Capítulo XLIV
ZAIDA volvió al comedor convencida de que se había enamorado. Desde que dejase de hacer los signos de infinito con su primer novio no se había sentido tan estúpida. Cada vez que se preguntaban cúanto se querían, siempre decían que infinito y lo escenificaban haciendo el símbolo con ambas manos juntando los índices con los pulgares de cada mano, uniendo la punta se formaba el símbolo matemático de infinito. Si estaban en algún sitio o lejos y no querían decirse que se querían se dedicaban el gesto y enseguida entendían lo que representaba sin que nadie se enterase. Aquello duró el primer verano que se conocieron, lo mismo que el enamoramiento, unos tres meses, como Zaida había leído alguna vez en distintos estudios seudocientíficos sobre el amor. Después de terminar con su exnovio se acordó de muchas cosas, casi todas buenas aunque no quisiese e hiciese un esfuerzo por recordar lo malo y peor de él. Su primer amor, lo consideró infinito, ahora lo utilizaba para saber que nada puede ser infinitivo y que tal vez el amor fuese algo que nadie puede controlar para siempre.
De su infancia guardaba también un bonito recuerdo del amor. Desde la guardería hasta terminar el instituto siempre estuvo junto a su mejor amigo, su amor por él era el de un hermano. Aunque muchas veces se preguntaba qué hubiese pasado entre ellos si aquel chico hubiese sido más guapo o más alto. Sabía que en el fondo él hubiese deseado que pasase algo entre ellos, pero siempre dejó a un lado esas intenciones cuando pensaba que podría perder una gran amiga. Ya en la universidad se distanciaron y cada mucho se escribían un email o se llamaban. Fue gracias a esta amistad desde la infancia como descubrió que el amor era la búsqueda de un alma, aunque siempre acompañada de un cuerpo que también le gustase. De hecho, Sevilla era una ciudad en la que fácilmente podías conocer a un grupo de amigos y relacionarte con ellos durante toda tu vida.
Al entrar en el comedor, Zaida escuchó de lejos el nombre de Robert Duran.
—¿Se sabe algo de él?
Ángela apareció por el comedor.
—Aquí estoy, he decidido que desde luego no voy a dejar de comer ni a pasarlo mal, además creo que esta tarde voy a leer un rato y después haré una cura de sueño. ¿Qué decías de Robert? ¿Se sabe dónde está? Mira que irse el cabrón de Olivié sin saber qué le ha pasado.
Husein responde, los maestros y el cocinero hablaron con la policía hacía una hora cuando vinieron a decirles qué habían averiguado.
—El resumen es que no saben nada, aunque creen que podría haberse metido en un tema de drogas y lo más probable es que lo hayan asesinado. Es el rumor que corre por ahí, según nos han dicho.
—¡Qué pena! —exclaman al unísono Zaida y Ángela—.
—La verdad es que Olivié se ha ido desentendiéndose de todo, incluso de eso. Él sabrá —sentencia Ángela—.
Empezaron a servirse del bufé que les hacían para comer. La comida era una olla de tallín, como muchos otros días. Las variantes entre couscous con verdura y algunos tipos de carne ya empezaban a cansar a Zaida. Algunas veces tenían pollo, nunca faltaba verdura como acompañante con lo que siempre les parecía poca comida y abusaban del pan marroquí en forma de torta con el que terminaban haciéndose un bocadillo de mantequilla o mermelada que había sobrado del desayuno. Desde luego era mucho más barato y cómodo comer todos los días allí, pero la variedad dejaba mucho que desear. Cada vez que Zaida veía el gran recipiente de barro con forma de cono se temía lo peor y se estaba planteando comer varios días a la semana en algún restaurante europeo comida más consistente. Hasta entonces había creído que los árabes eran delgados por norma, ahora sabía que estaban así de escuálidos por una alimentación pobre aunque muy barata. La sémola y la verdura pasaban a primer plano dejando la carne para alguna ocasión e incluso aquel pan árabe parecía llenar menos que el habitual en España porque la miga era menos consistente.
