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Sian

Comunidad de Sian, Confederación de Capela

24 de octubre de 3029

Andrew Redburn ajustó el contraste del monitor auxiliar de su Marauder. Mostraba una restrasmisión de la Compañía Emisora Estatal Capelense sobre la llegada de Morgan Hasek-Davion. Hecho un vistazo al monitor principal y vio que la Nave de Descenso se encontraba a cinco kilómetros de la superficie del planeta y descendía a poco menos de cien kilómetros por hora. Consultó la cuenta de segundos que aparecía en una esquina del diagrama de descenso y abrió un canal de comunicación con sus subordinados.

—Atención, tres minutos y treinta segundos para el desembarco.

Oyó las confirmaciones de sus hombres y reconoció mentalmente cada voz a medida que sonaba en su neurocasco, pero su atención se mantenía centrada en la retrasmisión por holovídeo desde la superficie. La cámara se paseó por el estrado y enfocó a los dignatarios reunidos para recibir al cautivo heredero de Hanse Davion. Detrás del estrado se alzaban los dos batallones de ’Mechs de Casa Imarra, altos, relucientes y orgullosos.

Si los informes de espionaje de Morgan dicen la verdad, no nos causarán muchos problemas. Más atrás ondeaban unas gigantescas banderas doradas con el león de los Hasek bordado en rojo. Otros estandartes similares eran agitados por la brisa en lo alto de unos mástiles.

La cámara efectuó un movimiento de zoom al pasar frente a los nobles que abarrotaban el estrado. Se demoró en cada rostro unos segundos, el tiempo suficiente para que los técnicos mostrasen el nombre del personaje en pictogramas capelenses en el lado derecho de la pantalla. Cuando apareció la imagen del último hombre, Andrew sintió un intenso frío en las entrañas.

Bien, Justin, ahí estás. Eso significa que os hemos pillado desprevenidos a los capelenses. Apretó los dientes. Si hubieras sospechado, Xiang, estarías esperándome en tu cacareado Yen-lo-wang. Supongo que esto significa que habré de esperarte.

Justin, incómodo, se tiró del ajustado cuello de su chaqueta negra.

—Odio este uniforme —comentó—. Hace que me sienta como un jesuita.

Candace, que estaba de pie a su lado en la plataforma, le dio unas palmadas en el hombro.

—Sólo tendrás que soportarlo unos segundos más, amor mío. —Alisó una arruga que se había formado en la manga de su blusa de seda de color gris y agregó—: Ojalá la nave baje pronto, para que mi hermana deje de pavonearse de una vez.

Justin miró a Romano. Llevaba un vestido rojo escotado y con la espalda descubierta, que parecía apropiado para aquel caluroso día, pero no para una ceremonia de recepción al heredero de Hanse Davion. Si pretende llamar la atención de Morgan, no creo que tenga problemas. Tal vez planeas seducirlo y utilizarlo para que se ponga al frente de la Marca Capelense en alguna cruzada destinada a recuperar los territorios conquistados por Hanse Davion en esta guerra. ¡Claro que planea eso! Es un plan sencillo, superficial y centrado en sí misma. Tsen no se ha dado cuenta, ya que está irritado por no haber forzado a Alexi a confesar.

Candace señaló hacia el cielo y exclamó:

—¡Allí! ¡Desciende en la aproximación final!

Maximilian Liao, ataviado con una túnica de seda dorada bordada en negro en los dobladillos, el cuello y las mangas, sonrió y se ajustó el gorro negro de mandarín chino que llevaba en la cabeza.

—Por fin tengo un arma que utilizar contra Hanse Davion… Un arma que lo dejará inerme y le causará la muerte.

Justin asintió al mismo tiempo que el Canciller. Es cierto. El hecho de que Morgan haya caído en nuestras manos es un duro golpe para la Federación de Soles.

Desde su posición a la derecha de Liao, Tsen Shang habló en voz lo bastante alta como para que pudiera oírse por los micrófonos de holovídeo.

—Vuestras palabras reflejan mis propios pensamientos, Sabiduría Celestial. En verdad, éste es un gran día.

