Capítulo LXIII

EL padre de Zaida estaba muy preocupado, en esos días no había sabido nada de su hija, llamó a su amigo y este le contó que seguramente sería por el trabajo en el hospital de renombre, acababa de empezar. Aún así, no dejaba de plantearse dejarlo todo por unos días e ir hasta Marrakech para ver en persona que todo iba bien porque ya empezaba a dudar de todo. Se dio el plazo de un día sin tener noticias directas de su hija para irse a buscarla. En alguna ocasión, desde que se fuera, habían pasado algunos días sin saber de ella, pero ahora era distinto.

 

 

 

Sergio recibió una llamada de su sede.

 

—Han encontrado a una chica medio desnuda y la hemos traído aquí, parece que se ha pasado con los porros o con lo que sea. Creemos que es española porque ha dicho alguna palabra en castellano. No tiene documentación ni nada, si no recobra el sentido tendremos que llamar a la Embajada de España.

 

—¿Y no ha dicho nada de nada? —preguntó Sergio—.

 

—Está casi inconsciente. Mira, en realidad creemos que la conoces porque tu jefa cree que es una chica de otra ONG de por aquí, pero ella dice que no está segura. Lo único que ha dicho, creemos, es que la están controlando o algo así.

 

Sergio se dirigió a la sede casi corriendo, podía tratarse de Zaida, no había tenido noticias suyas desde hacía varios días, aunque no acertaba a saber qué le podía haber pasado, en el caso de tratarse de ella. Mientras corría a toda prisa hacia un taxi, se dio cuenta de sus sentimientos, algo indescriptible por la muchacha, si se tratase de ella y estuviera así no se lo perdonaría. Tardó cinco minutos en llegar, interminables. Salió del coche a toda prisa hasta la sede donde entró como una exhalación hasta las camas, la buscó entre los enfermos, al ver una densa melena negra sobre una almohada…

 

—¡Zaida! ¿Qué te ha pasado?

 

La muchacha estaba dormida. El chico que le había llamado estaba allí.

 

—No grites Sergio, está dormida. Le hemos dado un calmante muy fuerte para que duerma. Veremos cuando se levante. La encontró Claudia, estaba con dos trapitos tirada en la calle arrastrándose, tuve que ir para podérnosla traer. Cuando se dio cuenta de que tenía que ser española me llamó inmediatamente. Creemos que se ha tenido que pasar con algo, porros, vete a saber, y el cabrón que sea la ha dejado en la puta calle para no tener problemas. Qué pena.

 

—Joder tío, esta chavala es médico, trabajaba en una ONG de aquí hasta que le consiguieron un curro en un buen hospital. Le habían conseguido hasta una casa, yo estuve. No tengo ni idea de lo que le ha podido pasar.

 

—Mira, porque no llamas a la ONG, si te acuerdas de cuál es y luego te llegas hasta su casa o el hospital para que te digan qué ha pasado. De momento no va a despertarse, se va a tirar 24 horas durmiendo, por lo menos, cuando se despierte ya veremos qué nos cuenta. Pero menuda cabronada le han hecho a la chavala. Claudia cree que incluso la han violado porque estaba sangrando por detrás. No sé…

 

—¡Qué hijos de puta! —sus ojos se humedecieron hasta casi desprender una lágrima que retuvo porque su compañero estaba delante.

 

—¿La conocías hacía mucho?

 

—Desde hacía muy poco, la verdad es que me gustaba, pero no supe que lo entendiese y al final, entre su nuevo trabajo y mi imbecilidad le perdí el rastro estos días.

 

—Si sabes el número de sus padres tendríamos que llamarlos

 

—¿Ya? No creo que tengamos que preocuparlos todavía. No tengo el número, pero voy a intentar conseguirlo en su antigua ONG y cuando se despierte le digo lo que hay y si quiere que los llamemos, recuerda que es mayor de edad.

 

—Ya lo sé, pero no puedes dejar que los sentimientos entorpezcan su trabajo, ya sabes que nuestro protocolo, en casos de extranjeros, es buscar a sus familiares para que se hagan cargo de los enfermos.

 

—¡Me da igual el protocolo de los huevos! Como si me la tengo que llevar a mi casa, te digo que vamos a esperar las 24 horas y que ella misma los llame.

 

—Eso será si puede.

 

—No me puedo creer esto, vale —pensando un poco más fríamente en la situación—. Vamos a hacer esto, yo encuentro el número y los llamo para decirles que su hija está bien pero que ha perdido el móvil.

 

—¿Qué está bien?

 

—Bueno, que ha sufrido un percance, pero que está bien.

 

—Haz lo que quieras, pero que sepas que esto no se hace así. Ya lo sabes, estás dejando que tus sentimientos afecten a tu decisión. Encuentra el número, llámales y diles que su hija sufrió un desmayo y que está ingresada, y que conste que yo no me hago responsable de lo que digan los jefes, es tu decisión.