Capítulo L

AL final de la calle apareció Sergio, pasó por delante de la ONG y el pequeño hospital. La consulta ya había terminado y parecía que había poca gente. Zaida se puso unas gafas de sol y se soltó el pelo para intentar no ser reconocida por alguno de sus antiguos pacientes y tener que pararse a dar explicaciones. Supuso que el nuevo médico ya estaría trabajando y atendiendo desde el primer día. Un par de mujeres pasaron y se quedaron mirándola.

 

—Tú Zaida. —haciendo un gesto de no— Ahora no doctor.

 

—¿Cómo? Sí soy yo, pero ahora no trabajo allí, lo siento.

 

Al fijarse en la calle Sergio ya estaba frente a ella. Se despidió de las mujeres y se dirigió al muchacho. Se había dejado crecer un poco la barba e iba vestido casi como un explorador con pantalones y chaleco marrón. Zaida pensó que la camisa blanca estaba muy manchada, aunque él seguro que ni se había dado cuenta, le quedaba tan bien que le perdonó el detalle sabiendo además que en Marrakech era difícil encontrar una lavadora en condiciones. Luego añadió fugazmente la idea de lavarle la camisa en su casa, imaginó sin decir nada.

 

—Aquí tienes que ser bastante conocida. —le confesó admirado—.

 

—No creas. Pero te voy a pedir un favor, ya que estamos por aquí vayamos a un sitio alejado si me ve alguien que conozco soy capaz de tener que auscultarlo en mitad de la comida.

 

—¿Conoces algún sitio? A mi me suena que hay un bar por aquella otra calle, pero también podemos andar un poco y ver qué nos encontramos. Todavía tengo un buen par de horas hasta empezar de nuevo.

 

—Qué pena, no sé si me va a bastar con tan poco de ti. —lanzándole una directa con cara pícara que hizo palidecer al muchacho—.

 

Reaccionó con dificultad, para cambiar de conversación, que fuesen hacia cualquier parte.

 

—Mira, creo que al final de la calle hay un bar. ¿Te apetece que nos metamos allí? Hay extranjeros —le sugirió Sergio—.

 

El bar era un restaurante árabe para turistas, un chico intentaba atraer a visitantes en la misma puerta para que entrasen después de casi perseguirlos. Chapurreaba cinco idiomas, aprendidos trabajando en lo que le salía, desde los siete años, edad a la que también dejó de ir al colegio porque sus padres pensaron que tampoco era muy importante, mientras fuese capaz de leer más o menos el Corán. Después de distintos trabajos, casi todos con extranjeros, había ido aprendiendo palabras que luego sumaba a otras más y formaba estructuras, permitiéndole comunicarse en otras lenguas. No se sentía especialmente dotado para nada, necesitaba hablar en otros idiomas y simplemente lo hacía. Su deseo era hacer un poco de dinero y montar su propio restaurante. Esta vez usó sus sobrados conocimientos de español porque la pareja entró directamente al restaurante. Le importó poco no haberlos atraído él, entró junto a ellos para que su jefe creyese que los había metido él y volvió hacia fuera tras buscarles una mesa junto a una pareja de ancianos holandeses que estaban pasando una semana en Marrakech para celebrar sus bodas de oro. En el bar había cientos de banderas en el techo agarradas por cuerdas que atravesaban de punta a punta el bar. Las paredes tenían marcos con fotos de personajes famosos de distintos países, algunas estaban firmadas falsamente por el dueño del bar, luego contaba que una vez estuvieron allí.

 

—¿Bueno, me vas a decir ya qué haces aquí? No me pegas nada aquí, no sé, no quiero prejuzgarte pero me pareces una chica bien en un sitio donde te puedes buscar más problemas de los necesarios. —inició Sergio una conversación más profunda—.

