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Sian
Comunidad de Sian, Confederación de Capela
24 de octubre de 3029
—«Sic semper tyrannis».
Las palabras quedaron flotando en el aire entre Justin y el Marauder como el humo verde que penetraba por la destrozada puerta. Justin desvió su mirada de la boca del CPP, que le apuntaba a la cabeza, a la escotilla polarizada de la carlinga del ’Mech.
—¿Qué diablos has dicho? —restalló la voz de Andrew a través de los altavoces externos del Marauder.
—He dicho: «sic semper tyrannis» —repitió Justin en tono cansado.
—El tipo que llevas sobre el hombro… —masculló Andrew—. Ese debe de ser nuestro agente. ¿Cómo has logrado sonsacarle la contraseña?
—Tienes razón. Es uno de los nuestros. —Justin contempló la oscura carlinga del Marauder—. Tú me conoces, Andy. Si hubiera querido engañarte, no habría traído a este hombre conmigo. «Sic semper tyrannis». Andy, quiero volver a casa…
—¡Jesús, María y José! ¡Eres tú! ¡Tú! —La voz de Andrew vibraba de regocijo y alivio—. ¡Gracias a Dios que no he apretado el gatillo antes de restregarte tu derrota por la cara! Por todos los…
Justin lanzó una carcajada.
—Me alegro de que hayas sido tú quien me ha encontrado. Cualquier otro ya me habría convertido en vapor de iones. —Le hizo señas para que volviera a poner en cuclillas al ’Mech—. Es verdad que este hombre es de los nuestros y vamos a sacarlo de aquí también. Entreabre la escotilla para que pueda subirlo a bordo.
Andrew hizo descender el Marauder y abrió la escotilla de la carlinga, situada encima del torso. Bajó hasta el brazo derecho del ’Mech y agarró a Malenkov por las axilas. Con la ayuda de Justin, lo alzaron hasta la carlinga y lo sujetaron a un asiento eyectable situado detrás de la silla de mando. Luego, Andrew entregó a Justin una bolsa.
—Todos tenemos una bolsa como esta. Nos dijeron que se la diéramos a nuestro agente.
Justin sonrió y se la echó al hombro.
—Sí, tiene algunas cosas que puedo utilizar si dispongo de tiempo suficiente. —Se asomó por la escotilla y escrutó los alrededores por si había soldados de Liao—. Todo parece bastante seguro. Haz que corra la voz. Y que sepan que iré a bordo de Yen-lo-wang.
Redburn consultó su cronómetro.
—Tienes diez minutos. Ya llevamos veinte en el planeta. Se acaba el tiempo.
—Entendido. —Justin le guiñó un ojo y salió de la carlinga del Marauder. Se dio la vuelta y alargó la mano a Redburn, quien se la estrechó calurosamente—. Cuida bien de Alexi. Me salvó la vida, igual que tú hiciste una vez. Se lo debo.
—Entonces yo también estoy en deuda con él por haber salvado a mi amigo. Buena suerte.
Justin se deslizó desde el dorso del Marauder hasta el suelo y echó a correr hacia el palacio del Canciller. Recorrió los pasillos del palacio y llegó a la sala del trono sin ningún contratiempo. Entornó las enormes puertas de bronce lo suficiente para poder entrar en la sala, avanzó con sigilo por la alfombra roja y subió los escalones que conducían al mismo trono.
Sonreía mientras agarraba la bolsa y separaba las tiras de velcro que la mantenían cerrada. Aparte de los utensilios médicos propios de un botiquín, de un módulo de identificación davionés para un ’Mech y una célula de repuesto para el láser del brazo, encontró un holodisco con el emblema del sol y la espada de Davion. Siguiendo las instrucciones que había recibido en el pasado, dejó el disco en el centro del trono y bajó los escalones.
Cuando se había alejado del trono una media docena de pasos, una voz de mujer y el ruido de una pistola de agujas al cargarse lo hicieron detenerse.
—¿Quién eres tú, Justin Xiang, y qué estás haciendo aquí?
Justin se volvió despacio hacia ella y levantó las manos.
—Comandante Justin Allard, de las fuerzas armadas de la Federación de Soles, actualmente en misión especial —declaró.
Candace se adelantó hasta quedar iluminada por la luz indirecta proyectada desde los balcones interiores adornados con un enrejado. La pistola de agujas que empuñaba en la diestra no temblaba.
—Esa misión especial… —Su voz quedó ahogada por la ira y las demás emociones que la sacudían.
Convencer a Maximilian Liao de que Casa Davion había perfeccionado un nuevo tipo de miómero y de que él debía equipar sus ’Mechs con aquel material.
—¿Y formar parte del equipo de crisis? —preguntó Candace, con un brillo frío en sus grises ojos.
—Debía sugerir la formación de un organismo similar, porque era lógico que Alexi trabajara en él. Yo sabía que Alexi era un agente infiltrado de Davion, aunque él no sabía quién o qué era yo. Nadie estaba al corriente, salvo mi padre, el Príncipe y Ardan Sortek. Y Sortek sólo lo supo porque amenazó con hacer pública su ira por el juicio al que yo había sido sometido.
