Capítulo LX

ESTUVO toda la tarde descansando y se arregló despacio, escuchando música, después de haberse bañado mientras se depilaba y ojeaba una guía turística de Marrakech. Se puso un vestido negro de tirantes de una tela muy fina y fresca, cubría incluso sus tobillos, creyó conveniente no hacer demasiado la europea en aquella ocasión. Ya tendría tiempo de ver de qué iba aquella gente y así no desentonaría en ninguna situación. Pensó brevemente en Sergio, estaba segura de que no tenía ganas de sufrir en una relación que no duraría mucho tiempo. Quien la enamorase tendría que ser sevillano porque quería vivir en su ciudad natal, incluso si era de un pueblo cercano y no quería vivir en la capital descartaría su candidatura. Su hombre, su futuro marido o pareja tenía que tener sus mismos objetivos en general y algunos en particular. Había visto como muchas amigas se metían en relaciones tortuosas con chicos que vivían fuera, extranjeros, de otros sitios o incluso con perspectiva de mudarse a Madrid o Barcelona, en definitiva; gente que no pretendía vivir en Sevilla y al final terminaban teniendo muchos problemas por elegir dónde estar juntos. Tenía claro que no iba a ser su caso. Para mal o para bien, su familia vivía en Sevilla, sus amigos, sus recuerdos, su mundo… Por otro lado, ahora la prioridad era su carrera médica y participar en un proyecto mucho más interesante de lo que nunca imaginó. Iba a formar parte de una investigación que podría formar parte de los libros de historia de la medicina, y aunque no fuese a verse su nombre, si conseguían su fin, podrían ayudar a salvar millones de seres humanos. El centro hospitalario le había dado muy buena impresión y pensó en gastarse su primer sueldo en ropa para renovar su vestuario.

 

Llamó a un servicio de taxis para que la recogieran, la había llamado ya para decirle a qué hora y dónde sería la cena. Un hotel de lujo cerca de su casa, en la azotea, no se olvidó de coger un chal para cubrirse los hombros en caso de que hiciese frío. Eran las 20.00 cuando el taxi apareció en su portal. Se introdujo en él y al sentarse, allí estaba de nuevo Marta Molina, la bibliotecaria.

 

—¿Pero qué haces aquí? Sal de mi taxi, ya me has metido en muchos problemas. Me han dicho que has perdido la cabeza. —dijo la médica crispada—.

 

Marta le dio la dirección al taxista y se fueron.

 

—Tengo sólo un rato para decirte la verdad.

 

—Ya lo sé todo —responde la médica—. Ahora trabajo en el laboratorio.

 

—Lo primero que tienes que saber es que la noche que te fuiste con los dos chicos te implantaron un chip de seguimiento. Como nunca llevas el móvil no se te podía localizar y además están intentado controlar tus pensamientos, mírate en la oreja, tienes una pequeña herida. Pronto empezarás a escuchar voces…

 

—¿Pero qué quieres de mi? Estás loca.

 

—Yo trabajaba allí, pero en un proyecto completamente distinto. Soy programadora y el nuevo estudio consiste en ondas de móviles para enviar códigos que activen distintos impulsos eléctricos y provocar la producción de químicos, por ejemplo, en ese momento, poder manipular mejor a la gente. Te adormezco con las ondas y en ese momento te sueldo un mensaje subliminal para controlar tu pensamiento. Es como drogar a alguien para hacer lo que quieras. Van a hacer lo mismo contigo, quieren utilizarte y luego borrarán tus recuerdos. Así de fácil, aunque no lo creas. Además, los estudios que ya conoces, los quieren aplicar siempre al control mental o el control de la situación física de una persona. Yo tuve que quitarme el chip que me pusieron. Ten mucho cuidado, te has acercado demasiado a la verdad y no van a dejar que sepas más. Imagínate, incluso están estudiando mensajes cifrados en las ondas móviles para transmitir pensamientos. Es otra parte del proyecto que yo llevaba, el cerebro es otro código binario con unos comandos muy simples.