 

—¿Una chica bien? No me conoces de nada, no te digo que no me haya criado con muchas facilidades, pero mi vida ha sido bastante dura hasta ahora. Con mis padres… Mi madre murió de cáncer hace mucho y mi padre nunca se supo portar bien con ella ni conmigo. Aunque desde que me fui de la casa lo empiezo a ver de otra forma. Pero más o menos es el resumen. Estudié Medicina porque tenía que estudiar o Medicina, Arquitectura o Derecho. Entre mi madre y el querer hacer bien a la gente, pues mira.

 

—Pero no me has dicho qué haces aquí.

 

—Al principio creí que me había venido para salvar a un niño, ahora cada vez pienso más que vine para salvarme yo. Incluso después de admitir que era yo por quien me venía, luego me encontré olvidando a mi exnovio, un cabrón que me acababa de dejar. Pero la verdad es que cada día me doy más cuenta de que estoy aquí por muchas cosas que incluso ni me imaginaba que se removían en mi.

 

—¿Cuáles?

 

—Creo que ya te he contado demasiado, por el momento, ahora te toca a ti y luego ya veremos. —mirándole la boca de forma más que insinuante—.

 

Pasó un camarero y les dio unas cartas preguntando qué bebida deseaban tomar. Le pidieron las cartas. Se hizo un silencio en la mesa, ambos empezaron a sentirse incómodos y las sensaciones de haberse equivocado al quedar se les pasaron a ambos por la imaginación. Un americano entró dando una voz y les dio pie a mirarse a los ojos y sonreír.

 

—¿Qué vas a pedirte? —preguntó Sergio—.

 

—Pues no sé, aquí hay algo que ni sé cómo se pronuncia, —vio al camarero y lo llamó—.

 

Le hizo explicarle la mitad de los platos para terminar pidiéndose unos fideos chinos con salsa de jengibre. El chico sacó toda su picardía para pedir algo que la sorprendiese, fue imposible, se pidió un filete de cerdo con patatas por el simple hecho de comer puerco en un país donde está prohibido Intentó mantener una pequeña conversación muy manida sobre por qué no comían cerdo allí, Zaida la terminó rápido porque ya había hablado alguna vez del tema y no le interesaba demasiado, ella quería saber cosas sobre él.

 

—A mi, lo que realmente me importa es saber quién eres tu. —sin contemplaciones, fijando la mirada en la del onubense—.

 

—Soy lo que ves, nada más. Ya habrás escuchado esto mil veces, los tíos somos así de simples.

 

—Pues no te vendes muy bien si me dices que eres muy simple.

 

—No sabía te tenía que venderme.

 

—Y no tienes que hacerlo, me gustas físicamente, eso lo sé.

 

—Gracias por darle importancia a mi interior. Pero sabes, ya estoy un poco harto de eso, ahora prefiero saber si la persona que tengo enfrente también me gusta por dentro.

 

—No seas antiguo.

 

—No seas frívola. Creo que eres de las chicas que se montan una peli para parecer algo que no son ni de coña. Tú sabrás..

 

—Bueno, pues cuéntame cuáles son tus sueños.

 

—Vaya, qué cambio. Ahora ya no me convence esto. Mira, creo que me he equivocado de persona, si tienes ganas de un rollo no soy tu hombre. Ya he tenido muchos hasta ahora y paso de tonterías. Pensé que podría conocer a alguien interesante.

 

—Vaya con el puritano —descolocada, viendo otra situación surrealista—.

 

—No te pongas chula, tías como tú me he follado bastantes, lo que intento decirte es que una vez probado ya no tengo ganas de más, busco algo más que un simple polvo. Aunque si lo que tú buscas es eso te has equivocado de persona. Mejor me voy. Aquí tienes algo de dinero, paga al camarero cuando venga —perdiendo la compostura—.

 

Se levantó y se fue sin más. Zaida espero a que llegase el camarero y le pagó los dos refrescos que les acababa de traer con cara de estupefacción. La palabra “perpleja” era la única definición que la chica acertaba a poner en su cabeza para describir su estado. Durante unos segundos pensó en quedarse allí para terminar los refrescos, la vergüenza la obligó a irse. Al salir a la calle no creía lo que le había pasado. Alzó la mirada y vio a Sergio dirigirse hacia ella.

