Capítulo LVI
UN timbre sonó en casa de Zaida sin acertar muy bien a asociarlo a nada, sería el sonido del timbre del portero. Al coger el telefonillo dudó unos instantes en el idioma a utilizar, luego se decidió por el español para más tarde decidirse por otro en última instancia, tal vez era Sergio, aunque no tenía ningunas ganas de hablar con él hasta que pasase un poco más de tiempo y olvidase la lamentable situación. Le hizo recordar lo patéticos que podían llegar a resultar los hombres.
—¿Zaida? —no era la voz de Sergio, era una voz de hombre con un pequeño acento francés.
—Sí, soy yo, —en francés—.
—Adivina, somos tus dos nuevos y mejores amigos, venimos a darte una vuelta por esta ciudad.
—Pero… —sin saber todavía exactamente—.
—Somos Rayhan y Omar, los que te trajimos aquí.
—Ah, vale. ¿Qué hacéis por aquí? —pensando en las pocas ganas que tenía ahora mismo de hablar con nadie, pero acordándose del favor que le estaban haciendo—.
—Bájate, te queremos dar una vuelta por la ciudad. ¿Te pillamos en mal momento?
—No, no. Pero ya sabéis que una chica necesita un poco de tiempo para salir a cualquier parte.
—Ponte cualquier cosa y bájate.
Zaida pensó que cualquier cosa equivalía a una indumentaria que le sirviese tanto en un lugar informal como en otro completamente serio, no los conocía de nada pero intuía que les gustaban los sitios de gente bien. Buscó en su fondo de armario y encontró un pantalón marrón y una camisa negra medio planchada, unas bailarinas negras, y una cola, combinaban con cualquier sitio. Tardó poco menos de 15 minutos, incluso se sorprendió a ella misma. Un lavado de cara, un poco color en los pómulos, un suave brillo de labios… ya estaba duchada y completamente depilada por la cita con Sergio, lo tenía fácil. El conjunto fue lo peor. Le dio un par de toques con una plancha del completo mobiliario de la casa. Antes de bajar se asomó por una ventana y ver cómo iban vestidos los dos chicos. Se sorprendió un poco, con trajes sin chaqueta, pensó que su elección de vestuario no podía haber sido mejor y bajó.
—Hola chicos, ¿qué tal?
—¡Uau! —impresionados por la belleza de la muchacha—.
—No es para tanto —avergonzada—.
Le hicieron el “tour” a la ciudad, abrieron el techo solar de su BMW negro y se dirigieron a enseñarle los monumentos de la ciudad. Primero llegaron a la gran plaza de Jamaa el Fna, hay que verla de día y luego de noche. El lugar más famoso de Marrakech debía su interés a levantarse a escasos metros de la Mezquita de Kutibia, quedando dominada por su alminar, aunque también había más mezquitas que la rodeaban pero más modestas. Le contaron a Zaida una creencia popular, la plaza había sido un lugar de asamblea de aniquilación porque allí se ajusticiaban a los que delinquían y luego se exponían sus cabezas, aunque le aclararon que la verdadera función de la plaza era de mezquita. Aparcaron el coche en una calle aledaña. La plaza, de enormes dimensiones estaba rodeada por todas partes, menos por la de la medina repleta de zocos clasificados por su actividad principal. En los bordes de la plaza había muchos cafés, fueron a sentarse en uno llamado café de Francia, los camareros parecían conocerlos muy bien y les pusieron una mesa nada más verlos llegar daba a la plaza. Le dijeron algo al camarero en árabe y este salió en dirección hacia mitad de la plaza, de donde volvió a los pocos segundos con un titiritero y un malabarista que se situaron frente a ellos para realizar su espectáculo, al tiempo que se adhería a ellos un flautista. Al parecer no tenía nada que ver con la plaza de noche, a la que prometieron traerla después de cenar para que comprobase el cambio. Por unos segundos se quedó mirando su derredor entre funambulistas y turistas, niños que se acercaban a pedir dinero a los turistas, gente consumiendo té por el valor de varios días de comida de una familia pensando que aquello era el precio real de las cosas en Marruecos. Por segunda vez, cuando llegó a su nueva casa vio otro país, no tenía nada que ver con el real y ni el que aparecía en las guías de monumentos a ver en la ciudad. Los árabes, por lo general, iban vestidos con ropa normal aunque poco aseados. Se notaba que no tenían mucho dinero, sonreían con facilidad y eran muy vivos. Iban de un sitio para otro tan rápido como les dejaban sus pies. Habían muchas mujeres, pocas o casi ninguna con el famoso velo islámico, se dedicaban a otro tipo de cosas distintas a las de los hombres, parecían dirigir en la sombra muchos de los negocios de la plaza. Hacía de recaderas y observaban a los turistas, recogían lo que los niños sacaban. Muchas comerciaban con fruta que vendían en cestas y otra serie de productos supuestamente artesanales que ellas mismas fabricaban, incluso a veces compraban esos productos a africanos por mucho menos de lo que luego lo vendían ellas. Había un negocio oculto entre los países africanos que rodeaban Marruecos con ellos en el que los negros les vendían las tallas por prácticamente nada, al punto que ellos estaban dejando de hacer sus típicas tallas árabes. Con una mirada, incluso más perspicaz, Zaida logró fijarse en que había una enorme cantidad de niños trabajando con una edad bastante inferior a la que ningún gobierno dejaba hacerlo.
