Capítulo II

EL bebé árabe saldría del hospital en dos días. Pero la futura médica sevillana, Zaida, estaba casi más preocupada por la extraña sensación de atracción hacia el chico de la ONG. Cuando el niño desapareciese también lo haría el francés. Su novio la había abandonado hacía una semana por una chica con poco cerebro y mucho pecho, pensaba ella, aunque quizás lo peor fue cuando después de la discusión le dijo que el sexo con ella había sido pésimo… Se imaginó bagando por las calles durante meses abatida por la ruptura y, para su sorpresa, el chico francés la había hecho sonreír levemente cinco minutos antes de dormir, después de una semana fría y gris después de terminar con su chico. Así que, al día siguiente, al terminar las visitas, volvió a pasarse por la habitación del bebé árabe, quería encontrarse a Patrique y ver el estado de Sâmed. El muchacho seguía en la habitación sentado junto al niño. Esta vez los dos chicos decidieron irse a la cafetería del hospital. Pero mientras se iban al ascensor, se cruzaron con un árabe y Patrique le sugirió a la muchacha volver a la habitación sin darle ninguna explicación. Con calma, empezó a relatarle la verdadera historia del bebé. Uno de los motivos de haberlo sacado de Marruecos fueron las amenazas de un grupo de desconocidos. Cuando lo abandonaron en la puerta de la ONG tenía junto a él una nota en árabe: “Este bebé se llama Sâmed y es un Naufrago del Mundo”. Al principio no le dieron importancia a la frase, pero cuando empezaron a recibir amenazas anónimas, por proteger al bebé, en el pequeño hospital de la ONG, empezaron a investigar. El nombre de Sâmed significaba: el que perdona. Tras preguntar por la zona averiguaron que una chica de un hospital cercano había desaparecido con su bebé tras despertar del coma. El marido, un tal Masch'al, había intentado asesinarla. Según relataban las enfermeras y quienes habían visto la escena, la mujer salió despedida por la ventana atravesando el cristal como si se tratase de una simple hoja de papel, Masch’al la había empujado tan fuerte que incluso segundos antes de atravesar el cristal la muchacha intentó agarrarse al marco de la ventana sin éxito. Durante escasas milésimas de segundo se intentó proteger del impacto con las manos, cayese como cayese. Antes de marcharse, la madre relató a las enfermeras que lo único que sintió fue como una fuerza la atraía hacia el suelo, sin poder hacer nada por evitar el golpe. Su cerebro procesó cómo sería el impacto, lo único que no imaginó bien fue el dolor real del choque de su cuerpo contra el suelo desde un primer piso. Siempre había pensado que protegería al hijo que llevaba en su vientre con todas sus fuerzas, lo cierto es que mientras volaba ni se lo planteó, aunque de forma casi refleja se hizo una especie de ovillo encogiéndose en postura fetal. Dolor, opresión, los brazos sujetando el cuerpo y venciéndose ante la fuerza de la gravedad, su hombro derecho contra el firme, luego su costado y las piernas, más tarde su pómulo derecho destrozándose contra el asfalto. Una vez que los músculos del cuello dejaron de soportar tanta fuerza, un silencio… Dos semanas más tarde, abrió lo ojos y se encontró en un hospital. Su hijo había nacido por cesárea. Tras contar su historia, sin muchas más explicaciones sobre su marido y los motivos del suceso, le trajeron a su bebé. Sin mediar palabra, ante la negativa de las dos enfermeras y el médico que la atendían, cogió a Sâmed y se dirigió en bata hacia la salida del hospital.

 

La gente la miraba con estupor por la calle, la bata del hospital, las magulladuras, el bebé, además de la expresión de su rostro intentando descifrar algún punto de referencia hasta descubrir en qué punto de su ciudad estaba. Ordenó sus pensamientos y se dirigió calle abajo en busca de una asociación de extranjeros de la que le habían hablado alguna vez. Tras media hora de incesante carrera, agotada y todavía malherida, tras preguntar en varios comercios del barrio. Llegó hasta una casa con grandes carteles en francés. Llamó a la puerta y abandonó a su hijo allí. Corrió a esconderse en una esquina y observó como una chica rubia recogía al niño. No podía dejar de llorar.

