpadeaban. Clark gruñó a su pesar. Las víctimas estaban en muy mal estado. Un preso había perdido las orejas y los labios. Otro tenía casi todo el estómago arrancado entre la caja torácica y la pelvis. ¿Cómo podía alguien levantarse y moverse después de sufrir esa herida? ¿Cómo era posible que alguien sobreviviera a ella? Clark se estremeció y se recuperó. Tenía trabajo por hacer.
—Necesito a todo su personal aquí. Despiértelos si tiene que hacerlo y hágalos venir. Las próximas veinticuatro horas serán cruciales para contener esto. Tenemos que poner en cuarentena a cualquiera que haya podido estar expuesto hasta que sepamos que no lo van a propagar. —Se volvió hacia el técnico que había activado las luces. El hombre al menos sabía cómo hacer algo útil—. Glynne se me ha presentado como ayudante del alcaide. ¿Dónde está el alcaide mientras sucede todo esto?
El técnico miró a Glynne.
—De vacaciones. Fue a visitar a su familia a California —le respondió.