Capítulo LI

SERGIO le cuenta a su compañera cómo fue la minicita. Estaba muy emocionado, ella en cambio no paraba de pensar en lo idiota que había sido.

 

—¿Dónde vamos ahora? —pregunta él— ¿Tenemos que seguir preguntando por las casas del barrio no?

 

—Sí, mira —señalando una—. Es así donde me dijeron que había un anciano alcohólico que vive entre basura.

 

—La puerta de su casa está abierta —al mismo tiempo que el chico pegaba en la entrada—. ¿Pasamos? Parece que no hay nadie.

 

Se encontraron con un hombre muy mayor envuelto en una chilaba sobre un enorme charco de orina. Gemía como si no pudiese levantarse, al aproximarse se dieron cuenta que tenía un tobillo torcido. Intuyeron que se había emborrachado, tropezó y se quedó allí sin poder levantarse. El olor era terrible, se mezclaba con el del alcohol y el tiempo que llevaba sin lavarse. El interior de la casa era caótico y apenas había muebles. Los cascos de las botellas estaban tirados por todas partes; sobre todo de cerveza, aunque también había muchos cartones de vino, más baratos. En cuanto pudieron levantar al hombre llamaron a un taxi y lo metieron dirección a su ONG. Cuando su traductor les dijo que llevaba casi una semana sin comer no se extrañaron, la piel de una banaba que le tiraron fue la única comida que había ingerido.