Capítulo LXV

SERGIO se acordaba perfectamente de dónde estaba la ONG de Zaida y prefirió ir en persona antes que llamar por teléfono. Su preocupación iba en aumento, se imaginaba distintos episodios que pudieran haberle ocurrido a la muchacha. Pensó en algún paciente atacándola fuera del hospital, incluso alguien de los ya atendidos mientras trabajaba en la ONG, sobre todo. Los hombres árabes tenían un concepto distinto de las mujeres y se le pasó por la imaginación un rapto en cualquier callejón, por ser una extranjera que no respetaba el Corán ni cómo debía vestir una mujer en realidad, dándole un escarmiento. Pensó en miles de situación posibles. En los dos chicos árabes propasándose con ella. Aunque el pensamiento que más le dolió tener fue, por culpa de su promiscuidad, verse envuelta en una situación de cama que se hubiera ido de madre y que tal vez ella tuviese algo de culpa. Inmediatamente volvió a recordar las sociedades evolucionadas, a una chica le podía gustar el sexo y no significaba que fuese una cualquiera, admitiendo ser todos bastante hipócritas y en realidad en nuestro interior, incluso en una sociedad evolucionada socialmente, ser muy puritanos y conservadores. “Tal vez dentro de 50 años realmente se piense así, pero ahora…”.

 

Cuando el taxi lo dejó en la puerta de la ONG Sosworld, recordó el primer día que la conoció y cuando se despidieron en la puerta, creyó haber notado algo en su interior junto a ella. La consulta estaba cerrada y había poco movimiento. Subió las escaleras e intentó encontrar a alguien para preguntarle. La primera persona que vio fue la enfermera alemana que había trabajado con la médica.

 

—Hola, me llamo Sergio, creo que ya nos conocemos. Trabajo en una ONG del mismo barrio ayudando a gente con problemas con la bebida y demás. He venido por Zaida, la hemos encontrado en la calle y no se encuentra demasiado bien. Parecía drogada y nos gustaría llamar a su familia.

 

—¿Cómo? —con cara de asombro y preocupación—. ¿Pero está bien? ¿Qué le ha pasado?

 

—No sabemos nada, la hemos sedado y despertará en 24 horas. Al parecer estaba desorientada y bajo los efectos de alguna droga, se arrastraba medio desnuda por la calle— Ahora está allí, pero hasta que no se despierte y recobre la cordura no podremos ver qué nos cuenta—.

 

—Ya sabía yo que esa gente no era de fiar.

 

—¿Quiénes?

 

—Los muchachos esos con los que se fue, era demasiado bueno para ser verdad.

 

—Sí, a mí tampoco me gustaban. ¿Así que no habéis vuelto a saber de ella hasta ahora?

 

—No, desde que se marchó es la primera noticia que tenemos de ella, pero espera, voy a buscar en su ficha el número de contacto de su padre, creo que fue el que nos dejó. Qué pena de muchacha. Una chica tan linda. Aquí no te puedes fiar de nadie.

 

—Tengo intención de ir a su piso a ver si me dicen algo, ¿tú no sabrás el nombre del hospital al que iba a trabajar?

 

—No, si me lo dijo no lo recuerdo, pero supe que no era muy normal lo que le estaba pasando. Mira, la chica empezó a hacer muchas preguntas sobre un niño y creo que tal vez tenga algo que ver, pero no me hagas mucho caso. La verdad es que llevan sucediendo cosas muy raras desde hace un tiempo. El médico que vino no llegó ni a abrir la consulta, vino y desapareció. Se ha ido todo el mundo porque ya no nos llega dinero de ninguna parte, parece que la ONG ha desaparecido y supongo que el próximo mes, cuando no se pague el alquiler me echarán de aquí. Estoy repartiendo los pocos medicamentos que quedan en la consulta y cuando no me quede nada me marcharé. Aunque antes querría ver a Zaida, tengo que ayudarla en lo que pueda. ¿Me podrías llevar hasta allí?

 

—Sí, claro, si quieres, antes de ir a su piso te dejo allí con el taxi. Búscame el número y nos vamos y, si puedes, dame todo sus datos por si acaso.

 

Ángela no podía creer lo sucedido, se le habían saltado las lágrimas y lloraba sobre el expediente de Zaida, comprobó que había varios números y le apuntó en un papel todos los datos a Sergio que aseguraba que no sabía qué iba a decirle a sus padres cuando llamase.

 

—Aquí tengo un teléfono, llama si quieres.

 

—Sí, no me va a quedar más remedio. Aunque antes me gustaría llegarme hasta su casa y el hospital para ver qué me dicen. De todos modos mañana se despertará y será entonces cuando veamos cómo se encuentra de verdad. No es plan de alarmar al padre innecesariamente para que el pobre hombre venga desde Sevilla sufriendo hasta que llegue y la vea.

 

—Bueno, pues vayámonos ya. Podré pasar la noche con ella ¿verdad?

 

—Sí, por eso no habrá problema.

 

 

 

Se montaron en un taxi y fueron hasta la ONG del muchacho para que Ángela se quedase allí. La alemana se echó a llorar en cuanto vio a la muchacha en la cama. Le cogió la mano y sin querer despertarla, aunque no lo iba a hacer, le susurró que se pondría bien, era demasiado joven para que nadie ni nada le cambiase la vida: “Ya verás como todo salen bien preciosa”. Le pusieron una silla reclinable junto a ella y la chica encargada le explicó el proceso. En esos casos su pronóstico dependía de cómo amaneciese y lo fuerte que fuese mentalmente. Los posibles abusos o no se verían cuando la explorasen, pero lo más importante no tener daños cerebrales importantes. Ángela había visto muchos casos de intoxicación por drogas, un consumo continuado afectaba al cerebro, aunque también había visto casos puntuales en los que por la composición química de las drogas y por la debilidad química o cerebral de las personas habían tenido consecuencias de por vida. Estaba muy preocupada, la idea de ver a alguien tan joven con un futuro tan prometedor en aquellas condiciones le hacía recordar por qué tuvo que irse de su país.