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Solaris VII (El Mundo del Juego)
Rahtteshire, Mancomunidad de Lira
20 de julio de 3029
Fuh Teng sonrió con cortesía cuando el mandarín Zhelang Qua pasó al lado de Carrie, la exuberante camarera rubia que había descorrido la cortina de entrada al pequeño reservado de Valhalla. Teng guiñó el ojo a Carrie, pero su sonrisa se desvaneció al ver la expresión disgustada del funcionario liaoita. Será mejor que vaya con cuidado. No está de buen humor.
Teng estaba de pie en un extremo de una mesa toscamente labrada. Frente a él había un monitor de holovídeo empotrado en la pared, que retransmitía por circuito cenado un combate celebrado en la Fábrica, uno de los terrenos de combate. Hizo una respetuosa reverencia y dijo:
—Es un honor que me visite un miembro del ministerio capelense de asuntos militares, especialmente aquí, en Valhalla. —Echó un vistazo a las raídas ropas del hombre y sonrió con amabilidad—. Le doy las gracias por el peligro que ha corrido… viajando a territorio enemigo.
El alto y delgado ministro devolvió la reverencia a Fuh Teng, pero su gesto envarado y poco sincero reveló la ira y el desprecio que sentía hacia su anfitrión, a pesar de las elocuentes palabras que pronunció luego.
—Es un distinguido honor conocerlo, ciudadano Teng. Sus éxitos, así como los de aquellos que usted patrocina en Solaris, han llegado a oídos del propio Canciller. Le doy recuerdos en su nombre y en el de un amigo de usted, Justin Xiang.
Teng sonrió al oír el nombre de Justin. Han pasado dos años y medio. Justin me dejó inconsciente y ocupó mi lugar en un combate que, probablemente, me habría causado la muerte. Pero entonces era sólo un vagabundo, un MechWarrior errante que había caído en desgracia. ¿Quién habría imaginado que llegaría tan alto en tan poco tiempo?
—Todo amigo de Justin es amigo mío. De hecho, este reservado es suyo. Lo heredó de un combatiente legendario: Gray Noton. Siéntese, por favor.
El mandarín pasó junto al monitor y tomó asiento en el banco situado frente a la negra cortina del reservado.
—Estoy seguro de que ya sabe que esto no es una visita casual, ciudadano Teng.
—Sí. ¿Desea un poco de té antes de que empecemos a charlar? Por fin he conseguido enseñar a Carrie para que lo prepare a la perfección. Es una mezcla procedente de Hsien.
Teng mantuvo la sonrisa en su rostro mientras el mandarín se debatía de manera visible entre aceptar o rechazar el ofrecimiento. Sé que siente pasión por el té de Hsien. Siempre ha sido el mejor té de la Confederación. Pero Hsien fue uno de los planetas que se unieron a la República Ubre de Tikonov, liderada por Ridzik. Primer asalto de nuestro combate, y ahora pasamos a…
Qua se estremeció mientras asentía con un gesto. Teng, sonriendo con tanta satisfacción que hizo que se sonrojara la cetrina tez de Qua, se volvió hacia la camarera.
—Carrie, ten la bondad de prepararnos un poco de té. Utiliza el de Hsien: nuestra visita es una persona importante. —Miró al mensajero de Maximilian Liao—. Y tráenos también algunas frutas kincha. No es posible que ya se haya agotado aquel nuevo envío, ¿verdad?
Carrie sonrió con cariño al hombrecillo.
—Como usted desee, mi señor Teng.
La muchacha hizo una reverencia y se retiró. El cortinaje se deslizó hasta cerrar el reservado.
Fuh Teng permitió que el ministro de Liao lo viera accionar un interruptor del brazo de su silla.
—Así evitaremos que nos escuche algún curioso. El té llegará dentro de unos momentos. Y ahora, ¿en qué puedo servirle?
Qua cruzó las manos y las apoyó en el regazo.
—En los dos últimos años, usted ha organizado un equipo de MechWarriors que es la envidia de los Estados Sucesores…
—Hemos obtenido parte de los éxitos conseguidos en las arenas de Ciudad Solaris. Justin, en un gesto de magnanimidad, me permitió reinvertir su parte de los beneficios para expandir nuestro programa de adiestramiento. Ello nos asegura una afluencia constante de ganadores.
El ministro esperó con educación que llegara su turno de palabra.
—Sí, sabía que habían sido sus conocimientos de gestión los que habían hecho prosperar el programa. El Canciller desea que usted sepa que sus victorias han inspirado y animado a muchos de nuestros conciudadanos. Como sabe, muchos creen que los combates de Solaris son una ventana al futuro militar de los Estados Sucesores.
—«Como es dentro, así es fuera», decimos en Solaris —comentó Teng, arrellanándose en su silla de respaldo alto.