Justin levantó la mirada y se cubrió los ojos con la zurda para protegerlos del resplandor de los cohetes de aterrizaje de la Nave de Descenso. Le llamó la atención un movimiento en el casco y tuvo un mal presagio. ¿Qué demonios ocurre?

Los afustes de misiles de la Nave de Descenso abrieron sus toberas y dispararon una andanada. Los misiles dibujaron un arco, impulsados por chorros de llamas blancas y amarillentas en dirección a la zona de aterrizaje, pero no alcanzaron el estrado ni los ’Mechs dispuestos detrás de él. Con un gran estruendo, explotaron en el cielo y produjeron un espeso y cegador humo verdoso.

La onda expansiva de la explosión lanzó a Justin fuera del estrado. Cayó sobre su cadera derecha, rodó por el suelo y quedó en cuclillas. Nos atacó. Esa nave debe de estar cuajada de tropas de la Federación

Los gritos de los espectadores sustituyeron en sus oídos a las alarmas disparadas por las explosiones. De repente, Justin comprendió que algo iba muy mal. ¡Candace! ¿Dónde está? Se incorporó e intentó ver entre la humareda; lo único que podía distinguir eran siluetas de personas que corrían como locas de un lado a otro.

—¡Candace! —gritó—. ¡Candace! ¿Dónde estás?

El gas le ardía en la garganta y le cubría la boca y la lengua de un regusto amargo y pegajoso. Tenía que encontrarla. Aunque su desaparición le causaba pánico, la experiencia de muchos años de adiestramiento para el combate se impuso sobre sus emociones. Déjalo, Justin. Piensa con calma. Si ella ha muerto, no puedes hacer nada. Y, si está viva, irá al palacio. Sabes que es allí donde deberías estar tú.

Echó a correr hacia el hangar de Mechs del palacio. Oyó los espantosos chasquidos de los CPP. Al esquivar un Locust liaoita, escuchó el gemido de un cañón automático. El Locust explotó y se convirtió en una argéntea bola de plasma; la onda expansiva de la explosión hizo rodar a Justin hasta la puerta para el personal del hangar de ’Mechs. Se levantó, meneó la cabeza para despejarse y abrió la puerta.

La voz de Morgan Hasek-Davion, rebosante de confianza, sonó a través de los altavoces de las radios.

—Ya estamos, amigos. Desembarcaremos a una altura de quince metros. Encontraremos mucha confusión allá abajo, así que mantened la calma. No aplastéis a ningún civil. No sabréis quién es el agente hasta que os diga la contraseña. Recordad que es «Sic semper tyrannis». Es una expresión en latín, un antiguo idioma de la Tierra, que quiere decir: «Así siempre a los tiranos». Todos tenéis la contraseña digitalizada en vuestros ordenadores, para que podáis comprobarla en caso de que no la entendáis bien. Es algo más que una simple contraseña: es nuestro lema en este ataque. ¡Mostremos a ese tirano de qué pasta están hechos los Leones de Davion!

La imagen de superficie enfocó la Nave de Descenso de clase Overlord y mostró cómo las toberas de los afustes de MLA se abrían y lanzaban docenas de misiles, que recorrieron una corta distancia antes de explotar y desprender una humareda verde. La escotilla de desembarco situada bajo el Marauder se abrió y la imagen se desvaneció.

El pesado ’Mech con aspecto de ave aterrizó bruscamente sobre el suelo de hormigón armado. El choque de los pies con la superficie hizo que todo el ’Mech se estremeciera, pero Andrew equilibró la máquina de inmediato. Pulsó dos botones de su tablero de instrumentos con la diestra para conmutar los sensores a rastreo magnético. Así veré a través del gas.

Los sensores dibujaron una imagen de lo que sucedía entre la verdosa bruma que cubría la zona. Los ’Mechs de Casa Imarra, que aparecían como esqueletos amarillos en la pantalla, ya habían comenzado a dispersarse, pero Andrew no les prestó atención. Oprimió otro botón del tablero para iniciar una rutina de búsqueda que había programado anteriormente en su ordenador de combate. Las imágenes holográficas parpadearon y un pequeño círculo rodeó lo que parecía ser un objeto metálico en forma de ele y de unos cuarenta y cinco centímetros de longitud.