 

Era todo lo que sabían. De Los Náufragos del Mundo no averiguaron gran cosa, eran una especie de asociación, pero no sabían a qué se dedicaban. Tampoco les fue fácil que la gente quisiese hablar, era un tema tabú, ni siquiera la policía parecía saber nada sobre ellos y quedaron a la espera de una investigaciones que les aseguraron llevarían su tiempo. Fue cuando decidieron, ante el estado del bebé y las llamadas amenazantes desde teléfonos públicos, sacarlo del país a costa de que la médica perdiera cualquier derecho a poder volver y ser acusada de secuestro. El francés aseguraba que Sâmed tenía que recuperarse y devolverlo porque no querían que este asunto salpicase a la asociación. La chica ya había tenido que decir por teléfono a la policía que sus actos no tenían nada que ver con la asociación y que actuaba por cuenta propia, una difícil decisión que podría afectar al curso de la actividad de la ONG y los permisos que tenían para actuar en Marruecos. Aunque el chico optó por no precisar cuales fueron las amenazas ni el porqué.

 

—¿Zaida, verdad? Bonito nombre —dijo el francés—. Ahora tenemos un puesto libre de médica, nos vendrías muy bien. No pagan mucho, es una ONG: comida, techo y para tus gastos. Podría ser una experiencia preciosa para ti.

 

—¿Yo? —respondió sorprendida Zaida—. Me queda saber la nota de una asignatura para terminar la carrera, precisamente la de Pediatría…

 

—No sé cómo funciona aquí la Universidad, tras tantos años de estudio creo que te vendría bien. Es un mundo muy diferente. Se aprende mucho.

 

—Me lo tengo que pensar.

 

—Por favor, además, así tendríamos más tiempo para conocernos. ¿Estás con alguien? —perdiendo toda la vergüenza el chico—.

 

—Precisamente ahora no, terminé una relación hace una semana.

 

—No pretendo alegrarme, pero es una señal. Nos conocemos justo cuando terminas la carrera y ya no tienes novio. —mirándola de forma insinuante—.

 

Zaida empezó a ponerse nerviosa, era la primera vez que desde que empezase a salir con Miguel, hacía dos años, sentía un mínimo de atracción por alguien. Siempre tuvo debilidad por los bohemios, su padre, hacía ya mucho tiempo, también había tenido algo de pensador desairado. Además, sentía un gran interés por el pueblo árabe, su padre trabajaba de profesor de Árabe en la Universidad de Sevilla. Pero no, no podía dejar su importante examen del MIR (Médico Interno Residente) aparcado dos meses para embarcarse en devolver un niño árabe con el que podían tener problemas con la justicia. En cuestión de segundos, dos cosas la llevaron a aceptar la proposición del francés. Como una señal, recibió un mensaje de texto de Miguel: “Estoy con alguien…”. Zaida seguía insistiendo en que aquello tenía arreglo, pero Miguel se veía desde hacía cuatro meses con una chica que conoció en un chat. El otro motivo fue saber que el niño volvería hasta Marrakech con aquel ingeniero que no tenía ni idea de medicina ni de niños.

 

—Zaida fue el nombre de una princesa árabe que tuvo que huir de Córdoba en el 1100 —explicó la sevillana—, más o menos, cuando su marido pierde la ciudad. Al final termina en Toledo siendo la concubina de Alfonso VI al que por darle el único hijo varón la tratará casi como reina. Por eso mi padre me puso Zaida, le encanta la historia del pueblo árabe. La verdad es que supongo que tiene mucho que ver con que a mí también me atraiga.

 

—Me gusta la palabra atracción —cogiéndola de la mano y acercándose lo más que pudo hasta sus labios—. Lo ves, esto no puede ser casualidad, tu destino está en Marrakech, junto a mi, no te arrepentirás —insistiendo el francés—.

 

—No estoy preparada para esto. No eres tú, soy yo —alejándose un poco—.

 

—Lo ves, vas a tener que venirte conmigo hasta que estés preparada.