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Lyons
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
15 de mayo de 3029
Clovis Holstein estrechó a la pequeña contra su pecho y la meció suavemente mientras se acallaban los ecos de las explosiones. Le quitó el polvo de los cabellos y procuró dar un tono despreocupado a su voz.
—Tengo que quitarte toda esta suciedad del pelo, Sarah; si no, te parecerás a tu abuelita. —Notó que la niña se envaraba al oírle mencionar a su abuela y la abrazó con más fuerza aún—. ¡Calma, calma, Sarah! Nada de lágrimas.
Clovis escudriñó los rostros sucios y cansados de treinta niños entre el aire viciado del refugio, alumbrado por la tenue luz de una única bombilla. Si uno solo de ellos se echa a llorar, todos se derrumbarán. Miró a los mayores y les sonrió de forma tranquilizadora. Pero, si ellos no hubieran aguantado tan bien, quienes se habrían derrumbado habríamos sido Karla y yo. Dos días… ¿Cuánto tiempo más seguirá el Condominio reduciendo nuestra ciudad a cenizas?
Clovis dejó que Sarah resbalase fuera de su regazo y dejó a la pequeña, de cuatro años, junto a su hermano de ocho.
—Rex, cuida de tu hermana —le dijo. El rubicundo chico asintió con coraje.
Clovis se incorporó y se sacudió el polvo. Caminó por el refugio, procurando no molestar a los niños que trataban de dormir, y llamó con gestos a Karla Bremen.
Una sonrisa iluminaba el bonito rostro de la joven, sin reflejar la preocupación que la había acuciado desde que Clovis y ella habían conducido a sus alumnos al refugio. Clovis empezó a apartarse del rostro sus largos y negros rizos mientras ella se acercaba, pero dejó de hacerlo. ¿Ya vuelves a acicalarte, Clovis? ¡Idiota! ¡Ha sido tu deseo de impresionarla lo que te ha traído a esta situación!
Como Nueva Libertad era una ciudad pequeña, todos los escolares estudiaban en una única aula situada en la habitación que habían utilizado los Demonios de Kell como sala de reuniones. Cuando varias unidades del Tercero de Regulares de Dieron atacaron la ciudad, Clovis estaba impartiendo la clase de informática. Karla y él pusieron a salvo de inmediato a los pequeños en el refugio construido bajo el hangar de ’Mechs. La llegada de las tropas del Condominio había transformado el inicio de los sueños de Clovis en una inacabable pesadilla.
Karla, una muchacha esbelta y dos cabezas más alta que Clovis, se puso en cuclillas a su lado. A pesar de la suciedad que le manchaba las mejillas, la nariz y la frente, a Clovis le parecía la más hermosa de todas las mujeres. Karla miró a su alrededor, para asegurarse de que ninguno de los niños los observaba con excesiva atención, y dejó que se esfumara su sonrisa.
—Clovis, estoy preocupada. Creí que habías dicho que se habían marchado por el momento.
Clovis tragó saliva. Apoyó sus gordezuelas manos sobre los hombros de ella y le apartó los cabellos de su blusa, que había sido blanca.
—Lo que dije no cambia las cosas. Tenemos comida suficiente para un mes o más.
Clovis vaciló. Este refugio fue pensado para albergar a cincuenta personas adultas. Podemos sobrevivir durante mucho tiempo.
—Lo sé —contestó Karla—. Lo que pasa es que siento la tensión y todas las preguntas calladas que me hacen los niños. Todos quieren saber si están vivos sus padres. ¿Qué puedo decirles?
Clovis no podía devolverle la mirada.
—Diles una mentira. Diles que todos están bien y ocultos en otros refugios como este. Por ahora, eso los calmará lo suficiente para que puedan dormir. —Se encogió de hombros y añadió—: Más tarde, la verdad será dura, pero no es la verdad lo que necesitan en estos momentos.
Clovis cogió la barbilla de Karla con la diestra y le levantó la cabeza.
—Escucha, vas a tener que cuidar de ellos. Tengo que ir a ver qué es lo que sucede ahí arriba.
Karla lo miró sin creer en lo que oía.
—¡No puedes abandonarme aquí!
Clovis se apartó y se ciñó un cinto con una pistola Smith & Webley Foxfire en la funda. La mayoría de guerreros denominaban aquella arma con sarcasmo «el bolso», porque parecía demasiado pequeña y delicada como para ser mortal. Clovis desenfundó la pistola, que encajaba a la perfección en su pequeña mano, y la cargó con un chasquido. La introdujo de nuevo en la funda con un gesto diestro que sólo podía deberse a sus muchas horas de práctica.