 

—Me he pasado un poco, lo reconozco. No digas nada —ante el intento de articular un sonido de la chica—. Te voy a confesar que llevo varias relaciones únicamente sexuales y me he sentido un poco utilizado y no tengo ganas de que me pase lo mismo. Pensarás que estoy un poco pirado, pero de verdad que tengo mis razones para esto. No tengo problemas sexuales ni eyaculación precoz, espero, ni tampoco un trauma. Sólo te pido que si quieres divertirte lo hagamos, eso busco. Pero ya te digo que de momento no tengo ganas de empezar con nadie sólo para follar. Y no te preocupes, tampoco te digo con esto que esté buscando a la madre de mis hijos, sólo quiero estar con alguien que me guste en todos los sentidos y que prefiero hacer el amor y no algo sólo físico. Lo que no quita que pudiésemos hacer todo tipo de guarradas, pero… —Zaida le tapó la boca—.

 

—Creo que está claro y mejor déjalo ya —riéndose—. No vaya ser que dejes de gustarme porque ahora sea yo quien piense que eres un cerdo —soltando una tímida carcajada, la tensión desapareció—. ¿Volvemos dentro y comemos algo?

 

—Me da un poco de vergüenza, mejor te invito a un bocata en el puesto de allí. ¿Podrás perdonarme?

 

—Vaya, has soltado tu primer perdón en un tiempo récord —volviendo a reírse—.

 

—Vamos para dentro anda, no me lo pongas más difícil. Te prometo que nunca más volverás a escuchar “perdón” porque no tendré que disculparme por nada malo.

 

—¡Muy bien! Estás que te sales, otro récord

 

—¿Qué?

 

—También me acabas de hacer una promesa, y encima una que no cumplirás. —muerta de risa—.

 

Se introdujeron y volvieron a pedir el menú, tras sentarse en la misma mesa. El camarero ya se había llevado las bebidas y sin preguntarles las volvió a traer abiertas. Les trajo las cartas y les dijo de broma que si pensaban irse otra vez se lo dijeran Zaida miraba la carta sin ver nada porque su cabeza estaba ocupada en otras cosas, la escena le había parecido fuera de lugar pero le había gustado que fuese tal y como era. Tenía que gustarle, había vuelto, eso lo sabía. Ahora faltaba que volviesen a soltarse.

 

—¿Ya sabes qué vas a tomar? —le preguntó el muchacho—.

 

—Todavía no —sabiendo que ni se había parado a leer la carta—.

 

El camarero vino y les preguntó, al final les sugirió unas pitas de cordero asegurando que era una comida típica de allí, los chicos se miraron de forma cómplice sabiendo que no era cierto, aunque lejos de ser una situación incómoda les sirvió para cruzar su primera mirada comprometida a los ojos. Al terminar de mirarse y entenderse bajaron los ojos y Zaida sintió como si por unos segundo hubiesen hecho el amor, Sergio en cambió creyó que su mirada irradiaba sinceridad y le gustaba. Al final, la comida terminó mucho mejor de lo que había empezado. Se contaron cómo habían terminado allí. Zaida no pasó por alto relatarle su traumática experiencia con su anterior chico, ni él sus desamores más basados en sexo que otra cosa, entre risas. Cuando quisieron darse cuenta ya se habían comido la insignificante pita con patatas fritas. Se despidieron en la puerta del restaurante con dos enormes besos de la chica.

 

—¿Cuándo volveremos a vernos? Se me ocurre una idea, si cuando termines tienes ganas de ver mi nuevo apartamento ten mi dirección —apuntada ya en un papel—. Te prometo que puedes venir tranquilamente allí sin que pase nada.— sonriendo—.

 

—Me lo pensaré, si eso te llamo porque no sé qué tendré esta tarde. Aunque ahora tendrás que ser tú quien me haga su primera promesa.

 

—Depende de cuál sea.

 

—Si voy a tu casa no abusarás de mi —sonriendo—.

 

Zaida entendió la broma y el significado real de sus palabras.

 

—No te preocupes, me resistiré.