Después de comer, Zaida volvió al pequeño hospital sin la enfermera. Mientras tanto Ángela había terminado de comer relajadamente, leía y pensaba en su cuarto. Cuando llegó a la habitación no tenía ninguna gana de hacer nada, preferiría llorar durante toda la tarde pero se lo prohíbe con la condición de relajar su mente pensando en la lectura. Sabe que le costará trabajo concentrarse y busca en su mesita, en la habitación que estaba compartiendo con Olivié donde los armarios han quedado vacíos y los cajones de la mesita conservan algún recuerdo todavía. Al abrir el libro encuentra un sobre cerrado con el nombre de Olivié dirigido a ella.
Querida Ángela,
no entenderás muy bien lo que acabo de hacer, pero tienes que estar segura de que no te olvidaré en mi vida. Hemos compartido buenos y malos momentos juntos. Tienes mi dirección de email, escríbeme de vez en cuando. Es muy pronto para que puedas entender lo que ha pasado, pero tienes que saber que lo más importante es mi trabajo e irme de allí porque ya estoy harto de Marrakech. Los dos sabemos que no puedes venir conmigo, quizás sea una casualidad o no para mostrarnos que lo nuestro será siempre el recuerdo de Marruecos.
Te quiero,
Olivié
Ángela pensó que de haberla querido de verdad no se hubiera ido. Era un cobarde que había preferido escribirle una cartita de consolación, poca cosa para tantos recuerdos. Le había guardado su secreto fielmente sin decir que la buscaban en Alemania y aún así le había dado una oportunidad. Aunque ahora sólo le quedaba una habitación llena de recuerdos. Como Zaida se había cambiado, decidió irse, de todos modos nadie le había dicho nada pero la habitación de Olivié era la más grande, con cama de matrimonio reservada para el director. No le hizo falta meter la ropa en cajas porque la llevó directamente hasta el armario de la otra habitación. Al empezar a sacar ropa se dio cuenta de la cantidad de cosas que había guardado y observó cómo estaba utilizando casi todo el armario porque Olivié se lo había llevado todo y casi no parecía que se hubiese quedado un espacio libre en el armario. Llevó las sábanas a lavar y cogió otras limpias para una cama pequeña. Tomó un pequeño peluche que le había regalado Olivié para no sentirse muy sola por las noches en la cama y lo puso encima. Colocó varias fotos, sólo junto a Olivié y el resto de los amigos de toda la vida y familia además de la gente de la ONG e incluso algún paciente recuperado que luego había vuelto para darle las gracias. Una de la veces le trajeron una gallina para darle las gracias, era una familia muy pobre y tuvo que suplicarles que se llevasen el animal diciendo que era alérgica, con la promesa de que si necesitaba algo los buscaría. Sabía que la familia nunca se sentiría bien sin haberle podido devolver el favor así que un día que pasaba cerca de su casa compró varios kilos de fruta y les pidió que se la llevasen hasta la ONG. Incluso cuando llegaron allí les obligó a que se llevasen una bolsa diciendo que el chico de la tienda se había equivocado y también era alérgica a las manzanas. Se moría de risa pensando que la familia creería que para ser una enfermera tenía que currarse muchas cosas.
Una vez instalada en la habitación, después de haber limpiado a fondo el pequeño cuarto decidió que lo mejor sería estar allí durante los años que le quedaban sin poder volver y que después se iría a Alemania a seguir con su vida europea habiendo pagado su condena sobradamente. Tenía el firme propósito de disfrutar tanto o lo mismo que lo había hecho hasta ahora de la vida porque los momentos y los años pasaban tan deprisa que lo único que se puede hacer es disfrutar al máximo de cada momento y ser feliz. Incluso pensó en Zaida y en sus pequeñas aventuras como una solución momentánea a su infelicidad buscando en el amor a corto plazo un bienestar a medio plazo, hasta ser capaz de estar sola y no echar de menos a nadie y quien sabe, tal vez incluso podría volverse a enamorar. Dejaría una puerta abierta a cualquier oportunidad que se le presentase para divertirse, era la consigna.