Andrew sonrió. ¡Ya te tengo! Tu brazo metálico te delata. La alegría que había sentido al localizar a Justin se desvaneció junto con la imagen creada por su programa de búsqueda. Ha desaparecido. Debe de haber entrado en el palacio. Apuesto a que ha ido en busca de su 'Mech. Tanto mejor.

Entre la bruma verdosa, un Crusader liaoita se abalanzó sobre Andrew. En un instante, centró el punto de mira del Marauder en la silueta de aquel 'Mech humanoide y disparó sus dos CPP. Una horquilla de rayos azules impactó en el brazo derecho del Crusader. Brillantes gotas de blindaje fundido cayeron del ’Mech como vidrio líquido. Los músculos de miómero, que habían quedado al descubierto por los disparos de CPP, y de un aspecto más oscuro y pesado que los conocidos por Andrew, se contrajeron para apuntar el láser que el ’Mech llevaba montado en el brazo.

De improviso, los músculos comenzaron a quemarse. Un vapor grasiento empezó a brotar de ellos mientras el piloto del Crusader pugnaba por conseguir que la extremidad respondiera, hasta que se incendiaron. Gotas de miómero fundido cayeron sobre la pata del Crusader y resbalaron hasta el suelo de hormigón. El miembro, envuelto por el fuego prendido en sus propios músculos, quedó colgando como un ahorcado.

Andrew abrió una comunicación por radio con Morgan.

—¡Funciona! —exclamó—. ¡Expuesto a este gas, el miómero que robaron de Bethel arde cuando le aplican una corriente eléctrica para que se contraiga!

—¡Sí! —rugió Morgan en tono triunfal—. Pero ten cuidado de todos modos. Hasta que el músculo entra en contacto con el gas, es muy potente.

Como si hubiera escuchado la advertencia de Morgan Hasek-Davion, el piloto del Crusader arremetió contra el ’Mech de Andrew, blandiendo el brazo izquierdo como una maza. Andrew agachó el Marauder, se incorporó bruscamente y hundió ambos brazos en la sección central de su enemigo. El blindaje que protegía el abdomen del ’Mech humanoide se hizo pedazos y la máquina se levantó unos tres metros en el aire.

El Crusader cayó de pie, aunque a trompicones. Entonces, como un boxeador mareado, se desplomó hacia atrás. Andrew disparó un rayo de CPP hacia el resquebrajado vientre del Crusader. El rayo de partículas destruyó el escaso blindaje que quedaba y dejó los mecanismos internos del ’Mech en contacto con la neblina.

Cuando el piloto intentó que el ’Mech se incorporase, se incendió el vientre de la máquina, pero Andrew hizo caso omiso. Un Marauder liaoita pasó frente a él con las patas ardiendo como antorchas. Por fin, los últimos restos del miómero se consumieron y el Marauder cayó de espaldas. Saltaron chispas de debajo de su cuerpo, indicando que el blindaje se estaba desprendiendo.

Justin dio un portazo y se agachó para inspirar el aire del hangar, más limpio que el del exterior. Se enjugó las lágrimas de los ojos e inhaló profundamente, lo que alivió la quemazón que sentía en el pecho y en la garganta. El gas no está pensado para utilizarlo contra seres humanos; de lo contrario, habría tenido otros efectos aparte de llenarme los ojos de lágrimas e inflamarme la garganta. Sólo han traído una nave Overlord, es decir, que forman un batallón como máximo. Tampoco han venido a quedarse, por lo que debe de ser una incursión rápida o han venido a recoger a alguien. Entonces cayó en la cuenta. Sólo Hanse Davion ordenaría una acción tan osada para recuperar un agente. Si es un agente lo que quiere Davion, un agente es lo que tendrá.

Echó a correr por un pasillo y bajó tres tramos de escaleras. Al llegar al final de estas, aporreó la pesada puerta de seguridad hasta que un desaseado guardia la abrió.

Shonso Xiang, ¿en qué puedo servirle?

Justin pasó al lado del soldado y entró en el pequeño cuerpo de guardia.

