Capítulo LXXI
ERA más fácil despertar que soñar en algo mejor, su mirada, su pelo. Sergio se levantó soñando a su amor amaneciendo junto a él, sabiendo que dormía varias habitaciones más allá de la suya. El desayuno estaba listo, olía a café y los demás miembros de su ONG iban poco a poco hasta el bufé no muy variado que les preparaban. Cuando llegó al comedor Zaida estaba allí.
—Hola, buenos días. —interrumpiendo su primer sorbo de zumo, ya que no podía tomar excitantes y el café se lo habían prohibido, Ángela se estaba encargando de supervisar su dieta—.
—Hola guapa, ¿cómo te encuentras esta mañana?
—Mucho mejor desde que me estáis bajando la medicación, hoy por lo menos puedo articular mejor las palabras y Ángela me ha dicho que esta noche me darán la última dosis.
Ángela continuó.
—No tiene sentido seguir medicándola sabiendo que ya está bien —mirando a Sergio a los ojos conformándolo—.
—¿Seguro? —dudó el chico—.
—Seguro, después del desayuno me gustaría que tuviésemos una pequeña conversación porque Zaida se ha levantado con muchas dudas y preguntas a las que le he dicho que le responderíamos después de llenarnos un poco el estómago, ¿verdad Sergio?
—Claro que sí, ahora nos vamos al cuarto y hablamos allí.
—Sí, aunque Zaida ya sabe —bajando un poco la voz para que la gente no lo escuchase—, que no hay micrófonos ni escuchas en la habitación, convendría que diésemos un paseo o fuésemos a otro sitio.
—Iremos donde tú te sientas más cómoda para hablar —mirando a la médica—.
—Ángela ya me dijo, —contestó Zaida—, que esta mañana tengo que dejar de pensar en tonterías y recuerde como en estos días de medicación ni se me ha pasado por la cabeza nada raro, aunque tenéis que comprender que tenga todavía un poco de miedo.
Querían salir a la calle a pasear un rato, pero se les ocurrió que tal vez saliendo a la terraza del edificio fuese suficiente para Zaida a la que de inmediato le gustó la idea. El inmueble tenía varias plantas y de entre los pequeños edificios que colindaban con él era uno de los más altos. Aunque la vista era bonita desde la cornisa, tejados llenos de antenas de televisión, gentío por las calles… cogieron tres sillas y se sentaron en mitad de la terraza. Ángela comenzó a hablar.
—Dinos qué se está pasando por la cabeza. Nadie te escucha, no hay nadie al que le interese esta conversación ni esto se trata de una película de espías. Pero sólo tú serás capaz de pensarlo cuando tú misma llegues a esta conclusión. Sabemos que te ha pasado algo y nos gustaría que nos lo contases porque si no lo haces se quedará en ti como una verdad, mientras que si nos lo cuenta te podremos dar nuestra opinión para que veas más puntos de vista y tal vez lo veas de otra forma.
—Ahora empiezo a recordar algo —responde Zaida—. Me da un poco de vergüenza contarlo por Sergio, pero quiero que se quede porque confío en él. Mirad, hay una sociedad secreta que no sé por qué razón están intentando volverme loca. Sé que no me la he inventado, hay demasiadas cosas que han sido reales. Y sé, como médica, que la esquizofrenia se desarrolla entre los 22 o 23 años hasta los 25, y no es mi caso. Ni tampoco me drogo. Lo que ha sucedido es muy real. Cuando empecé a preguntar por el niño, este que conocí en Sevilla, es cuando empezaron a sucederme cosas extrañas. Una chica española que supuestamente trabajaba en una librería intentó meterme en esta sociedad. Ella me dijo que era algo sin importancia ni peligroso, yo no le dije ni que no ni que sí, pero creo que dieron por sentado que sí quería. Luego, cuando me fueron a meter en el nuevo hospital, eran ellos en realidad, se llaman Náufragos del Mundo, querían que trabajase para ellos, fueron ellos quienes me pusieron un piso y me buscaron el trabajo en el hospital. Resulta que cuando fui al hospital se trataba de un laboratorio secreto en el que se investigan los cerebros y temas neuronales, transmisiones de ideas por ondas. Investigaciones ilegales, aunque se estudie cómo quitar el cáncer, lo hacen con prácticas que resultarían ilegales en la mayoría de los países.
—Madre mía… —exhala Sergio—. ¿Y cómo apareciste en la calle?
Zaida hace otro esfuerzo por recordar.
—Creo que me drogaron con algo y luego me violaron entre varias personas.
—Sí, eso parece, porque te tuvimos que dar puntos en el ano. —añade Ángela—.
Prosigue la médica.
—No puedo recordar muy bien nada, estaba muy mareada y todo se veía borroso, además, como me siento ahora tampoco puedo concentrarme demasiado. Creo que pasado mañana o cuando pueda me iré para Sevilla. Me jode porque ya no sé qué ha sido una paranoia y qué de verdad. Algo está claro, no sé por qué la han tomado conmigo. Primero pensé que me querían con ellos, luego ha sido al contrario, como si quisiesen destruirme. No entiendo nada.
—Yo tampoco. —sin querer contarle Sergio que había ido a su piso y le habían tirado todas sus pertenencias a la basura, esperaría a la mañana siguiente—.
Zaida no contó mucho más, la medicación le volvió a producir un gran bajón y una increíble sensación de sueño irremediable. El proceso iba muy bien y si había sido capaz de contarles a ellos la verdad sin miedo, era porque se estaba poniendo bien. Cuando una persona no era capaz de contar su historia vivida, significaba, en mucho casos, que se sentía vigilada y todavía estaba muy mal. Contar la verdad de sus pensamientos era el primer paso para ponerse bien, porque en realidad se estaba en un segundo estadio de recuperación dudando de ellos como reales.