—¿Por qué lo has hecho?
—Ordenes. Juré ser fiel al príncipe Hanse Davion y esto es lo que él me pidió que hiciera.
—¿Y qué hay de mí? —inquirió Candace. Sus ojos se entornaron hasta parecer rendijas de acero—. ¿Era yo parte de lo que tú debías hacer?
—No —respondió Justin, y bajó las manos—. Yo quería… Intenté sinceramente… evitarte. Sabía que ocurriría esto. Sabía que nos enamoraríamos… Y te amo… de verdad. Debes creerme.
—Lo que creo, Justin Allard, es que has demostrado ser un mentiroso muy convincente.
Justin asintió con tristeza.
—Entonces, supongo que tienes dos opciones. Puedes disparar… —dijo, devolviéndole su gélida mirada— o venir conmigo.
El dedo de Candace se cerró sobre el gatillo y una llamarada brotó de la pistola. La nube de agujas de plástico pasó lejos de Justin; en cambio, arrojó a Tsen Shang contra una de las puertas de bronce y persiguió a los dos agentes de la Maskirovka que lo acompañaban.
Efectuó dos disparos más hacia la puerta, mientras Justin se ponía a cubierto detrás del trono. Entonces, ella hubo de agacharse cuando unos rayos láser de color rubí quemaron la pared situada a su espalda. Se arrodilló junto a Justin, le dedicó una fugaz sonrisa, asomó la pistola e hizo otros dos disparos.
—¡Maldita pistola! —La miró fijamente mientras conmutaba la palanca de selección de un disparo a tres—. Está muy bien para disparar contra la gente, pero las agujas no atraviesan las puertas de bronce. Lamento que hayamos de morir aquí, pero no se me ocurre nadie más con quien pasar el resto de mi vida.
—Mantenlos ocupados por unos momentos, si es que has dicho en serio eso de «el resto de tu vida» —repuso Justin.
Al tiempo que Candace efectuaba un disparo para mantener a los guardias tras las puertas, Justin se desgarró la manga izquierda de la chaqueta hasta el codo y oprimió una sección rectangular situada sobre su antebrazo de acero. Sonó un chasquido y Justin levantó la sección. Luego se torció el brazo y tiró al suelo la célula agotada del láser. Sacó la célula nueva de la bolsa y la colocó en su lugar. Cerró la tapa y dispuso la mano y los dedos para poder disparar.
Candace contempló estupefacta la extraña posición de la zurda de Justin.
—En el nombre de…
—Soy una especie de contorsionista —explicó Justin, sonriendo—. ¿Están detrás de las dos puertas?
—Sí. Mantienen las cabezas gachas. ¿Ves los lugares donde he levantado el barniz de las puertas?
—Sí, en tres.
Candace los contó y lanzó un largo disparo desde el lado derecho del trono. Justin salió al descubierto por la izquierda y el rayo verde de su láser perforó las puertas a un metro de altura del suelo. El estrépito de metal contra el suelo ahogó los gritos de agonía de los guardias.
Candace cogió a Justin de la mano derecha. Pasaron junto a Tsen Shang y echaron a correr por el pasillo. Cruzaron la sala de retratos y entraron en el hangar de ’Mechs. Candace se ciñó las correas del asiento eyectable que estaba en el lado derecho del Centurión mientras Justin cerraba la escotilla e iniciaba la secuencia de ignición.
Extrajo el módulo de identificación davionés de la bolsa y lo insertó en una ranura situada bajo el tablero de instrumentos. Luego conmutó la radio del Mech a las frecuencias militares de la Federación.
—Renacido a comandante de las fuerzas davionesas. Voy a salir del hangar de ’Mechs en un Centurion de estilo Solaris.
—Estás muy lejos de casa, ¿no es verdad. Renacido? —contestó una voz que Justin reconoció como la de Morgan Hasek-Davion.
El MechWarrior se echó a reír y vio que Candace, que había introducido unos auriculares en un enchufe colocado cerca de su cabeza, sonreía alegremente.
—Recibido, jefe —dijo. Guió al Centurión por el hangar de ’Mechs y salió por la abertura hecha antes por Andrew. La bruma casi se había disipado, aunque había sido sustituida por la densa humareda negra producida por el miómero al arder.
Vio un Atlas a mitad de camino entre el hangar de ’Mechs y la Nave de Descenso. Estaba rodeado por los cuerpos desvencijados de media docena de 'Mechs quemados; sin embargo, el Atlas apenas había sufrido algunos arañazos en el blindaje. Aunque no había a la vista ningún ’Mech liaoita que pudiera moverse, el Atlas permanecía vigilante mientras los demás ’Mechs davioneses reembarcaban en la Nave de Descenso.
Justin sonrió para sí. Ese debe de ser Morgan.
—¿Vais al mismo sitio que yo?
El Atlas le hizo señas para que se acercara con la mano izquierda.
—Ni se nos ha pasado por la cabeza irnos sin ti. La próxima parada: nuestra casa.