Capítulo III

ZAIDA habló con su profesor, le comentó la idea de la ONG y le preguntó sobre su asignatura. El buen hombre le dijo que tenía superada la asignatura y que había terminado la carrera, que era muy loable el irse a Marruecos, pero que aquel niño no saldría del hospital con el muchacho. Habían dado la orden: desde la embajada, en cuanto estuviese recuperado el bebé sería devuelto de inmediato a Marruecos con los trámites legales correspondientes, aunque todavía no se lo habían dicho al francés. Un bebé huérfano inscrito en un hospital y luego abandonan sin dar sus datos, para que no le hiciesen preguntas, evidentemente, incluso si era entregado por una médica que desaparecía después… se comunicó de inmediato a Asuntos Sociales y estos contactaron con la Embajada marroquí, con los que había acuerdos firmados para esos casos entre ambos países, por la cantidad de veces que no de esa forma, aunque de otras muchas, terminaba apareciendo un bebé, supuestamente, huérfano, en un hospital.

 

—Acabo de hablar con mi profesor —intervino Zaida—. Hoy es mi último día aquí. Mira, será mejor que te vayas para Marrakech —dirigiéndose al chico francés—. El bebé será devuelto a través de la Embajada marroquí, han dado parte a asuntos sociales. No podrás llevártelo así como así. Creo que se lo llevan en dos días. Está completamente recuperado.

 

—No puede ser, qué pena. Este niño no durará mucho, con las amenazas que nos hicieron y todo lo que hemos tenido que arriesgar, además de la pobre médica de la ONG que trajo al niño y se ha ido con una orden de búsqueda y captura —con gesto de preocupación evidente, Zaida lo abraza—.

 

—No pasa nada, estará bien. Ya he terminado las prácticas y estoy completamente libre, mañana vendré a verle, y a ti también.

 

 

 

El padre de Zaida estaba muy contento, aunque Medicina duraba seis años, ella había tardado ocho, pero al final la había terminado. Fue muy buena estudiante durante el instituto. Una vez en la universidad empezó a disiparse entre los chicos y las fiestas. La pérdida de su madre, al entrar en Medicina, tuvo mucho que ver, el cáncer de pulmones que le detectaron fue fulminante. En cierto modo culpaba a su padre por haber hecho a su madre fumadora pasiva teniendo que tragarse el humo de sus habituales cigarros a cualquier hora. Después de aquello sólo fumaba en el balcón de casa, pero ella no le perdonaba su adicción al tabaco ni el daño que les había hecho como familia. También es cierto que la gente de su edad no había vivido la revolución contra el tabaco de su generación. Se trataba de todo un señor profesor de universidad que no había sido capaz de cultivarse en salud, embobado en enormes manuscritos de árabe que Zaida estaba convencida que sólo le interesaban a él. Fue la última persona a la que pensó dirigirse para saber sobre “Los Náufragos del Mundo”, y cuando los nombró el padre la miró con sorna, sería una tontería inventada por una mujer desesperada porque acogiesen a su hijo en la ONG.

 

 

 

Zaida volvió al hospital al día siguiente para ver a Patrique, tenía cara de cansado.

 

—Dejemos que descanse —mirando al bebé y pensando también en el francés—. No es bueno que lleves tantos días aquí. Hasta duermes en el hospital. ¿De verdad que ni siquiera has visto la Alameda de Hércules con lo cerca que está?

 

—No he salido de aquí en una semana y media. Lo único que conozco son las enfermeras, me sé hasta sus turnos.

 

—Pues eso tiene fácil arreglo, ¿qué te crees que he hecho hasta mis 26 años cada viernes desde que entré en la universidad? Te invito a una caña y a un plato de caracoles. No puedes irte de Sevilla sin probarlos.

 

Desde el hospital hasta la Macarena había unos escasos diez minutos, hasta uno de los lados de la Alameda de Hércules. Zaida aprovechó para contarle a Patrique la situación real del bebé y lo que pasaría con su viaje, era imposible que le dejasen llevárselo. El francés se detuvo al instante y llamó a la ONG para contarles lo que estaba sucediendo. Cruzó varias frases en francés con su interlocutor y colgó enseguida explicando que tendría que volverse casi ya, la muchacha había entendido la conversación porque sabía francés, aunque no dijo nada.