Aún vuelto de espaldas, Clovis intentó parecer confiado.
—Tengo que subir a la superficie, Karla. He de averiguar qué ocurre, para que podamos decidir qué es lo que haremos.
Karla agarró a Clovis por el hombro y lo obligó a mirarla.
—¡No puedes dejarnos! ¿Qué clase de hombre abandonaría a treinta niños…? —Su voz se apagó cuando vio la expresión de angustia que deformaba el semblante de Clovis—. ¡Oh, Dios mío! Clovis, lo siento… No quise decir…
—Tienes razón —respondió Clovis, con los dientes apretados—. Ningún hombre abandonaría a treinta niños. Ningún hombre se habría encontrado en esta situarión. Un verdadero hombre los habría conducido a todos lejos de aquí, donde pudieran estar a salvo. Como sólo soy medio hombre, los metí en esta ratonera. Y ahora, el gato está ahí afuera, sentado, esperando a que salgamos.
»No sé por qué —continuó—, antes de que pasase todo esto, deseaba mostrarte de algún modo la clase de persona que soy en realidad. Solía soñar que te rescataba de un terrible peligro… Sí, aunque esté atrapado en este cuerpo, puedo soñar que soy un caballero ataviado con una resplandeciente armadura. —Resopló con desprecio ante aquella imagen—. Entonces ocurre algo como esto y llega la oportunidad que deseaba para mostrarnos a ambos cómo soy en realidad. Parece muy apropiada la palabra patético.
Karla observó en silencio a Clovis.
—Clovis, yo no te considero tan patético…
—¡Ahórratelo! —gruñó irritado, y se señaló el pecho con el pulgar—. Ya sé lo que soy, y sé cómo me veis todos. Soy un monstruo. Un bufón. Un capricho de la Naturaleza, con el que la gente entabla amistad para demostrar que son personas muy tolerantes, pero con quien nunca desean intimar. Y eso no les preocupa, porque no soy una persona de verdad. Soy un recurso. Pero, en una situación como esta, no resulto muy útil. Admítelo. Nunca me habrías dirigido la palabra si no hubieras querido que diera clases a tus alumnos.
Karla le dio una bofetada.
—¡Clovis Holstein, no consiento que nadie me hable en ese tono ni con esas palabras! Me has insultado, y has insultado a todos tus amigos. —Apretó su mano contra la enrojecida mejilla de Clovis para aliviarle la picazón—. Crees que la gente te ve como un enano, pero eso no es cierto. Tal vez, al principio, sean muy conscientes de tu físico, pero eso cambia con el tiempo. Yo tengo el pelo oscuro y los ojos claros, y siempre pienso que la gente me considera extraña a causa de esa inusual combinación de colores. No tienes el monopolio de esa clase de sentimientos.
»¿Cómo puedes decir que nadie se preocupa por ti ni quiere ser un amigo de verdad? Recuerdo haberte visto hace un mes en el baile de la comunidad. Te envidiaba por tu facilidad para llevarte bien con todo el mundo. Tú, Dan Allard y «Gato» Wilson reíais y os comportabais como buenos amigos. Desde luego, no parecía que tus amigos se limitaran a soportar tu presencia por cortesía.
Clovis bajó la mirada.
—Quizá tenga algunos amigos, pero eso no es lo importante. Tú nunca habrías ido al baile conmigo.
Karla entornó los ojos.
—Tampoco me lo pediste, ¿verdad?
—¿Habrían cambiado las cosas, si lo hubiese hecho? —le preguntó Clovis, mirándola a los ojos.
—No voy a mentirte, Clovis —dijo ella, suspirando—. No encajas en mi imagen de lo que sería el hombre de mis sueños.
—¿Y Thor sí?
—Clovis, no soy ninguna quinceañera a la busca de una pareja para el baile. Sí, hace un tiempo Thor coincidía bastante con la clase de hombre que quiero, pero he cambiado desde la época en que creé esa imagen. Para mí, hay cosas más importantes que el aspecto. —Miró por encima del hombro a los niños, que yacían acurrucados y juntos—. El cariño y la ternura que has demostrado en los dos últimos días me han emocionado. Tienes fuerza y corazón, y tanto coraje como cualquiera que se haya sentado en la carlinga de un ’Mech.
