Capítulo XXXIII

ZAIDA y Kamîl terminan de ponerse en cuestión de segundos las batas, el montacargas se abre en la quinta planta. Esperan impacientes quien pueda haber al otro lado de la puerta, nadie. El pasillo parece despejado hasta la recepción. Empiezan a caminar, cada ruido sigue siendo motivo de sobresalto, ya se escucha el trasiego de la planta.

 

Zaida urde el plan en cuestión de segundos.

 

—Cuando lleguemos pregunta en recepción por la habitación de Fatoma, la chica fue madre hace poco, tenemos que hacerle una cura para sanearle una infección. Yo intentaré no decir nada, si me preguntan di que soy una médico de intercambio o lo que se te ocurra y que venimos de ginecología.

 

En pocos pasos estuvieron frente a dos mujeres mayores muy distraídas hablando de sus hijos y del colegio.

 

—¿La habitación de Fatoma? —interrumpe Kamîl—. La chica que fue madre hace un mes, tenemos que hacerle una cura.

 

—¿El apellido? —responde una mujer de pelo rizado y cano sin prestarles mucho interés.

 

—Vaya, se me acaba de olvidar.

 

—No te preocupes, a ver —mirando un libro con sus pacientes—. La 512. ¿Queréis que vaya el bedel con vosotros? Sabéis que ha intentado escaparse varias veces.

 

—No te preocupes, yo me encargo.

 

Zaida mira a Kamîl mientras se van dando la vuelta hacia el pasillo que lleva a la 512.

 

—¿Así de fácil? —incrédula-

 

—Marruecos es así.

 

 

 

Las habitaciones que pertenecían a psiquiatría tenían una particularidad, una puerta con un cristal, se abrían desde exterior y por dentro tenían menos muebles que la mayoría sin mesas, sillas u otros elementos que pudieran ser dañinos para el enfermo o quien lo visitase. Había muy pocas habitaciones, Marruecos tenía unos cuantos psiquiatricos pero nada que ver con su necesidad real. Las enfermedades reales son atendidas en raras ocasiones porque no pueden ni quieren mantener un enfermo cuyo cuerpo está bien. Con unos niveles tan altos de pobreza la picaresca es común y nadie lo pasa por alto, incluso en otros países más desarrollados están apareciendo aquí por el mismo motivo, el dinero. Es preferible que maten a alguien o se suiciden antes que pagarles una manutención. Zaida creía saber que aquella mujer tenía mucho que contar porque en esas circunstancias se convertía en una de las privilegiadas en ser atendida por una enfermedad mental. Pensó que podía ser de una familia rica o quizás alguien que tuviese algún tipo de situación fuera de lo común para ser atendida. Habitación tras habitación iban viendo a distintos individuos atados de pies y manos a las camas, como si al igual que en la Biblia fuesen un Jesús que espera en la cruz su muerte. Nunca le habían interesado demasiado las enfermedades mentales, ahora se cercioraba de porqué. Era mucho más fácil curar una pierna rota o una herida en la piel que un desequilibrio químico al que con la medicina actual se le sometía o una descarga química con medicamentos para restablecer los niveles normales. Una forma muy sencilla de ver un problema, seguro, con muchos más matices del alma de los que un simple médico del cuerpo podía arreglar. Las habitaciones se iban sucediendo sin encontrarse con el impedimento de nadie, los pocos enfermeros, auxiliares o celadores que deambulaban por allí iban ensimismados en sus pensamientos sin prestarles atención. Por fin, la habitación 512.

 

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