 

—¿Qué te han dicho? —preguntó sin más—.

 

—Que me vuelva ya, si no puedo hacer nada aquí lo mejor será que regrese. Allí hace falta un ingeniero y sobre todo dos manos para lo que sea.

 

—Bueno, pero eso no te excusa de tomarte unas cervezas y los caracoles ¿no? —sonriendo—.

 

—Pensé que sólo era una cerveza, ahora ya son varias —devolviendo la sonrisa—.

 

—Hombre, quien dice una dice dos. Tendré que emborracharme un poco para celebrar que ya he terminado la carrera ¿no?

 

Lo cogió de la mano y reconoció una sensación de ardor que vagamente recordaba con cariño, tras sus últimos meses de relación. Patrique recogió su mochila de la silla que le había servido de improvisada cama y se fueron. Al entrar en el ascensor se hizo un silencio eterno que durante tres plantas sólo se acalló con las palabras de dos mujeres que hablaban del pésimo servicio de enfermería que estaba recibiendo un familiar ingresado en el hospital. Zaida se miró levemente en el espejo para saber si estaba bien peinada. Salieron por la puerta que daba a la universidad, cientos de estudiantes merodeaban por la cafetería y la entrada de la biblioteca, ella volvió a pensar que habían sido años de estudio muy duros, cuando iba a empezar a contarle lo que había sido su carrera allí se dio cuenta de que no le apetecía seguir ocupando su cabeza con su vida universitaria porque terminaría recordando a su expareja.

 

—¿Está muy lejos la Alameda? —rompiendo el hielo, sin saber a qué se debía el momentáneo silencio de la chica—.

 

—A cinco minutos, pero vamos a calentar motores en una marisquería que nos pilla de paso.

 

—¿Serás muy buena estudiante? En Francia sólo estudian Medicina los chicos con mejores notas.

 

—No creas, simplemente tuve un padre muy pesado detrás de mi diciéndome siempre que debía tener un buen futuro. Si no llega a ser por él no habría estudiado tanto, aunque también tiene mucho que ver que mi madre muriese hace ya unos años de cáncer —bajando la mirada mientras recordaba la cara de su madre—. No tuvo nada que ver con los médicos, cuando lo descubrieron ya era demasiado tarde, pero es cuando te das cuenta de que hay profesiones que te hacen poder ayudar a la gente mucho más que otras. Si no fuese médico, hubiese sido psicóloga o incluso pitonisa —queriendo hacer una broma inteligente, aunque el chico no la comprendió muy bien—. El caso es ayudar a quien se pueda. Siempre he pensado que hay gente que pasa por la vida sin hacer nada por lo demás. Y no se trata de dar tu vida olvidando la tuya, sino vivir pensando que la felicidad de los demás también puede provocar la tuya.

 

—Lo ves, no te va a quedar más remedio que venirte conmigo —tocando su hombre y rompiendo la distancia—. Toda la gente que trabaja allí piensa lo mismo. Por eso me fui, necesitaba ayudar a otra gente durante algún tiempo. Es como si mi vida fuese tan buena, comparándola con la de otros muchos, que si no hacía esto no podría vivir feliz el resto de mis días.

 

Llegaron al bar y pidieron un par de cervezas, las raciones de caracoles se habían acabado, tomaron una de gambas. Mientras Zaida le explicaba al chico cómo se comían los altramuces que venían gratis con la bebida se pusieron en una mesa alta en el exterior donde el sol alegraba todavía el final de la tarde, el murmullo estudiantil animaba el lugar que daba a una plaza y desde donde casi se podía ver el río.

 

—Lo ves, el sol de España es lo mejor. Mis compatriotas siempre vienen de vacaciones al sur buscando esto. No tiene precio. Y si además es en una compañía tan encantadora, mejor…

 

Zaida se sonrojó y miró hacia el suelo mientras contestada que era mutuo. Cuando acabó de explicarle que ya no tenía con quien disfrutar de esos momentos se marcharon hacia la Alameda, todavía con el olor a gambas en sus manos, cosa que Patrique consideró que era un fastidio para sus planes de conquista.