—¿Estás insinuando que hay una oportunidad de que yo sea parte de tu vida?
Karla asintió.
—No se trata de ninguna competición en la que yo sea el premio. Se trata de ver si tenemos lo que se necesita para formar una pareja duradera. No hago ninguna promesa, salvo la de ser honesta contigo. Tendrás que aceptarlo. Si hemos de mantener una relación, ésta tendrá que crecer por sí misma.
Clovis sonrió al notar que se aliviaba la tensión entre ambos.
—Confía en lo mejor y prepárate para lo peor, como dicen en los combates de Solaris.
Karla se echó a reír.
—Una buena idea. No sabes lo mal que cocino ni hasta qué punto me chiflan los peores holovídeos que puedas imaginar.
—Correré el riesgo —repuso Clovis, y contempló el refugio lleno de niños—. Será mejor que vuelvas con ellos. Todavía he de subir y ver qué es lo que está pasando.
Ella titubeó.
—Ten cuidado, Clovis —dijo en voz baja.
Clovis se echó al hombro una bolsa llena de herramientas de reparación de aparatos electrónicos y se dirigió al túnel que conducía a la superficie.
—Confiad en mí, gentil damisela. Por más que me acose el Dragón, ningún caballero provisto de reluciente armadura dejaría indefensa a una dama.
Durante la larga ascensión hasta la superficie, Clovis se esforzó por concentrarse en la misión que iba a realizar. No sueñes en lo que podría o no podría ocurrir, Clovis. Peldaño a peldaño, subió hasta el sótano del hangar de ’Mechs. Se arrastró por pasajes de acceso sumidos en sombras, adentrándose en las instalaciones que habían utilizado los Demonios de Kell como base provisional.
Por fin, en el túnel de las cañerías del agua, al norte de la línea de alcantarillas, encontró lo que estaba buscando. Un metro más allá de la pared que separaba el despacho privado de Morgan Kell de la habitación que usaba para las reuniones de oficiales, tocó un fino cable de fibra óptica que se extendía a lo largo de una de las cañerías.
¡Bingo! Aunque me temía que iba a pasarme cinco horas en estos hediondos túneles, ahora me alegro de que Morgan quisiera tener una línea de visífono independiente hasta su despacho. Palpó en el interior de la bolsa de herramientas hasta encontrar los pequeños auriculares y el manipulador de cables que había utilizado para comprobar el buen estado de las conexiones cuando se instaló aquella línea.
Sujetó el collar óptico a la línea y lo cerró hasta oír la señal de comunicación a través de los auriculares. En el teclado alfanumérico que colgaba del collar óptico, tecleó muy despacio las letras «COMSTAR». Luego ajustó el micrófono ante la boca y subió bastante el volumen.
Una voz amable, de sexo indeterminado, sonó en sus oídos.
—ComStar, Lyons sur. Que la Paz de Blake sea con usted.
—Tengo un mensaje para Morgan Kell —susurró Clovis con voz ronca.
La respuesta del técnico de ComStar fue firme, aunque en tono amable.
—El coronel Kell ha partido del planeta, obedeciendo una orden del duque Aldo Lestrade. Puedo comunicarlo con su contacto, un tal Clovis Holstein.
—Yo soy Clovis Holstein. Necesito transmitir un mensaje a los Demonios de Kell. Nueva Libertad ha sido ocupada por una compañía del Tercero de Regulares de Dieron. Tengo que avisar a Morgan.
Clovis escuchó el suave repiqueteo de unos dedos sobre un teclado. Sonó el pitido de un ordenador y la voz del técnico volvió a ocupar la línea.
—No dispongo de la localización actual de Morgan Kell.
Clovis reflexionó durante una fracción de segundo.
—Deberían estar en Alphecca, en uno de los puntos de salto.
—Eso no consta en mi ordenador, señor Holstein.
Clovis frunció el entrecejo. El calor de la cañería llenaba el estrecho túnel de un asfixiante bochorno. El sudor le bañaba la frente y le causaba escozor en los ojos.
—Muy bien, entonces deberían estar en Ryde.
—El ordenador dice que no están registrados para poder recibir mensajes —informó el técnico—. ¿Quiere enviar este mensaje a Ryde?
—Sí.
—Estupendo. —El golpeteo de las teclas volvió a resonar en la línea—. El mensaje se enviará con nuestra próxima transmisión y llegará a principios de la próxima semana.