—¿Te gusta? —preguntándole Omar a la chica—.
—Está muy bien, un poco turístico, lo único —guardándose que los dos chicos eran como dos turistas disfrutando del espectáculo de una gente que eran parte de su pueblo aunque con la gran diferencia de ser grandes señores con título de dinero—.
Pasaron media hora tomando té. Algunos muchachos se acercaban después de hacer su pequeño espectáculo hasta la mesa para recibir su propina. Zaida supo quiénes eran aquellos dos muchachos con total veracidad.
—¿No os dan pena? —preguntó la médica—.
—No son como nosotros, cada uno tiene su sitio. —contestó al instante Rayhan—.
Curiosamente conocían los últimos grupos de música americanos o ingleses mejor que Zaida. Habían viajado por media Europa y estudiado en buenas universidades. Eran muy cultos, podían cambiar de registro al instante, relatar su viaje a New York para ver una obra de teatro y luego un concierto del último grupo de moda en un pequeño bar. Por su actitud parecían ser musulmanes, por su actos creyentes de Alá en Marruecos, de cara a la galería árabe más ortodoxa, y muy progresistas para otro tipo de gente. Bebían alcohol cuando no había gente mayor porque les ofendía, comían cerdo pero en realidad no estaban acostumbrados desde pequeños y preferían la ternera o el cordero, a excepción del jamón serrano, entre bromas afirmaban que eso no era cerdo sino un regalo de Alá.
—Vamos ya, tenemos que enseñarte más cosas, el zoco lo habrás visto ya ¿no? ¡Cómo estaba cerca de tu trabajo! —con un toque de finura política, sabiendo Rayhan que había tenido varias incursiones en la zona con el artesano árabe y en el bar de la camarera española—.
—Sí, he visto algo —dijo tímida Zaida—.
Le prometieron volver más tarde para enseñarle la transformación de la plaza y cómo puede llegar a cambiar la gente del mismo espacio.
—Ya verás, seguro que te gusta venir aquí después.
—¿Pero dónde vamos ahora? —pregunta ella—.
Iban cerca de allí para enseñarle el museo de Marrakech y llegaron muy pronto andando. El valor del sitio no era tanto sus obras como la construcción. Situado frente a la mezquita de Ben Youssef. Cuando entraron le explicaron que se había inaugurado a finales de los años noventa en el palacio del siglo XIX meticulosamente restaurado, creado el museo con el fin de tener una colección permanente de arte marroquí contemporáneo, organizar exposiciones y otros eventos culturales. Los muchachos admitieron la dificultad de innovar allí por las reticencias de las antiguas y viejas autoridades. Había artistas árabes contemporáneos, muy pocos internacionales y además, a parte de protestar contra el Islam en sí, aportaban poco en realidad en sentido artístico. Lo más interesante del museo y en realidad en lo que un turista menos se fijaría era la colección de libros entre los que se encontraban algunos de los pensadores árabes más ilustres como el califa Othmán, tercer sucesor de Mahoma, dejó por escrito un manuscrito original con las revelaciones recibidas y transmitidas por Mahoma, apenas una veintena de años después de fallecer Mahoma, en el 652. El archivo tenía otras joyas como una recopilación de litografías y acuarelas del islam, sobre todo la colección de libros sobre caligrafía, una lengua que había variado tan poco a nivel escrito era importantísimo.
—La mayoría de la gente cree que el pueblo árabe tiene un cultura muy pobre, sin tener ni idea de la cantidad de años que tiene nuestra cultura ni todos los aportes que hicimos al gran pueblo que ahora se considera el europeo y americano. El problema es que por culpa de algunos indeseables estamos quedando relegados para la historia como un pueblo de fanáticos que maltratan a la mujer. —le explicó indignado Rayhan—.
