Capítulo XL
ZAIDA se levanta con el despertador de su móvil, tiene una llamada perdida de un número que no conoce. El servicio secreto marroquí le ha dado un toque para mediante el GPS de su teléfono averiguar exactamente dónde está. Un hombre apostado en una casa frente a la ONG se encargará de seguir todos sus movimientos, incluso han pinchado el teléfono.
Como siempre, llega tarde al desayuno y no hay nadie, hasta que aparece Ángela por el comedor, mientras ella se echa el café y coge un buen trozo de una barra de pan, junto al bote de Nutella. Ángela no tiene buena cara, se acerca hasta ella y a medida que Zaida se va fijando en su rostro se percata de que ha llorado.
—¿Qué te pasa Ángela?
—¿Te acabas de levantar y no te has enterado eh? Esta mañana Olivié me dijo que se iba a París, le han ofrecido un nuevo puesto de trabajo. Por lo visto, anoche lo llamaron y ha sido incapaz de decirme nada hasta esta mañana, decía que quería que pasásemos nuestra última noche aquí como otra más, sin pensar que era una despedida y entristecernos.
—Lo siento mucho —abrazándola—. ¿Y ahora qué va a pasar?
—Se van a quedar al frente de esto el traductor y Hussein, mientras mandan otro director desde Francia.
—¿Pero cómo ha podido dejarlo? ¡Con lo que ha trabajado en este proyecto!
—Es lo que yo le he dicho. Además, se podía haber quedado aunque fuese sólo por mi. Después de todo lo que hemos pasado juntos, sabes; estábamos pensando incluso en tener un hijo o adoptarlo. No me lo puedo creer —llorando desconsolada abrazada a Zaida—. Ahora cómo voy a aguantar sola aquí.
—¿Y por qué no te vas con él?
—Hay mi niña, hay demasiadas cosas que no sabes, no puedo, voy a tener que quedarme unos años aquí hasta que pueda volver a Europa. No te asustes, pero esta profesión te da muchas alegrías y algún que otro disgusto. Yo tuve un fallo hace mucho tiempo por el que hoy en día sigo pagando. Pero no te asustes, no fue nada tan malo, un error bondadoso que me ha llevado a tener que marcharme algún tiempo hasta que se solucione todo. Ahora ya tenía mi vida reconstruida junto a él ¡coge y se va por un puesto de trabajo! Me parece increíble. Es como si hubiese estado varios años durmiendo con alguien a quien no conocía.
—No eres la única, a mí también me pasó con un chico que tuve en Sevilla. Aunque no creo que Olivié vaya a olvidarte, seguro que te espera.
—Cariño, con 17 años le dices a tu amor que lo esperarás, con mi edad sabes que el tiempo es demasiado preciado para desperdiciarlo esperando a nadie, ni se lo pediría ni lo exigiría. El día que pueda irme de aquí seguro que intento buscarlo, pero cuando esté segura de que podría estar con él. Aunque no lo creo, alguien que te abandona así no merece la pena que lo busquen. Seguro que dentro de unos años ya tiene incluso mujer e hijos. Ahora por lo menos sé quién es y eso no es fácil decir lo mismo de todo el mundo.
—¿Y no te había dicho nada de que estuviera buscando trabajo allí o que se iría si le ofrecían otro puesto?
—Mi amor, tu querido director tiene amigos muy influyentes que llevan ya un tiempo queriendo que se vaya de aquí, no sé bien para qué porque nunca me dijo quienes eran, pero creo que son como una sociedad inversora o un grupo de empresarios. Lo peor de todo es que me temo que haya mirado hacia otro lado para conseguir el puesto.
—¿A qué te refieres?
—A nada en concreto, eres muy joven para saber tantas cosas que no te harían más que daño. Pero puedo asegurarte que nadie es tan bueno como aparenta y que muchas veces se hace más no haciendo nada que haciéndolo.
—¿Como por ejemplo no denunciar ni investigar algo y hacerte el loco?
—Tal vez, pero no quiero que mi dolor hable por mi. No sería justo, porque yo soy la primera que por amor también he callado muchas cosas y he preferido ser una imbécil.
—Tú no eres una imbécil, por lo menos, que yo sepa, eres una gran enfermera y mejor perosona, he aprendido contigo en unas semanas más que en toda la carrera.
