Capítulo LXX
POR la noche Zaida volvió a despertarse. Tenía hambre, Ángela se había ido y la muchacha se despertó cuando Sergio llegaba y pasaba frente a su cuarto al escuchar ruido. Pegó en la puerta y escuchó una voz sin distinguir las palabras. Cuando entró encontró a Zaida sentada en la cama.
—¿Qué me pasa Sergio? —preguntó la médica—.
—Estás regular —mordiéndose la lengua y mirando sus enormes ojos ahora plegados bajo la medicación, pero conservando su particular misterio—.
—Estoy mareada desde hace varios días… —y se me olvidó a dónde quería ir—. Estoy durmiendo mucho,!y tengo mucha hambre¡-sonriendo por primera vez en días—.
—Pues te daré lo que tú quieras —con una alegría innata al verla contenta—. Dime qué te apetece y voy a buscarlo donde sea.
—Un poco de pan con mermelada. —con cara de niña buena— Y tal vez algo de pan con Nutella. Estaría bien.
Sergio salió alegrándose de un encargo fácil de conseguir, cogió un pan moruno y los condimentos. Volvió al cuarto rapidísimo. Zaida seguía sentada en la cama bastante absorta en nada, era incapaz de articular dos pensamientos seguidos hilados
—Aquí tienes preciosa —sin poder evitar el piropo—.
—Muchas gracias.
Durante un rato estuvo comiendo las tostadas de pan que Sergio le iba untando, le temblaba la mano y prefirió ponérselas él. La muchacha comía con ansia, otro efecto secundario de la medicación era el hambre.
—¡Qué bueno!
—Para ti, lo que quieras.
Duró la escena varios minutos, cuando hubo saciado su hambre tuvo muchas ganas de dormir. Sergio se despidió cortesmente y la muchacha se echó de nuevo plácidamente.