 

La Alameda estaba llena de estatuas por un proyecto realizado en diferentes ciudades de España de llevar el arte a la calle. Las estatuas eran de Rodin, con la consiguiente aprobación de Patrique, por momentos parecía volver a recordar el gran espíritu de su pueblo y ensalzar los valores que Francia había dado al mundo. Zaida permanecía ajena a sus intenciones patrióticas, para ella no era tan importante hablar en general de España como la mejor, sino de Sevilla como inigualable ciudad andaluza y mundial. Se sentaron en uno de los antiguos bares de la Alameda y ella le explicó que era un antiguo brazo de mar del Guadalquivir, se terminó cerrando con el amurallamiento de la zona de Barqueta y su nombre procedía de las dos columnas que estaban al final de la Alameda llegadas de un templo romano dedicado a Hércules y sobre ellas había esculturas de Julio César, restaurador de Híspalis (Sevilla). En la segunda mitad del S XVIII se colocaron, al otro extremo, otras dos columnas rematas con leones y escudos representado a España y Sevilla. Entre las columnas que empezaban y terminaban la Alameda había la extensión de un campo de fútbol. En cada uno de sus lados había decenas de bares que habían formada parte de la movida intelectual de Sevilla y seguían haciéndolo.

 

—Creo que me está afectando un poco la cerveza —la interrumpió el muchacho—.

 

—Si sólo son las nueve de la noche y acaba de oscurecer —contestó la médica sorprendida—.

 

—Buen momento para besarte —aproximándose a ella—.

 

—No, espera, no creo que sea buena idea, es que todavía es un poco pronto.

 

—¿Pronto para olvidar el dolor?—volviéndose a lanzar hasta sus labios—.

 

La besó durante algunos segundos en los que ella se entregó sin oponerse. La primera sensación fue de extrañeza, no eran los mismo labios ni la forma de besar que recordaba. La segunda fue disfrutar de un simple gesto de cariño. Después de varios besos más, sin prestar atención a la cantidad de mesas que los rodeaban, Zaida pensó que podría haber junto a ella a alguien que la conociese o incluso su exnovio.

 

—Se está haciendo tarde, ¿por qué no nos vamos? —mirándose el pecho para ver si se le notaban los pezones, ahora duros por la excitación de los besos—.

 

—Como quieras —llamando al camarero para que les cobrase—.

 

Anduvieron un poco hasta que Patrique dijo que se volvía al hospital.

 

—¿Por qué? No pases otra noche más allí, yo vivo con mi padre y puedo ofrecerte una cama, aunque conozco una pensión muy cerca de aquí…

 

Al alejarse cada vez más de la Alameda Zaida se volvió a relajar y el francés tomó su mano sin problemas. Cuando llegaron al hostal y cogieron la habitación para Patrique quiso marcharse.

 

—Aunque deberíamos ver cómo está, a veces dejan las cosas fatal y sabiendo que eres extranjero son capaces de meterte donde sea —nada más decir esto se arrepintió de inmediato, sabiendo que iba a subir a su habitación y podía parecer otra cosa, por la cara que él había puesto. Quizás deseaba subir en realidad—.

 

Subieron en el ascensor sin decir una palabra, ella se miró en el espejo para saber si estaba bien, se preguntó a si misma qué estaba haciendo. Al entrar en el cuarto, entre risas cómplices, la volvió a tomar de la mano y la besó suavemente, acariciando su pelo, sin decir nada, mirándola a los ojos. Pegó su cuerpo al suyo y le susurró que era preciosa, ella respondió que era una locura. Patrique cerró la puerta y ella se sentó en la cama con vergüenza.

 

—Somos adultos, no estamos haciendo nada malo.

 

—Es que es muy pronto, de verdad, no sé si estoy preparada.