—Zaida, veo en tus ojos la bondad y la alegría de la juventud, aprovéchalas para ser feliz.
—No te vayas a derrumbar, tienes mucha vida por delante y muchos hombres a los que conocer. ¿Te cuento un secreto? Los árabes no follan nada mal —riéndose—.
—Ahora no podría pensar en nadie más que no sea Olivié, ya ves que soy una idiota sin remedio.
—Para nada, sólo sigues enamorada.
—Bueno, ¿habrá que abrir no? Seguro que tiene que haber mucha gente haciendo cola.
—No te vayas a enfadar Ángela, pero quizás hoy sería mejor que fuese sólo con el traductor y tú te quedes tranquila, date una vuelta. Tengo tu número de teléfono, si tengo algún problema te llamo enseguida.
—¿En serio?
—Faltaría más. Tómate el día libre —con una sonrisa—.
—Vale jefa —devolviéndosela—.
Zaida le dio un enorme abrazo y se fue hacia la consulta donde se encontró con el traductor, le explicó por encima la situación de la chica. En el pequeño hospital uno de los pacientes había tenido un episodio nervioso en el que las enfermeras ocasionales de noche lo retuvieron porque quiso escaparse. Zaida le pide al traductor que llame a la policía y a Asuntos Sociales para ver si ellos pueden averiguar dónde vive su familia. Ella piensa que todo se irá al traste, no se explica cómo llevará la situación. Intuye que aquello va a ser el principio del fin porque el ingeniero se ha tenido que ir, también el director y aunque no lo diga ella también está pensando en marcharse. Al principio no echa de menos a Ángela porque los pacientes que iban llegando tenían cosas que ya conocía y el traductor le está haciendo de enfermero improvisado. Mohamed nunca habla mucho, sólo se dedica a traducir, es muy corpulento y un poco obeso, nada que ver con el perfil de los árabes. Zaida sabe que tiene que tener dinero. Ahora será el nuevo jefe, a medias y por un tiempo, pero en definitiva ya llevaba mucho tiempo controlando parte importante de la ONG porque él se encarga de todos los papeles con el Gobierno árabe.
—¿Cómo vais a hacerlo ahora? ¿Tú habías hablado con él? —le pregunta Zaida poniendo una gasa sobre una pequeña quemadura que una mujer se hizo cocinando—.
—Mohamed es un hombre de negocios, trabajador y responsable, podré hacerme cargo de todo sin problemas. Yo nunca hablaba con Francia, lo hacía Olivié, simplemente ahora también haré eso y Husein me ayudará.
—¿Pero Olivié no te dijo nada? Seguro que tú sabías que iba a marcharse, ¿no te dijo nada de Ángela? —aprovechando que ella no estaba—.
—Ángela es una buena chica y trabaja muy bien, pero Olivié quería irse solo como ha hecho. Ella creía que estarían juntos siempre, pero yo sabía que para él sólo era una chica más. Lo conozco hace mucho y te puedo asegurar que ha habido más chicas, aunque Ángela no se diera cuenta.
—Trabajas con ella, ¿por qué no le dijiste nada?
—¿Yo? —con una estruendosa carcajada que intimida a la mujer que Zaida está terminando de curar, porque además no comprende el francés—. Un hombre no dice eso de otro hombre nunca, si no se lo ha contado él es porque no quería.
—Vaya amigo, y aquí trabajando con ella como si nada —bastante enfadada—.
—Mujer, un hombre es un hombre y tiene que hacer las cosas que tiene que hacer.
Zaida siguió atendiendo a los pacientes sin volver a cruzar una palabra que no fuese en el plano laboral con Mohamed. Aunque seguía dándole vueltas y no pudo evitar, al tercer paciente, volver a preguntar.
—¿Pero no te dijo que iba a marcharse?
—¡Qué no! Ángela me ha preguntado lo mismo. Mira, él también es un hombre de negocios, por eso me llevaba bien con él. ¿Qué te creías que Olivié hacía esto sólo por caridad? Tenía muchos planes para cuando volviese a Francia. Tiene pensado montar una empresa de productos de la ONG y venderlos para quedarse con buena parte del dinero. Menudos ingenuos la mayoría de los que venís aquí. ¿Te crees que esta ONG funciona sola? Hay mucho dinero de subvenciones y de empresas privadas. Ese no va a volver aquí y ni mucho menos con Ángela, ya buscaría una buena mujer francesa para tener una familia, como yo le dije.
