Capítulo XXIX

ZAIDA se fue a su cuarto, tras utilizar el teléfono de monedas del pasillo y echó el pestillo. Hablar con su padre la había reconfortado, pero seguía con el miedo en el cuerpo. Pensaba en el francés tirarando la puerta abajo e intentando violarla otra vez. La escena se repetía es su cabeza. La puerta se abría mientras dormía, ella no se daba cuenta, el chico quitaba el pestillo con un imán porque era manual, aunque también podría abrirlo con un suave empujón porque era casi de juguete. Se introducía en la habitación, entornaba la puerta. Se acercaba sigiloso y metía un calcetín en su boca, se despertaba de un sobresalto viendo a oscuras cómo le ataba las manos a los barrotes de la cómoda. Estaba vez no dejaría ni que hablase. Aunque la cama se agitaba, sus vecinos de habitación no se estaban enterando de nada porque apenas hacía ruido. Con el cuchillo que le ponía en el cuello le dejaba claro que no podría moverse ni debía intentarlo, estaba vez no valdría ningún truco. Le quitaba el pantalón del pijama y la forzaba a abrirse de piernas violándola sin remedio, sangrando y manchando la cama, llorando sin consuelo, vejada y sola. Esto era lo que imaginaba una y otra vez, cada vez añadiéndole peores y más violentas maniobras hasta conseguir hacerle daño. Después de pasar varias horas en vela, con un cuchillo bajo las sábanas, pensó que aquella noche sería la última que pasaría bajo el mismo techo que aquel chico. Cada ruido que escuchaba era una sospecha constante. La luz del pasillo se encendió y las puertas del servicio resonaron hasta lo más profundo de Zaida, alguien en el baño, aunque sin saber quién. La duda era constante, cada ruido, cada mínimo silbo del viento en la ventana era una sombra acechando en mitad de la noche. Tenía que salir de allí, había decidido que no seguiría durmiendo en aquella casa porque sabía que no estaría tranquila ni se fiaba del chico. Sobre las cinco de la mañana, dos horas y media antes de levantarse con el toque de queda para el desayuno se quedó dormida completamente vestida y con el cuchillo en la mano.

 

Cuando amaneció las legañas, de las lágrimas resecas, le obligaron a lavarse la cara con intensidad. Los dos maestros pegaron en su puerta y se quejaron de la actitud inédita de Patrique, no sabían qué decirle pero estaban de acuerdo con que seguir durmiendo en la misma casa era incluso peligroso. La chica estaba visiblemente indignada y les aseguraron que aquello no quedaría así porque si ella no lo denunciaba lo haría ellos. Zaida los calmó diciendo que pensaba hacerlo, pero en Marruecos, denunciar a un extranjero, era muy complicado, y no le faltaba parte de razón. Aún así decidió que lo haría, no podía dejarlo pasar, aunque se fuera de la casa.

 

 

 

A la hora del desayuno Patrique ya había desaparecido, Olivié lo acompañó a primera hora al aeropuerto y le vio coger el avión dirección a Francia, pero estaba en su derecho y obligación de denunciarlo, explicó a la policía cuando apareció en mitad de la sala. Zaida se quedó sorprendida y preguntó quién los había llamado con tanta celeridad, respondiendo ellos que venían por otro asunto que les comunicarían después de declarar. Las órdenes de extradición y las causas de su país, en Francia, difícilmente llegaban a buen puerto, aunque en Marruecos siempre estaría perseguido, lo que en realidad sabían que no pasaría por la verdadera política machista del país.

 

Tras tomarle declaración y hablar del tema les comunicaron que Robezo Duran había fallecido. Había sido hallado en un descampado desmembrado, dedujeron que habría tenido algún problema de drogas y alguien se había tomado la justicia por su mano. Incluso a ellos les había parecido muy cruel la forma de matarlo. Probablemente lo habían dejado desangrase hasta que antes de morir le habían diseccionado cada miembro mientras moría. Olivié se vino abajo y lloró sin pudor delante de todos, su chica lo consolaba, tuvo que irse a su despacho para desahogarse del todo. Eran tantas cosas juntas que no pudo disimular en pocos días todo se había derrumbado. Antes de irse miró a Zaida como si desde que ella hubiese llegado todo hubiera cambiado para peor, o eso creyó ella.