—Es una emergencia. Necesito al prisionero. Tsen Shang me ha enviado a buscarlo.

Justin examinó la hilera de monitores de holovídeo que cubría las paredes. En cada uno se veía el interior de una celda de alta seguridad de la Maskirovka, mas sólo una estaba ocupada.

El guardia frunció el entrecejo y miró el visífono.

—Nadie me ha avisado —masculló.

—¡He dicho que es una emergencia, idiota! ¿Quieres explicar tú mismo la razón de la demora a Shang o al Canciller?

El guardia meneó la cabeza. Sacó una tarjeta magnética de la cartera que llevaba sujeta al cinto con una cadena y la insertó en la ranura de la puerta. El cerrojo se abrió con un chasquido y Justin giró la pesada puerta. Corrió por el corto pasillo, se detuvo frente a la celda de Alexi y esperó a que el guardia fuera también.

—¡Rápido, ábrela!

Los gordezuelos ojos del hombre casi se salieron de las órbitas.

—Pero Tsen Shang se llevó la única llave magnética de esta puerta…

Al comprender el alcance de lo que acababa de decir, el guardia empezó a echarse atrás.

¡Maldición! Justin se abalanzó sobre él como un leopardo y lo derribó. Paró un puñetazo con el brazo derecho y le asestó un golpe brutal en la garganta. El guardia gorgoteó y murió.

Justin se incorporó y se colocó junto a la puerta de la celda de Alexi.

—¡Alexi, soy Justin! ¡Apártate de la puerta!

La voz de Alexi, débil y llena de confusión, llegó hasta Justin a través de la estrecha ventanilla de la puerta.

—¿Qué? ¿Justin?

—¡Apártate!

Justin se quitó el guante que le cubría la mano izquierda y dobló los dedos medio y anular sobre la palma. Agarró la mano postiza con la diestra, la extrajo de la muñeca, la giró noventa grados a la izquierda, hasta que el pulgar quedó en la parte superior, y volvió a estirar. Toda la mano se puso plana y se deslizó por encima del antebrazo. Donde había estado la mano, la débil penumbra de los calabozos se reflejó en el cañón de una pistola láser.

Justin levantó los dedos índice y meñique de la mano metálica para formar un burdo punto de mira para el arma. Centró la cerradura de la puerta entre los dos dedos y tensó los músculos del brazo. Un rayo láser verde incidió en la cerradura y, a los pocos segundos, el mecanismo se desintegró y el rayo cesó de repente.

Justin frunció el entrecejo al ver el humo que brotaba de la manga. ¡Demonios! La célula se ha agotado. Esperaba realizar más de tres disparos con la pistola. Volvió a colocar la mano postiza en su lugar y la flexionó. Sin preocuparse por el calor generado, la apoyó en el cerrojo y tiró de la puerta hasta abrirla.

Alexi Malenkov se había acurrucado en un rincón de la celda como un animal salvaje.

—No te saldrás con la tuya, Justin. Conozco la técnica de los interrogatorios con los papeles de amigo y enemigo repartidos. No me importa lo elaborada que sea tu farsa. ¡Ni diré nada!

El terror con el que lo miraba Alexi y su trémula voz indicaron a Justin que su ex ayudante estaba al borde de una crisis nerviosa.

—Ven conmigo, Alexi —le dijo, enseñándole las manos vacías—. Han aterrizado tropas davionesas en Sian y van a arrasar este lugar hasta que te encuentren. Voy a entregarte a ellos y desertar al mismo tiempo. Mi posición en la corte ya es insostenible.

La esperanza que había brillado en los ojos de Alexi volvió a hundirse en la más absoluta incredulidad.

—No, no te servirá. Tú nunca harías eso. Odias la Federación de Soles más que el propio Maximilian Liao.

—Como quieras. Pero esta vez lo hago por ti. Te lo debo. Por Bethel.

El encolerizado tono de Justin se impuso al delirio de Alexi. El agente de la Federación cayó hacia adelante, pero Justin lo sujetó.

—¿Puedes andar, Alexi? ¿Puedes?

