Capítulo XXXIX
—YA estoy harto de las tarjetitas estas de teléfono sin nombre, espero que apliquen la ley ya y tengamos identificados a todos. —explica un miembro de los Náufragos del Mundo a otro—.
—No te preocupes, —musita la Ministra de Defensa de España—, ya mismo tendrás el nombre de quien quieras. Con esta continua falta de valores en la sociedad y la escalada de violencia en la juventud y dentro de las familias está más que justificado, pero ya sabes que con la ley ya no tendremos que decir nada nunca más. Entre los localizadores que llevan los perros y los móviles tenemos a todo el mundo controlado. Ahora nos queda la implantación de chips localizadores en humanos. Ya lo estamos consiguiendo con presos que salen de la cárcel con las pulseras con los que los niños ricos americanos ya están llevando implantados, la población se lo empezará a tragar en breve.
—Seguro que sí. Bueno, necesito un par de nombres de unos números de teléfono para poder hacerles un regalo para que se decidan por mi consorcio.
—Está hecho, dime los números. Por cierto, ya tenemos acceso también a Haití. Enviaremos nuestras tropas con varios observadores que intentaremos dejar allí después con el cuento de las ayudas humanitarias, pobre gente. Aunque la zona ya está tomada y controlada por el ejército americano, ahora nos toca al resto hacer las labores humanitarias. Ya sabes que aparte de ayudarlos, también hay que asegurar que ningún otro Gobierno instale demasiados militares en la zona de Estados Unidos —concreta otro miembro de los náufragos—.
Zaida vuelve a su habitación, se encuentra junto a la de los maestros, mira a su alrededor y ve una maleta con sus pertenencias, como acaba de trasladarse allí todavía no tiene sus cosas colocadas, se da cuenta de que en el tiempo que lleva en la ONG no ha podido sentirse como en su casa. Se tumba en la cama, sin deshacer la maleta, consigue recordar las palabras de la mujer del hospital y su última conversación con Kamîl.
Suena su teléfono móvil, es un número marroquí.
—¿Diga?
—Soy yo, Kamîl.
—¿Ahora qué quieres?
—Era para saber si habías vuelto a tu habitación —con intenciones de informar a los Náufragos—.
—Sí, aquí estoy en mi cuarto, por qué no me llamas al teléfono de aquí o me dices tu número y te llamo, me va a salir muy cara la llamada.
Acto seguido se dirige al teléfono y marca el número de una cabina a la que le ha dicho que la llame. Se ha puesto el pijama para estar más cómoda. Antes de terminar de cambiarse ha pensado en el árabe y en sus sensaciones.
—¿Y después de todo lo que me has dicho qué pretendes Kamîl?
—Nada, haz lo que quieras, pero yo no voy a ayudarte más, no quiero tener problemas con la policía. Aunque si quieres, cuando vayas a alguna parte me avisas y por lo menos te digo dónde está. En realidad te llamaba porque quería saber si estabas bien, nada más.
—Me he quedado con las ganas de saber más sobre la mujer y su hijo, pero creo que no sería muy buena idea volver. Me tendré que conformar con lo que hemos descubierto.
—Será lo mejor, hazme caso. Aquí las cosas son muy diferentes a tu país… ya sabes dónde estoy, cuando necesites algo llámame.
—Muchas gracias, lo haré.
Zaida volvió de nuevo a su habitación con la sensación latente de hacer algo más y recordó que tal vez podría ponerse en contacto con Asuntos Sociales para preguntar si había algún niño con el nombre y apellidos que ya conocía y se hubiese tramitado una adopción.