 

—¿Qué me estás contando?

 

—Pequeña ambiciosa. Saben que sabes mucho, demasiado. Y que tal vez estés manejando los nombres de importantes miembros de la organización.

 

—¿Pero qué dices? No sé de qué me hablas, sé más cosas por ti que por nadie.

 

—Confiesa que alguien más te ha hablado de ellos.

 

—Estás loca, vete ya del taxi, me vas a buscar más problemas.

 

—Párese aquí —le exigió al conductor y se bajó sin decir nada—.

 

Zaida se quedó alucinada. Creyendo que aquella tarada le iba a amargar la existencia cada vez que le diese la gana. Al llegar a la cena la esperaban los dos chicos e inmediatamente les explicó lo sucedido. La sentaron entre los dos y les contó lo sucedido. En la mesa contigua, sin alejar la mirada de ellos, dos miembros mantienen la siguiente conversación:

 

—¿Cómo van los estudios sobre control mental?

 

—Creo que todavía no han conseguido casi nada. Con los chips implantados se consiguen modificaciones de conducta casi inapreciables y con las ondas también, aunque desde luego en un futuro podremos controlar a la población perfectamente con ellos, incluso mejor con las ondas móviles porque los chips saldrían muy caros aunque también nos sirva para controlar la situación de cada cual.

 

—¿Cómo llevan el programa de modificación de conducta con la chica?

 

—Ahí está, por ahora va bien, estamos siguiendo los pasos, queda poco para que no recuerde nada de todo esto. Es una pena, pero no tenía que haberse metido aquí.

 

 

 

Zaida habla con los muchachos sobre Marta. Ya sabían que intentaría molestarla, estaban intentando que se tome la medicación sin éxito, padecía una especie de locura transitoria. Había perdido el sentido de la realidad y creía hacer y haber hecho cosas distintas a las que hizo. Las personas con su talento e imaginación tenían tendencia a machacar la realidad a diario para inventar ciertas genialidades, pero esa facilidad para imaginar cosas nuevas les hacía poder también imaginar incluso una realidad nueva.

 

 

 

Los dos hombres de la mesa llaman a Marta Molina por teléfono.

 

—¿Has conseguido saber algo?

 

—La chica dice que nada, pero no termino de estar segura. ¿Vosotros habéis hablado con el sastre? Él tampoco dice haber hablado con ella después de su encontronazo. Lo tenemos vigilado, esta noche está en su casa viendo la televisión.

 

 

 

Zaida se sentía bastante rara y prefería volverse a casa, si no les importaba. Entendieron su situación, aunque le pidieron que por lo menos esperase a conocer a ciertas personas y que luego se fuese. Le hicieron un gesto a un hombre muy mayor, fue y le presentaron como un gran empresario, le pareció un baboso porque no paraba de desnudarla con la mirada y tardó poco en irse. Luego apareció un hombre de unos 45 años, un militar, por su evidente forma disciplinada de moverse, americano, fue muy educado, pero también le lanzó varias miradas que le desagradaron. Aunque el colmo fue un gran panzudo holandés que se dedicaba al comercio exterior y algo relacionado con productos farmacéuticos que incluso le cogió mano. Fue terminar su copa de vino y excusarse por su indisposición ante los acontecimientos. Un taxi la esperaba en la puerta, un miembro de la seguridad del hotel se montó con ella en el coche y la acompañó sin decir nada hasta su casa con intención de registrarla para cerciorarse de que no hubiese nadie. La muchacha trató de impedírselo, ante la negativa del muchacho esgrimiendo tener órdenes concretas a cumplir. Tras empezar a moverse el vehículo le entró un sueño muy pesado y se quedó dormida, al despertar estaba en una habitación blanca. Le dolía la cabeza y apenas podía moverse, tenía una intensa excitación, en la habitación alcanzó a ver varias personas, pero todo estaba un poco borroso.