 

El chico se quitó la camiseta y dejó ver su torso fibroso. Él puso la mano en su corazón y le explicó que si iba tan rápido era por ella. Se besaron de nuevo y Zaida se quitó su camisa. Llevaba un sujetar negro muy antiguo, intentó besarlo y que no se fijase. Terminó por quitárselo rápidamente, él la levantó a pulso y retiró la colcha. Ella introdujo su mano en el pantalón, sin abrilo, notó un bulto mucho mayor que el de su anterior pareja, recordando que a veces no había sentido casi nada al hacerlo. Se quitaron los pantalones. Estaba acostumbrada a tomarse las cosas con calma, a jugar, pero el francés, sin quitarle las bragas, las retiró un poco y comenzó a chuparle el clítoris mientras introducía en su vagina a ratos la lengua con movimientos rápidos, estaba tan excitado que tampoco deseaba ir más despacio. Se incorporó cuando ya no pudo más, se quitó la ropa interior y se tiró encima de él. Tomó con su mano aquel enorme miembro y se lo introdujo suavemente. Empezó a hundirse sobre él hasta que llegó a la base, soltó un suspiro de alivio y mientras lo besaba comenzó a hacerle el amor, él palpaba sus senos pellizcando de vez en cuando sus pezones. Zaida se corrió tan rápido que el chico creyó que estaba fingiendo. Cayó junto a él y lo masturbó, tardó unos segundos en irse.

 

—Pasa la noche conmigo —exigía extenuado el chico, cuando se recuperó, pensando en tener más—.

 

—Tengo que irme, no dije nada en casa y mi padre se extrañará. Lo siento.

 

—Dame tu número, mañana te llamo. Recuerda que tienes que venirte conmigo. Siento algo muy fuerte por ti y tengo miedo de que esto se acabe aquí. —viendo como se vestía—.

 

 

 

Zaida se despertó y fue la primera vez en mucho tiempo que no se sentía confusa con su vida. El padre desayunaba su café con galletas de todas las mañanas. Al verla le preguntó qué había hecho la noche anterior, desde que ya no tenía novio temía que volviese sola a casa o que pudiese beber más de la cuenta y alguien se aprovechara de ella. A raíz de morir su madre, su relación se volvió bastante tensa con respecto a las reglas que gobernaban la casa. Una mujer venía una vez por semana y limpiaba, la cocina era algo difícil porque al principio fue el padre quien se inventaba platos incomibles que ni siquiera él se terminaba. Habían decidido que ambos comiesen entre semana en la universidad, los fines de semana preparaban la comida en casa entre los dos. Algunas veces los abuelos les mandaban algo, pero el padre no quería que se entrometiesen en su vida e intentaba sin éxito preparar diversas recetas a los que Zaida siempre terminaba por dar forma con algún condimento o especia.

 

—¿Papá, qué te parecería si me fuese dos meses a Marruecos a una ONG? He conocido a un chico que es ingeniero y trabaja para ellos, me ha dicho que hay un puesto de médico en Marrakech. Ya me he enterado de he que he terminado la carrera.

 

—¡Enhorabuena cariño! —realmente contento, se levantó y le dio un fuerte abrazo con un sonoro beso—. Pero ¿no crees que tendrías que hacer el MIR? —volviendo a su postura de padre realista y aburrido—. Además, ya sabes cómo son los árabes. Mira, yo soy un enamorado de su cultura, pero como personas y pueblo a veces dejan mucho que desear con respecto a las mujeres. No quiero desanimarte, pero incluso podría ser peligroso que una chica tan guapa como tú se fuese sola… sin nadie que te proteja.

 

—Si te refieres a que me quiero ir sin novio, sí —enfadándose un poco por la coletilla machista de su padre—. Pero me iría a una ciudad muy conocida. Marrakech no es ningún pueblecito perdido entre las montañas.

 

—No, será mejor que no —rotundamente—. Y dejemos el tema, ahora tienes que hacer el MIR y dejarte de tonterías. Está muy bien eso de ayudar a los demás, pero tú termina tus estudios que tengo varios amigos que podrían meterte en alguno de los hospitales de Sevilla. Lo tengo todo muy bien estudiado.

 

—Sí, pero yo tengo ganas de desconectar. Estoy un poco harta de Sevilla, necesito irme.

 

—Mira, te he dicho que no, no pienses que te voy a dar un duro para tener que estar preocupado dos meses, no me da la gana.

 

—Papá, por favor —poniendo cara de niña buena—.

 

—Ni por favor ni nada, no hay más que hablar —tajante—.