—No ha entendido nada —susurró frenéticamente Clovis—. Esto es una emergencia. ¡El mensaje debe transmitirse ya!
—Eso es caro, señor Holstein. ¿Cómo pagará la tarifa de una transmisión prioritaria?
—¿Cómo puedo…? —gruñó Clovis, exasperado, y añadió de sopetón—: Cárguelo a la cuenta del Tercero de Regulares de Dieron.
—Muy bien. Voy a efectuar una llamada por su línea para obtener la correspondiente verificación. Un momento.
—¡No!
Clovis oyó una serie de melódicas notas y el estridente sonido de un timbre en la habitación de arriba. Una voz resonó en estéreo a través de los auriculares y de las paredes.
—¿Mosto, moshi?
Clovis arrancó el collar óptico de la línea y echó a correr por el túnel. Por una vez, mi estatura es una ventaja. Más arriba, en el mundo de los seres humanos, se disparó una alarma y retumbaron unas fuertes pisadas.
De manera casi instantánea, Clovis comprendió dos cosas. Me atraparán. Tengo que alejarlos de los niños. El rostro sonriente de Karla apareció diáfano en su mente y alivió la segunda idea. Cuando me atrapen, me matarán. ¡Ojalá mi muerte te mantenga a salvo, Karla Bremen!
Un haz de luz penetró en el túnel cuando alguien levantó uno de los paneles de acceso. Clovis empuñó la Foxfire y se cubrió los ojos con la zurda para protegerlos del resplandor. Dos botas bajaron al túnel, seguidas de las piernas correspondientes, que se flexionaron cuando el soldado del Condominio saltó hasta el fondo.
Clovis apuntó la pistola al estómago del soldado y apretó el gatillo. Aprovechó el grito para entrar en una bifurcación. Corrió hacia el este y giró al norte en la primera oportunidad. Avanzaba muy deprisa por los túneles. Antes de que pudiera darse cuenta, llegó al tramo final y salió.
El enano entornó las puertas de madera del acceso externo y sonrió. ¡Maldición! En aquel agujero no pasa el tiempo, pero aquí… Había caído la noche y, por primera vez, Clovis se atrevió a confiar en que podría escapar.
Abrió con cautela la puerta lo bastante para poder cruzarla. Caminó con sigilo y se agazapó en la sombra del edificio. Escudriñó el paisaje en busca de algún movimiento, mas no vio nada. Ojalá apagaran esa maldita alarma. En esta oscuridad, prefiero fiarme de mis oídos más que de mis ojos.
Clovis echó a correr hacia las colinas que rodeaban Nueva Libertad por el norte. Recorría un corto trecho, se agachaba y aguardaba. Cuando estaba seguro de que nadie lo había visto ni oído, recorría el siguiente trecho. Se aplastó contra el áspero tronco de un árbol de hojas perennes y se permitió una sonrisa. Si esto sigue así, llegaré a la primera colina en un santiamén.
Un comando de las FIS surgió de las sombras y cayó sobre él. Le arrancó la Foxfire de la mano a Clovis de un manotazo, desenvainó su katana con un elegante movimiento y apoyó la punta de la espada contra su garganta.
—Felicidades. Para haber llegado tan lejos, has tenido que eludir a muchos hombres mejores que tú. Sabía que te encontraría aquí.
Las FIS. Son tan pérfidas como Loki. Mataron a muchos de los nuestros en la base de Styx. Clovis miró la Foxfire.
La risa ronca y burlona del comando lo refrenó.
—Ahora eres mío, hombrecillo. Te llevaré de vuelta a nuestro cuartel general y veremos qué tesoros ocultas en esa bolsa.
Volvió a deslizar la espada en su vaina, pero su áspero cacareo hizo trizas el ánimo de Clovis.
El enano se estremeció, mientras el concepto que tenía de sí mismo se derrumbaba. Estoy perdido. Me torturarán y acabaré por revelar todo lo que sé. He fallado a todos… Las burlas del comando desmenuzaron hasta los últimos restos de su autorrespeto. Me engañé al creer que era un hombre, pero me está bien empleado. Que corra la sangre… Clovis asintió, sometiéndose a su captor.
De repente, la risa del soldado del Condominio se acalló. El hombre quedó iluminado por el rayo del láser medio de un ’Mech y se convirtió en una antorcha.