Qua asintió secamente. Era evidente que la interrupción le había molestado.
—Curioso proverbio. Su comprensión de la táctica se demuestra en el entrenamiento al que somete a sus luchadores. Creemos que este adiestramiento es el factor clave que permite a sus hombres vencer habitualmente a los guerreros davioneses.
El regreso de Carrie puso fin a las palabras del ministro. La joven colocó unas pequeñas copas de tono cerúleo delante de ambos hombres. A continuación, vertió en ellas el té, humeante y de color verde grisáceo, llenándolas hasta el borde. Dejó la tetera sobre la mesa, con el asa orientada hacia Teng, y el cuenco de kincha entre ambos.
Qua observó el cuenco de frutas del tamaño de ciruelas y frunció el entrecejo. Una gruesa piel amarronada y dorada protegía la dulce pulpa de las kincha. Levantó la mirada y se echó hacia atrás al ver que Teng sacaba un afilado punzón de la manga de su chaqueta de seda negra y plateada. Teng inclinó la cabeza al ver la reacción del mandarín.
—Perdóneme, excelencia. No pretendía sobresaltarlo. —Se volvió hacia la cortina que los ocultaba de las demás personas que habían acudido a Valhalla a divertirse—. Como sabe, este lugar se encuentra en el corazón del sector de Silesia. Nadie me atacaría en Valhalla, pero no puede decirse lo mismo de las calles que separan este lugar de mi casa, en Cathay. Solaris es una especie de mundo sin ley y… —le alcanzó el punzón con el mango por delante— un abogado de tungsteno es más útil que uno de carne y hueso a la hora de negociar las diferencias de opinión.
Qua recogió el arma con dedos trémulos y lo utilizó para cortar la corteza de una kincha. Cortó una pequeña rodaja y cerró los ojos al tocarla con la lengua. Una expresión de puro placer relajó su semblante.
Teng sonrió. Las kincha se habían convertido casi en un recuerdo para muchos, desde que la Liga de Mundos Libres había tomado Shuen Wan, el único planeta donde podía cultivarse aquella fruta. Cuando Maximilian Liao perdió ese mundo, consideró que consumir dicha fruta equivalía a una traición. Por eso a Teng le sorprendió que Qua se tomase aquella libertad.
El ex MechWarrior sorbió el té mientras Qua empujaba la kincha con amor hacia su estómago.
—Ministro, ¿debo suponer por sus comentarios que a usted, o al Canciller, le gustaría que yo instruyera a las tropas capelenses acerca de la manera de derrotar a las hordas de Davion?
Qua abrió bruscamente los ojos y echó un rápido vistazo al reservado mientras volvía a la realidad.
—¡Ah, sí! Ciudadano Teng, no cabe duda de que éste es un tema que se ha discutido en las más altas instancias de la Maskirovka, pero no se ha llegado a ninguna conclusión.
Teng sonrió para sus adentros. Eso creía. Justin quiere que me quede aquí para que le proporcione buenos fajos de dinero.
—Entonces, ¿qué es lo que desea?
—El Canciller le pide que nos entregue a todos los MechWarriors a su cargo para que combatan en la guerra —respondió el mandarín, sonriendo con toda la buena educación de la que fue capaz—. Estoy seguro de que se da cuenta de lo que ello significaría para nuestros esfuerzos en esta guerra. Aquí, en Solaris, tiene suerte de que la guerra no lo haya afectado.
—Permítame que difiera de su opinión, mandarín. La guerra sí nos afecta. Desde que se rompieron las hostilidades, el número de figuras de primera línea en Solaris ha descendido en un cincuenta por ciento. Esta es una de las razones por las que el grupo Teng/Xiang ha obtenido tan buenos resultados. Toda la competición está agonizando sin la presencia de las cámaras de holovídeo.
Qua parpadeó y miró a Teng con una expresión de incredulidad sólo concebible en un burócrata.
—No lo entiendo. ¿Qué es lo que me está diciendo? ¿No sabe cuánto los está perjudicando el conflicto con la Federación de Soles? ¿No desea que acabe la guerra?
Teng lanzó una carcajada y dio una palmada en la mesa, tan fuerte que el cuenco de kincha saltó unos centímetros.
—¡Oh, por todos los dioses! ¡Claro que quiero que acabe la guerra! ¿Sabe que mis ingresos se han reducido en un treinta por ciento desde el inicio de las hostilidades? He llegado a un acuerdo de distribución de filmaciones en el Condominio Draconis, pero los condenados Dragones no permitirán la retransmisión de combates en los que participen MechWarriors de las casas Davion, Steiner o Kurita… y nadie quiere ver sólo combates entre guerreros capelenses y de la Liga. Acabo de recibir una llamada del manager del actual campeón. Me ha dicho que podría perder mi adelanto de cincuenta mil billetes C si no encuentro un contrincante digno para Don Gilmore en el plazo de un mes. Pero ahora no dispongo de nadie que esté capacitado para combatir con él. Y esta maldita Interdicción de ComStar ha suprimido mi mejor mercado. Todavía no he calculado la contabilidad de junio, pero apuesto a que mis libros perderán billetes C como una hemorragia. ¿Y usted quiere que le entregue mis guerreros? ¿Se ha vuelto loco?