Alexi, ojeroso y exhausto, asintió débilmente con la cabeza.

—Un poco. Me duelen los pies, pero ya me las arreglaré. —Se aferró al cuello de Justin con su brazo derecho—. ¡No te saldrás con la tuya, Justin!

Justin notó el movimiento del brazo de Alexi, sacó la cabeza de la presa y empujó a Alexi por el pasillo contra la pared. Alexi rebotó y se volvió hacia el agente de la Maskirovka, pero éste lo desmayó con un gancho de derecha en la mandíbula. Alexi se desplomó sobre el cadáver del guardia.

Andrew bombardeó un Enforcer que le cerraba el paso hacia el hangar de ’Mechs del palacio. El cañón automático del 'Mech liaoita horadó una serie de cráteres en el blindaje que cubría el muslo derecho del Marauder mientras el láser pesado abría una cicatriz en el brazo izquierdo del ’Mech. El ataque de Andrew, que combinaba el CPP y el láser medio del brazo derecho con la tormenta de proyectiles metálicos del cañón automático montado en el torso, arrancó la coraza del costado derecho del Enforcer.

Como un ser vivo que sufriera un ataque cardíaco, el Enforcer se estremeció al incendiarse su costado. Los músculos del torso que controlaban los movimientos del brazo derecho ardieron en un instante y bajaron la boca del cañón automático hacia el suelo. Al mismo tiempo, los injertos de músculos del muslo en el abdomen se fundieron. Privado de estabilidad y movilidad, el Enforcer se desplomó.

Con tres largos pasos entre la niebla, Andrew se plantó con su ’Mech ante las puertas del hangar. Aporreó las puertas con los brazos del Marauder. Entre un estrépito de goznes arrancados y cadenas rotas, la mitad de las puertas se derrumbaron y el vapor verdoso penetró en el hangar.

Andrew avanzó con él y, en el fondo de la instalación, encontró lo que andaba buscando. Yen-lo-wang permanecía silencioso y solitario junto a la entrada del palacio. Andrew sonrió y alzó los brazos del Marauder en un mudo gesto de desafío. Entonces vio que la escotilla del ’Mech estaba abierta y la escalera de mano colgaba desde la carlinga hasta el suelo.

Se colocó junto al Centurión y se agachó. Si no estás aquí ahora, ya vendrás. Puedo esperarte. Asintió para sí mientras contemplaba la puerta del palacio. Puedo esperar todo el tiempo que sea necesario.

Justin se arrodilló junto a Alexi y le apretó la nuez de la garganta con dos dedos para tomarle el pulso. Rápido y fuerte. Bien. Miró el sucio uniforme carcelario que habían dado a Alexi y las quemaduras en los dedos de los pies, donde le habían aplicado unos electrodos durante los interrogatorios. ¿Has padecido esto y no te has derrumbado? ¿Dónde diablos encuentra mi padre agente como tú?

Se echó a Alexi sobre el hombro izquierdo y lo sacó del área de las celdas de seguridad. Cuando subía las escaleras, el ruido de combates era cada vez mayor y el intenso olor de miómero quemado era más perceptible. Criados dominados por el pánico corrían por los pasillos, pero nadie aminoró la marcha al ver a Justin.

El hombre de la Maskirovka se mordisqueó el labio inferior. He de sacar a Alexi de aquí. ¿Cómo lograré llegar hasta las tropas de la Federación? Un problema aún mayor abrumó su mente. ¿Y cómo rayos saldré de aquí?

Contempló el corredor que conducía al hangar de 'Mechs. Teniendo en cuenta los combates que hay fuera, Yen-lo-wang parece una elección razonable. Todo lo que necesito está allí. Sonrió, abrió la puerta de una patada y la cruzó.

Su sonrisa se desvaneció el ver al Marauder, que se incorporó y levantó ambos brazos hacia él. La voz de Andrew Redburn, con un tono de ira y burla, restalló en los altavoces exteriores del ’Mech:

—Sabía que vendrías, Justin Xiang. Te estaba esperando. —La cruel risa de Andrew resonó por todo el hangar—. ¿Tienes algo que decir, antes de que te convierta en cenizas?