 

 

 

Así empezó la mañana de Zaida, con insomnio y el doloroso recuerdo del chico negro, con la sensación de haberse perdido algo importante que debía contarle y la pena de saber que la muerte siempre nos espera tras la esquina. Con el deseo cada vez más intenso de buscar a la mujer que había parido al niño que llegó a Sevilla.

 

La cola para la consulta era como siempre, enorme. Ángela estaba visiblemente afectada por la muerte de Robezo, el traductor también. Llevaban mucho tiempo con él. Además, la marcha de Patrique. Ángela sólo tuvo un par de palabras sobre el tema antes de entrar, confirmando que incluso a ella le hubiese dado miedo dormir con él allí ahora y que no se sintiese mal, era lo que debía hacer. La gente la saluda efusíbamente, como siempre, la señora que iba todos los días para que le mirase la mano quemada pronunciaba su nombre con un extraño acento. Cuando sorteó a todas las personas de la cola y vieron a los pacientes encamados abrieron la consulta para pasar visita. La primera persona: una gripe. La segunda: un dolor en la mano. Así, una tras otra, con los casos que se iban convirtiendo, a medida que atendía más días a más pacientes, en cotidianos. Estaba viendo la garganta de un niño cuando una mujer entró a toda prisa para decir que su hermana iba a dar a luz en mitad de la calle. Zaida, la enfermera y el traductor salieron corriendo hasta la calle, había una mujer con chilaba sentada en el borde de un escalón, había dejado un reguero de agua en la acera hasta donde se había sentado. Como había roto aguas decidieron atenderla en la clínica.

 

—¡Preguntadle cómo se llama! —gritaba Zaida debido al momento de agitación—.

 

—Dice que Farida —respondió el traductor—.

 

—Preguntadle por el padre de su hijo —insistió la médica—. Decirle que si la chica que iba con ella puede llamar al padre porque va a tener su niño ya —asintiendo afirmativamente con la cabeza la enfermera—.

 

La mujer respondió que el padre estaba trabajando y que estaba al otro lado de la ciudad. El niño que traía asomaba prácticamente el pelo, era su tercer hijo y parecía no esperar a nadie. En cuestión de 15 minutos Zaida extrajo el feto con buena salud confirmada y un lloro muy fuerte e inmediato. Fue Ángela quien en última instancia, más acostumbrada y por sus años de experiencia, incluso como matrona, quien al ver asomar la cabeza del feto introdujo sus dedos en la boca, en la maniobra de Mauriceau o de Veit-Smellie, posteriormente flexionó la cabeza hasta debajo del pubis, presionando la barriga materna, hasta que salió. Parecía que Zaida había parido porque la sensación que tuvo al ver la vida espontánea frente a ella de esa forma tan simple le hizo replantearse en cuestión de segundos muchas ideas. Inmediatamente, colocaron al niño sobre la madre para que lo abrazase un momento y Ángela se lo llevó para limpiarle las fosas nasales del moco que traen en el conducto respiratorio. Madre e hijo tendrían que quedarse ingresados varios días allí hasta recuperarse.

 

—¿Cómo le va a poner? —preguntó la médica— Dile que ha pesado tres kilos trescientos y que mide 48 centímetros. Tenemos que hacerle varias pruebas, pero por ahora todo es normal. Ha tenido mucha suerte de estar cerca de aquí.

 

—Como el padre, seguramente, aunque dice que tiene que irse a trabajar-traducía el intérprete—.

 

—De eso nada, se tiene que quedar aquí dos días, como mínimo.

 

 

 

Con el parto, la chica en la cama y su bebé en una cuna junto a ella en la pequeña clínica terminó la mañana.

 

—Madre mía, nunca había visto de verdad a un recién nacido así, frente a mi. Ya sabes, los había visto después, pero nunca así. —totalmente asombrada la médica—.

 

—Así es el milagro de la vida, había olvidado lo bonito que es.—contestó la enfermera—.