Qua palideció hasta que su tez fue más clara que la pulpa de la kincha y se quedó boquiabierto. Al cabo de unos instantes, cerró la boca y entornó sus negros ojos.
—¿Debo recordarle, Fuh Teng, que es un agente de la Maskirovka? Yo soy su superior y puedo ordenarle que me entregue esos combatientes.
—¿Ordenarme? —Fuh Teng cruzó las manos sobre la mesa y se frotó los pulgares en un gesto de irritación—. ¿No ha oído ni una de las palabras que le he dicho, o es que no he sido lo bastante claro? ¡Despierte, mandarín! La guerra ha terminado. Es una cosa del pasado. Esto es el Mundo del Juego y quienes nos ganamos la vida aquí somos utilizados para escoger a ganadores y perdedores. Y su bando, mandarín, es un perdedor.
Teng accionó un interruptor en el extremo de la mesa y dio un mandato al ordenador que controlaba la pantalla de holovídeo.
—Proyecta el mapa político de la Confederación de Capela, con las previsiones de la próxima oleada de la invasión de Davion.
Obedeciendo la orden, la pantalla se quedó en blanco y, de súbito, mostró un mapa de la Confederación de Capela. Cada una de las oleadas invasoras davionesas aparecía superpuesta a las anteriores en diferentes tonos de azul. Los símbolos que designaban diversos planetas de la Comunidad de Sarna parpadeaban, indicando la previsión de que iban a ser las siguientes etapas en el camino de la guerra.
Qua contempló el mapa como un abstemio que sufriera una inundación de cerveza en su casa.
—Esto… esto… —farfulló, señalando la pantalla con un dedo trémulo— ¡esto es traición!
Fuh Teng meneó la cabeza despacio.
—No, es la realidad. Los corredores de apuestas dicen que la próxima oleada de Davion se producirá a primeros de septiembre, pero yo he apostado por el período del quince al veinte de agosto. Es un dos a uno. —Teng señaló el mundo liaoita que se hallaba más próximo al centro del mapa—. No sólo he apostado a la fecha de la caída de Palos, sino que he encargado tres cajas de champán de Palos a través de la oficina de enlace militar Davion Steiner.
Qua se desplomó sobre la mesa. Teng le dio una palmada en el brazo izquierdo y añadió:
—Escuche, amigo: puedo conseguir que se quede aquí. Usted es un tipo listo. Olvide su misión. El juego habrá acabado con el nuevo año. Hay un sitio para usted aquí, en mi organización.
Qua apartó violentamente la mano de Teng. Se volvió hacia él con una ira que había disuelto la máscara diplomática de su rostro.
—¡Cerdo! ¡Cerdo sucio y asqueroso! Ha puesto sus intereses y su bienestar personal por encima de la Confederación de Capela. —Recogió el punzón que le había dado Teng—. ¡Si no me da esos combatientes, lo mataré!
Teng dio un paso atrás y una sonrisa jugueteó en sus labios.
—Es su última oportunidad de aceptar mi oferta, mandarín Qua. Si la rechaza, peor para usted.
Qua sonrió, lleno de dicha.
—¡Escupo sobre su oferta! —exclamó, y avanzó centímetro a centímetro por el banco—. Esto me va a gustar.
Teng se precipitó hacia el cortinaje de entrada al reservado. Qua se abalanzó sobre él, pero falló y cayó sobre la mesa. La cortina se descorrió y aparecieron dos hombres que flanqueaban a Fuh Teng. Iban armados y apuntaban al mandarín.
El hombre que estaba a la derecha de Fuh Teng, el más alto de los dos, sonrió enseñando los dientes.
—Cuerpo de Inteligencia Lirano, mandarín —anunció—. Queda arrestado por intento de coaccionar a un ciudadano lirano para que cometa traición, asalto con intento de asesinato y violación de una docena de leyes de inmigración.
—Ya lo ve usted —dijo Fuh Teng, mientras el punzón resbalaba entre los dedos de Qua y caía al suelo—. Le dije que la guerra había terminado. —Qua le lanzó una mirada asesina, pero Teng agregó—: Por cierto, esto también era una cuestión de negocios. Las apuestas estaban seis a uno contra una reacción tan violenta por su parte que lo impulsara a querer apuñalarme. Pero yo confiaba en usted. Recuerde: «como es dentro, así es fuera». La Confederación de Capela está acabada.