—Serás…
—No te lo tomes así, es como nosotros, yo puedo estar contigo o con quien sea para pasar un rato, pero para formar una familia tiene que ser una chica árabe. Si lo hiciese con una extranjera sería por algún motivo concreto como sacarle dinero. —haciendo que Zaida recordase al instante su pequeño amor y negando automáticamente tal idea—.
—No será siempre así.
—Ya sé, me han contado lo del chico, haz lo que quieras, no tienes que darle cuentas a nadie. —reafirmando que aquel muchacho estaba con ella por algo en concreto—.
A mitad de mañana apareció la policía, Zaida necesitaba al traductor y aprovechó para sus verdaderas intenciones, tras preguntar por la familia del chico que se había intentado escapar les dijo que tenía una pista.
—Su padre es sastre, se llama Abdellatif el Glaoui, vive en la ciudad, su mujer creo que se llama Fatoma. —sintiéndose mal porque sabía que estaba dando los datos de los padres del bebé que la llevó hasta Marrakech y que no buscarían en realidad a la familia del chico, aunque pensó que una vez le diesen la información les diría que se había equivocado—.
—Voy a tomar todos los datos y seguro que dentro de un rato la puedo llamar y facilitarle la información —le contestó la policía—.
—Ya le digo que este chico no sería conveniente que estuviese en la calle.
—Aunque si tuviésemos un pequeño premio quizás lo podríamos hacer más deprisa.
Zaida entendió al instante el soborno al que se veía sometida por la información y sacó un billete de 20 euros que dejó sobre la libreta del policía mientras salía de la habitación sin mirar atrás. El policía salió segundos después y le aseguró que volvería en breve. Salió y se fue a llamar por radio del coche para preguntar por la dirección del hombre. Tardó unos 20 minutos, pero entró de nuevo allí con la dirección exacta del hombre. El traductor se acercó a ella y le preguntó qué estaba pasando, pero ella contestó alabando su diligencia, le habían dado su número de teléfono porque aparecía la dirección completa. La miró sabiendo que había pasado algo raro al pedirles los datos de otra persona, pero no le preguntó ni ella le explicó nada. Había decidido salir de allí e ir a buscar al sastre. Tenía la certeza de que ahí se cerraría el círculo, si el hombre no sabía dónde estaba su hijo y no estaba con él o un familiar, entonces el niño tenía que haber sido dado en adopción, raptado o cualquier cosa peor.
No tenía intención de complicarse mucho la mañana con los pacientes y los fue despachando uno tras otro, la mayoría con calmantes y poco más. Quería que pasasen las horas. Más atención o quizás repulsión le produjo el caso de las devastadoras almorranas con las que se presentó una mujer recién parida, con el esfuerzo se le habían salido. Parecía un ramillete de uvas que asomaban por el ano. La pobre mujer llevaba dos meses así y cada vez que iba al servicio lloraba como una niña. Tomaba toda clase de aceites y productos para defecar líquido y no hacerse daño, algo bastante complicado de soportar. Ya no podía más y Zaida, al examinarla, supo que un caso tan grave pasaba por el quirófano, operación que ella no estaba preparada ni especializada para hacer, sin contar con los recursos necesarios. Al introducirle el dedo por el recto la mujer soltó un aullido seco que le llegó hasta el alma y sus lágrimas caían en el papel de la camilla. Le mandó unas pastillas muy fuertes, aunque sólo para una semana porque le estaba dando el pecho a su hija. Le recomendó que después fuese al hospital para ver si allí le daban una solución, además de hacer una dieta especial para defecar duro con un remedio casero muy efectivo: hielo aplicado directamente sobre las almorranas para que se contrayesen, o aloe vera natural. Recordó incluso que en España se operaban con frecuencia e incluso para quien podía permitírselo con láser, con resultados sorprendentes. Era una simple demostración de lo cerca que podían estar dos mundos y al mismo tiempo la distancia que los separaba. Aquello era uno de tantos momentos en los que pensó por qué la riqueza se distribuía tan mal en el mundo y que, sin ánimo de ser egoísta, la suerte que había tenido de nacer en la parte rica por una única razón: probabilidad. Una palabra que les encantaba a los matemáticos y que reducía el hambre, la muerte temprana y otros males endémicos de las sociedades pobres, a pura casualidad.