Capítulo LXIX
ZAIDA es trasladada a su nueva habitación, no se da cuenta de nada. Sergio ha prometido que será él quien se encargue de llevarle la comida y atenderla porque no puede haber nadie constantemente, pero Ángela también se ha ofrecido a dormir junto a ella en otra cama que le han puesto allí. Ya han planeado una recuperación en la que tratarán de provocar la normalidad obviando lo sucedido, una vez que esté bien tratarán de ver qué había sucedido. A partir de la noche van a bajar la dosis considerablemente y ver si en unos días pudieran quitársela por completo. Daría resultado sólo si la exposición a las drogas hubiera sido muy corta, en caso contrario, aunque no lo creen, debería ser otro tipo de tratamiento, en cualquiera de los casos, ya en Sevilla. Por la tarde Zaida vuelve a despertarse y come, momento en el que aprovechan para medicarla de nuevo.
—¿Ángela? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué está pasando? —nada más despertarse—.
—Tú no te preocupes cariño —responde—. Todo va a salir bien, no estabas bien y te trajimos hasta aquí. Pero recuerda que hay que volver al trabajo.
—Al hospital, a estudiar cerebros de niños. Como el niño de Sevilla que tienen allí.
—¿Qué dices Zaida? Tú fuiste a trabajar a un hospital para gente rica. ¿Cómo se llamaba?
—No me acuerdo, pero da igual. Era en los sótanos, allí hacen experimentos con niños. Son ellos quienes me han hecho daño.
—¿Estás segura?
—Sí, me drogaron. Seguro. Por eso estoy aquí. ¿Dónde estamos? ¿Qué me ha pasado?
—Nada cariño, tienes que descansar y todo se pasará.
—Tengo que ir a hacer pipí y caca.
—Cariño, puedes hacer pipí, pero deberías esperar a hacer caca. Te has hecho una herida y te vamos a dar una pastilla para que hagas caca líquida y no te duela. Voy a por ella.
A Zaida ya se le había olvidado la conversación a medida que Ángela salía de la habitación y volvía a ser feliz mirando la pared sin pensar en nada. Al instante volvió su amiga.
—Ten, tómate esto y dentro de 15 minutos nos vamos al baño, es muy efectivo. —añadió la experimenta enfermera—.
Sergio estaba más tranquilo porque había dejado a Ángela con Zaida. Por fin decidió salir a hacer su trabajo y así olvidarse un poco del tema durante algunas horas, según le recomendó su jefa. Era cuestión de olvidarse un poco para verlo con más claridad. Cuando salió a la calle había iba buscando a gente tirada por las aceras, como de costumbre, estaba vez imaginaba que encontraba a Zaida. Ahora empezaba a tomar consciencia de que cuando recogían a alguien de la calle tenía un vida de verdad, aunque nunca pudiesen saber con absoluta certeza la dimensión de sus actos, tanto para bien como para mal. Cada uno de los mendigos que recogía tenía una familia y unos amigos a los que les tenía que estar doliendo muchísimo la situación en la que se veía.
Después de dos horas dando vueltas y no encontrar a nadie a quien poder ayudar, y sin ganas de preguntar o seguir buscando, se volvió a la sede para ver cómo le iba a Zaida. Ya no le quedaban muchas ganas de seguir ayudando a nadie más que a su amiga. En un momento dado pensó en si le seguían e incluso creyó que un muchacho estaba tras su pista, pero al rato lo adelantó. Fue cuando se dio cuenta de lo fácil que era montarse una película mental y creérsela. Aunque sí lo estaban siguiendo, por supuesto no era el muchacho que él pensó. Un hombre a 200 metros de distancia, atentamente, disfrazado de hombre mayor. Haciéndose el despistado y mirando los escaparates, cansado y parado en mitad de la calle, siempre bien oculto a la mirada de Sergio.