Capítulo LXII
ZAIDA estaba tumbada en la cama, desnuda. Había varios hombres rodeando la cama, escuchaba detrás de ella la voz de Rayhan aunque no lo veía, por su tono de voz parecía que estaba dando ordenes a los hombres. Sentía vergüenza, todos las miraban y se reían, se sentía muy desamparada, veía todo turbio. Uno de los hombres, un gordo inmenso con barba que olía muy mal se bajó el pantalón y los calzoncillos, se sentó en la cama junto a ella.
—Preciosa, voy a darte mucho placer y tú a mi también —afirmó el hombre obeso—.
—Ehhh —Zaida no podía articular palabra alguna—.
La muchacha trató de incorporarse, su cuerpo no le respondía y permanecía tumbada. El hombre apestaba, cada vez más cerca, oliéndola muy de cerca. Empezó a tocarle las piernas de arriba a bajo asegurando que nunca había estado con una chica española tan guapa, ni siquiera de otros países, y que debía ser un honor para ella porque era un hombre muy rico. Por un instante notó como introducía un dedo por su vagina. La extraña excitación de su cuerpo la mantenía húmeda, aún así sacó los dedos y le untó una crema por el exterior y de nuevo en el interior. Miraba a su alrededor, intentaba fijarse en la cara del resto buscando una mirada para que la ayudasen, pero nadie parecía tener ninguna intención de hacerlo. Se acercó una mujer, empezó a tocarle los pechos y besárselos, el hombre seguía masturbándola con la mano y también empezó a frotarse los genitales. Entre los dos le dieron le vuelta y la pusieron a cuatro patas, entonces notó como el hombre realizaba la misma operación, pero en su ano. A los pocos segundos, un balanceo, intuyó que la estaba penetrando analmente, de repente se pudo frente a ella y supo que era otra persona. La sensación de mareo y dejadez de su cuerpo le impedía resistirse, aunque en un desperado esfuerzo pudo girar la cabeza y vio a alguien que creía conocer. Estuvo varios segundos tras de ella, recordó quién era: el sastre, el hombre al que había buscado para saber qué había sido del niño. Más tarde, el ritmo bajó y notó como otro hombre se colocaba detrás, así hasta dos más. Cuando terminaron no notó nada. Todo el mundo empezó a irse y la dejaron allí, se pudo tumbar casi dejándose caer a plomo y se quedó dormida de nuevo.
La médico despertó en otra casa. Al principio creyó que había sido un mal sueño aunque no supiese dónde se encontraba, un enorme dolor en su recto le hizo notar que aquello había sido muy real. Intentó incorporarse pero no podía por el dolor. Una chica árabe entró en la habitación con una bandeja de comida.
—Tienes que comer pequeña puta. Ahora vas a tener que trabajar, bébete el agua por lo menos.
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —preguntó la chica—.
—Nadie, ahora tienes que comer, aunque puedes llamarme Malika.
Al beber el agua, porque el mendrugo de pan con sémola parecía de hacía varios días, se paró a mirar la habitación. Las paredes estaban llenas de telas y la pintura marrón descascarillada. La persiana estaba cerrada y el destello de una pequeña lámpara era el único punto de luz. Pero la droga que llevaba la bebida no tardó en hacer efecto y volvió a sentir la misma sensación de dejadez y ardor. Malika se fue de la habitación y vino con un hombre árabe inmenso, retiró la bandeja y le dijo que le daría un buen rato porque le gustaba hacer de todo. Ella seguía desnuda bajo las sábanas. El hombre se bajó únicamente el pantalón al echarse en la cama y apartar la sábana. Sin previo aviso empezó a penetrarla, el sudor de su frente caía sobre ella provocándole ganas de vomitar pero sin conseguirlo debido a la droga. Acabó rápido, fue lo que ella pensó. Aunque no sabría con exactitud cuánto tiempo se había tirado sobre ella. La droga iba de menos a más y supo que después entrarían unos seis hombres más, pero ella calló en una especie de sueño en el que prefirió sumergirse para no ser consciente de lo que estaba pasando. Luego durmió, no sabría cuántas horas. Después se despertó y Malika volvió a entrar, sólo pensó que no debía tomar más agua porque era la forma en la que la estaban drogando, aunque tampoco tenía la capacidad de tener pensamientos muy complejos. Efectivamente la muchacha trajo una bandeja con sémola, pan y un vaso de agua. Esta vez no quiso beber, ella le dijo que aquello se había terminado y no vendrían más hombres si se portaba bien. Al negarse a beber el agua la muchacha sacó una jeringuilla y le inyectó un opiáceo, una sustancia capaz de crear alucinaciones.
—¡Dejadme ya! Por favor. —gritó la médica en un lamento agónico— ¿Pero qué os he hecho yo? Quiero irme a mi casa.
—Hay mi niña, no se puede jugar con fuego.
Tras la inyección empezó a tener alucinaciones de todo tipo, sobre todo con su madre. La vio salir de la pared y acercase hasta ella, se sentó junto a su cama.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí?
—Hija, tienes que dejar de pensar que me fui por tu culpa. Nadie tiene culpa de la muerte, llega porque todos tenemos nuestro momento. ¿Estás cuidando de tu padre?
—Mamá —llorando—. Papá está muy lejos, y yo me quiero ir de aquí, yo me quiero ir contigo.
Siguió alucinando con su madre durante horas. Tuvo con ella las conversaciones que le faltaban por tener, también vio todo lo malo sobre ella, las alucinaciones terminaban atacándola de forma cruel en los más profundo de sus sentimientos. Antes de desaparecer le confesó que le habían puesto un chip en la oreja y así la controlarían. Luego vio insectos que la sobrevolaban y la molestaban. Se vio en el futuro y después varios años antes. Se le aparecieron los chicos árabes que la había llevaba a la fiesta asegurándole que nunca saldría de allí y la tendrían vigilada de por vida. Toda la gente que había tenido importancia de alguna manera para ella pasó por aquel cuarto en su alucinación. La droga era muy tan potente y durante dos días, dormida o despierta, seguía teniendo visiones. Muchas de ellas eran como premoniciones, visiones del futuro. Zaida ya no sabía que estaba en aquel estado porque todo pasó a ser tan real como la vida que había tenido hasta entonces. Después de todo el proceso de vejación, anulada su voluntad, sometida y posteriormente distorsionada la visión de lo que era o no real, estaban listos para dejarla marchar; más tarde o más temprano alguien preguntaría por ella, como su padre. Después del proceso, habían abierto una profunda brecha en su subconsciente, si alguna vez necesitaban controlarla de alguna forma sería mucho más fácil atacándola por ahí, incluso sin que ella lo supiera.