Le pidieron al guardia, que también los conocía, que los dejase pasar a una sala que no estaba abierta al público. Se colaron por un pasillo muy largo hasta una habitación con una puerta roja de madera antigua. Al atravesar el marco vio una gran estantería metida en una urna. Un ordenador almacenaba todos los archivos escaneados. Le mostraron una ilustración que aparecía en un libro con más de seis siglos de antigüedad en donde aparecían distintas fórmulas matemáticas y físicas
—¿Sabes qué es esto? —dijo Omar—.
—Ni idea— respondió Zaida con un gesto—.
—Es el principio de las fórmulas de la bomba atómica que luego Einstein utilizaría para devastar alguna que otra ciudad. Es para mostrarte lo avanzados que estábamos y que nuestro pueblo no siempre ha querido matar al resto, sino al contrario. —prosigue el chico—. ¿Alguna vez te habías planteado que el álgebra es gran parte invención árabe o la medicina que hoy practicas tiene mucho de nuestro pueblo? ¿Alguna vez ni siquiera pensaste en que os hayamos influido en algo que sea un adelanto? No digas nada… ya lo sé… Pero como tú piensa mucha gente, nuestro pueblo no ha sido un gran difusor de su cultura para lo bueno, habrá sido un fallo. Ya lo solucionaremos… No creo que ahora, quizás dentro de menos de lo que el mundol cree. Habrá un lavado de imagen y tú lo verás, ya estamos manos a la obra.
—¿Y se puede saber cómo será tal acontecimiento? —pregunta ella interesada—.
La respuesta fue un silencio, una pausa marcada con su mirada apartada hacia el suelo y un: “Tú estás dentro de esta gran e importante reforma, sé que también eres Naufrago del Mundo”. Zaida puso cara de paranoica y pensó que ya estaba otra vez con la misma historia de la que ya no quería saber nada.
—Anda ya… Además, yo no he llegado a aceptar nada.
Intervino Rayhan.
—¿Crees que sólo te estamos ayudando porque tu padre conoce al mío? Es mucho más que eso, quizás tú misma te hayas ayudado tú solita. Todos sabemos que tienes grandes actitudes y no creemos en las casualidades, si has venido hasta aquí para formar parte de esto es porque tu destino, el que tú te estás creando, te ha llevado hasta nosotros. Nadie te buscó, tú nos has encontrado, incluso tu padre pertenece a una pequeña logia, para que veas —Zaida puso cara de incredulidad—, el tema es que esto no es una pequeña logia y una vez que entras se pueden hacer muchos favores a cambio de otros, hablemos claro. Aunque ya sabes que te puedes marchar cuando quieras. Lo único que te aseguro es que si sigues con nosotros dentro de un tiempo estarás muy bien situada en España.
—A cambio de qué favores. —dudando la médico-
Rayhan retoma.
—No te preocupes, son todo cosas legales y normales. No somos ni delincuentes ni estafadores, aunque ponemos a la ley de nuestra parte o hacemos que nos sirva y no al contrario. Pero ya te digo que no tengas miedo. No te pedirán nada que ponga en juego tu integridad, todos somos hombres de negocios muy respetables. Sólo se te pide que seas cordial con sus miembros y cosas que tu creas que puedes hacer y te apetece, como por ejemplo atender bien a un paciente en concreto, digo yo. Mira, yo aquí no mando, pero me ayudan y yo los ayudo. Pero dejemos el tema por el momento. Con tanta charla me ha entrado hambre. ¿Os apetece que volvamos a la plaza para que esta guapa señorita vea cómo ha cambiado el ambiente?
Tomaron a la chica del brazo y se fueron camino hacia la plaza, antes se pararon a ver unas pinturas y en concreto un tapiz que colgaba de una de las paredes.
—Por favor, tengo una mala costumbre —explicándose Rayhan— siempre que vengo aquí me siento frente a este tapiz durante unos segundos para contemplarlo. Aquí se muestra parte de la historia árabe en la época de Constantino. Mirad, el libro que sujeta aquel hombre fue el primer manual que Constantino hizo para el mundo y los Náufragos del Mundo. Aquí tenemos una joya en la que ningún turista se fijará jamás. Fijaos que desperdicio.
Allí permanecieron unos instantes. La chica intentó fijarse en todos los detalles del cuadro y recordó un juego que tenía con su padre, de pequeña siempre le pedía que se fijase muy bien en algo durante unos instantes para luego hacerle preguntas sobre lo que había visto. Se fijó en todo, en el hombre que sujetaba el libro, Constantino, en cómo se lo entregaba a otro hombre con harapos, la inscripción que había sobre el libro. Los barcos que arribaban a la costa y los cofres de dinero que los hombres estaban depositando. Cómo otros parecían llevar objetos hasta los barcos para cargarlos.