 

Llegaron hasta el comedor y había un silencio enorme, nadie hablaba, el cocinero las saludó cabizbajo. Cuando Ángela preguntó a la pareja de maestros dónde estaba Olivié le respondieron que había salido a hacer algunos trámites, pero no sabían dónde estaba exactamente.

 

—¿Se sabe algo más de Robert? —Ángela, con un tono muy bajo, a los maestros—.

 

—Nada —aseveró ella—. La policía no tiene ninguna pista sobre quién ha sido. Saben que tiene que ser un ajuste de cuentas, nada más. Aunque ahora importa poco, ya sabéis como funciona este país, si alguien da el chivatazo lo sabrán, si no, son capaces de coger a cualquier pobre desgraciado y echarle las culpas con tal de que no digamos nada.

 

 

 

Cuando terminaron de comer, casi todo el rato en silencio, sin ganas de contar lo del parto, ya que la muerte estaba muy presente en sus cabezas, todos desaparecieron rápidamente a sus habitaciones, pero Zaida se quedó en el comedor tomando un té. El cocinero, Husein, de unos 25 años, con gafas y siempre con gorra, se dirigió a ella. Empezaron hablando sobre sus gustos culinarios y de lo bien que cocinaba el chico, hasta que terminó diciéndole que nada era lo que parecía.

 

—¿A qué te refieres Husein?

 

—Pareces buena chica —hablando en un perfecto francés—.

 

—No creo que sea tan buena, pero dime qué te pasa, por qué me dices eso.

 

—El director, Olivié, no es tan bueno como dice, yo de ti me iría de aquí, yo, en cuanto que pueda me marcho. Estoy haciendo cosas de diseño Web, cuando me salga otra cosa lo dejo, pero estoy aquí porque de momento me paga mi comida.

 

—¿Por qué no es tan bueno Olivié?

 

—Mira, está haciendo las maletas para marcharse, esto va a ser un poco lío durante un tiempo. Le tienen que haber ofrecido un buen trabajo en otro sitio. Sabes, él tiene amigos muy importantes, por ahí dicen que lo han visto con gente muy importante y que tienen negocios. Yo no puedo decirte más, pero seguro que se va. Ya lo verás. Tú también tendrías que irte. Yo no tengo más remedio que quedarme porque necesito el dinero.

 

—¡Joder! ¿Y quién se va a quedar al frente?

 

—Vete a saber, mientras me paguen —susurrando—.

 

—¿Pero en qué está metido? ¿Tiene algo que ver con los niños?

 

Husein se levantó y miró a su alrededor, bajó la voz, como si pudiesen estar espiándolos.

 

—Creo que tienen algún negocio con ellos, no sé exactamente qué, pero creo que no está claro quién se los lleva. Hacen los papeles con el Gobierno y luego vienen extranjeros y se los llevan adoptados.

 

—¿Tráfico de órganos?

 

—No tengo ni idea, pero está claro que hay algo ilegal seguro.

 

—Bueno, si te enteras de algo ya sabes donde estoy.

 

—Vale, pero como consiga pruebas me parece que voy a llamar a un par de amigos periodistas que tengo. Estoy harto de esta gente. Tú no eres así. Ellos se creen que los moros somos una basura, inferiores.

 

—No digas eso, nadie es menos que nadie, yo creo que la gente se mide por su forma de mirar el mundo.

 

—Yo sé que tú eres distinta, se te nota.

 

—Mi padre es profesor de árabe en Sevilla, será eso.

 

—Ah, ya decía yo que tú tenías algo árabe en tu mirada. ¿Tú sabías algo de los niños verdad?

 

—Algo sospechaba, aunque no podría decir nada porque acabo de llegar y no tengo ni idea de nada, ni de cómo funciona una adopción ni aquí ni en ninguna parte. Pero sí, claro que pensaba que estaba pasando algo.

 

—¿Tienes alguna prueba?

 

—¿Prueba? Yo no pinto nada aquí, a mí me dicen que alguien viene a por un niño y yo se lo entrego, nada más. ¿Ángela está metida también?

 

—Pues —con un silencio de suspense—, yo tampoco sé hasta dónde sabe cuáles son los negocios de su novio…

 

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